Uno de los grandes aciertos de la película “Good” consiste en revelar cómo la maldad anida en el corazón de la gente “corriente”. Del ciudadano educado y previsiblemente civilizado que, en circunstancias clave, se trasforma en bestia. El filme viene a demostrar que la perversidad del nazismo no fue sólo obra de unos fanáticos, sino que las personas “normales”, encarnadas en el respetable profesor de literatura Viggo Mortensen, pueden llegara a ser peores que los más fanáticos extremistas. Todo es cuestión de un buen caldo de cultivo, la confluencia de astros y unas circunstancias favorables que den pábulo a la barbarie.
Los alemanes y los franceses llevan años machacando su conciencia histórica. Las últimas investigaciones insisten e insisten en que buena parte del pueblo alemán y los colaboracionistas franceses del régimen pro nazi de Vichy estuvieron implicados en la justificación de atrocidades que acabaron con la vida de millones de personas en la última guerra mundial.
En los años treinta, la mayoría de la población alemana no consideraba a Hitler un iluminado peligroso. Al contrario, le votaba en las urnas porque, por ejemplo, en una época de gran depresión económica había logrado acabar con el paro y reducido la delincuencia.
En la España de Franco ocurrió igual y hasta prácticamente nuestros días hay personas, incluso políticos cercanos, que no reniegan de un pasado labrado en campos de sangre a cuenta de una leyenda de supuesta paz social, eventual pleno empleo y construcción de pantanos por doquier, mientras la realidad mandaba al exilio a la intelectualidad y lanzaba a la emigración económica a la mano de obra barata.
Sin embargo, hay quien vivió cómodamente el régimen y, aún hoy, no tendría mayor empacho en aclamarlo abiertamente si políticamente no fuera un despropósito elogiar un golpe de estado tan bruto y carnicero.Pero esto, que hasta ahora dormía latente en las malas conciencias de algunos, parece que últimamente despierta a cuenta del crack económico del 2009. Y ahí vuelve el peligro de los autoritarios hibernados.
En un mundo en recesión con millones de personas sin trabajo (cuatro de ellos en el Estado español), el filo de la navaja del fascio se afila en la piedra más fina para que la hoja brille entre oscuros callejones de corrupción, desencanto político y demagogia populista que promete pan a las clases más desesperadas a cambio de mano dura y pensamiento plano.
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