Hubo un tiempo en el que poder cultivar una parcela de tierra del común suponía en Olite no pasar hambre. Y perder la pieza o viña de propiedad municipal abría la puerta de la miseria y, muchas veces, la emigración a América. La privatización de parte de comunal hace 95 años encrespó tanto los nervios de la población, que en 1914 una muchedumbre intentó asaltar el cuartel de la Guardia Civil. En la refriega tres campesinos murieron. Paradojas de la vida, hoy el común, como el agro en general, apenas levanta pasiones y casi nadie mueve un dedo por aquello defendido entonces a sangre y fuego.
No era esta la primera vez que el pueblo se había enfrentado por la defensa del común y por la reversión de las corralizas al Ayuntamiento. Ya en 1884, la disputa se había saldado con una reyerta en una taberna de la calle Mayor en la que también murieron cuatro paisanos y otros tantos acabaron con sus huesos en la cárcel.
En el fondo del conflicto se hallaba la situación de ruina económica en la que estaban las arcas de los ayuntamientos navarros por las deudas contraídas durante la primera mitad del siglo XIX como consecuencia de la invasión francesa y las sucesivas guerras carlistas.
Los municipios cedieron a particulares acaudalados grandes extensiones de tierra del común, las corralizas, que de una forma u otra consiguieron finalmente hacerse con la propiedad.
La medida supuso menos hectáreas de cultivo, “robadas” en la medida de superficie navarra, para la mayoría campesina, normalmente carlista. Por el contrario, los nuevos latifundistas, generalmente conservadores o liberales, representaban al nuevo capitalismo agrícola que se envolvía en mensajes de falso progreso y modernidad.
En 1914 ya estaba en Olite el cura Victoriano Flamarique, que agrupó a los pequeños labradores en torno a un proyecto cooperativista pionero. Creó un banco para financiar las explotaciones de los más necesitados y puso en pie toda una obra social que le ganó la enemistad de los grandes propietarios, que veían como en el local de su Círculo Católico fortalecía lazos el campesinado de sesgo carlista.
En este contexto, con un sacerdote que los periódicos conservadores atacaban sin piedad como propagador del discurso del “anarquismo social vestido con sotana”, llegó a principios de agosto de 1914 el aciago asalto al cuartelillo de la Guardia Civil.
El abogado tudelano José Montoro, en su libro sobre la propiedad del comunal en Olite, escribió cómo algunos vecinos habían roturado sin autorización varias corralizas. El propietario Francisco Goyena Algarra, ganadero que procedía de Ochagavía, denunció la ocupación y los tribunales le dieron la razón.
El día 1 de agosto el Ayuntamiento de Olite trató en pleno la resolución judicial, en una sesión a la que acudió el vecindario en masa. A la reunión siguió una manifestación que terminó con el apedreamiento de casas y propiedades de relevantes corraliceros.
El periódico “La Región Navarra”, defensor del discurso liberal frente al carlista, contó en sus páginas cómo trascurrieron las horas que acabaron en un río de sangre.
El cronista relató que, por la noche, una muchedumbre de entre 120 y 200 personas lanzaron objetos contra los domicilios de los propietarios y, después, se declararon en huelga. Amenazaron con no ir al otro día a trabajar a los tajos de los corraliceros. En ese momento intervino la Guardia Civil y detuvo a dos de sus cabecillas, que fueron llevados al cuartel.
Según este relato, a las 7 de la mañana, cuando amanecía el día 2 de agosto, “se presentó un grupo en número de 200 a la puerta del cuartel pidiendo a gritos la libertad de los detenidos...”. Diez guardias, un teniente y un capitán se encontraban dentro, mientras “el resto de la fuerza hasta 20” vigilaban “la casa y caserío del señor Martínez, que amenazaron con incendiar”.
Los guardias del cuartelillo salieron armados al exterior y “exhortaron al grupo a que se disolviese”. Sin embargo, los olitenses, “no dándose por satisfechos empezaron a voces gritando: ¡A ellos! Primero les quitamos las armas y luego vamos a por los presos”.
En el rifi-rafe, los guardias descargaron sus armas, “cayendo a los pocos pasos de andar los tres paisanos que se abalanzaron a ellos, resultando muertos dos, uno herido grave y otro leve sin importancia, disolviéndose los grupos seguidamente”, según publica el día 4 la crónica de “La Región Navarra”.
Los vecinos que murieron a las puertas del cuartelillo fueron Fermín Armendáriz, de 54 años, de profesión labrador, y Cipriano Egea, de 25 años y jornalero. Ramón Bayona, de 62 años y también agricultor, falleció después a causa de las graves heridas, según informó el día 3 el periódico carlista “El Pensamiento Navarro”.
Tras motín, el pueblo fue tomado por 65 guardias, medida que no impidió que grupos de vecinos todavía tuvieran ánimo suficiente para concentrarse en las calles y plazas “en actitud tan provocativa que llega al extremo de acudir al Ayuntamiento...”, narró el periodista.
Repartidos por parejas, los números de la guardia civil custodiaron las casas de los principales corraliceros que, no obstante, antes de que llegara la noche decidieron salir de la localidad en tren, “vista la actitud del pueblo y en previsión de los sucesos que pudieran ocurrir al enterrar a los muertos”.
En su relato, el periódico liberal cargó tintas contra los vecinos socios de la Caja Rural del cura Flamarique, al que llamó propagandista “soliviantador de la masa ciega y fanática que ha pagado en doloroso tributo de su sangre la adhesión de este hombre”. Destacó, también, que en el momento del asalto “Flamarique se encontraba ausente de Olite”. “El anarquismo social, ataviado con el disfraz de católico, ha escrito una página sangrienta”, sentenciaron los opositores a la labor del cooperativista.
Desde las misma páginas también repartieron críticas contra la Diputación, por actuar con “pasividad” en el tema de las corralizas, y atacaron el “odio político” atribuido en Navarra a “los mandatarios de don Jaime”, el rey carlista.
Como consecuencia del asalto al cuartetillo, se abrió en 1915 un consejo de guerra en el que fueron condenados a presidio varios vecinos de Olite. El corralicero Goyena volvió a ser amparado en los tribunales y el Ayuntamiento sentenciado.
El entonces Gobernador civil, Regueral, se ganó a pulso una infesta memoria y hay quien asegura en Olite que varios vecinos se conjuraron para acabar con su vida a puñal. Regueral terminó mal, cuando ya ejercía su cargo fuera de Navarra.
Cuentan que en su desaparición física, atribuida por algunos a manos anarquistas, tuvo que ver uno de los conspiradores olitenses. El mismo que liquidó sus días emigrando a América en uno de los muchos barcos que las agencias marítimas ofertaban aquellos años desde las páginas de los periódicos, vapores llenos de una legión de hambrientos que a falta de tierra comunal partían hacia el nuevo mundo desde Bilbao, Santander o Burdeos.
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