La
Exposición Iberoamericana que en 1929 se organizó en Sevilla contó con un
pabellón dedicado a Navarra que reprodujo en su interior un claustro en el que
lució la talla del arcángel alado San Miguel procedente de la iglesia de los
Franciscanos de Olite, una talla que, pese a su importancia, hoy custodia con
discreción un apartado sepulcro del templo de los frailes.
El San Miguel de San Francisco ya no
tenía cabeza cuando la Diputación Foral de Navarra ordenó que viajara hasta la
capital hispalense. Las fotos de la época lo muestra tal y como luce actualmente:
decapitado, con un acoraza de plumas y en posición de insertar una lanza al
maligno dragón que se retuerce derrotado a sus pies.
En los últimos 84 años el arcángel ha
pasado casi desapercibido a la hora de difundir el patrimonio artístico
olitense y, sin embargo, entre las piezas elegidas para representar a Navarra
las autoridades del primer tercio de siglo XX pusieron los ojos en el ángel de
los franciscanos como una de las más tallas más características.
La muestra de pabellones y su
contenido han sido recogidos recientemente por Juan José Cabrero Nieves en su
blog(http://exposicioniberoamericanadesevilla1929.blogspot.com.es).
En este sitio colgado en Internet
aparece una fotografía de la escultura olitense recopilada por la Filmoteca
Española en una obra titulada “Las exposiciones de 1929” en la que incluye
imágenes de la muestra sevillana y de la exposición internacional que el mismo
año se desarrolló en Barcelona.
En relación al pabellón navarro, Cabrero
cuenta que en aquella época, en plena Dictadura de Primo de Rivera, el cardenal arzobispo de Sevilla era
precisamente un pamplonés, Eustaquio Ilundáin, que había mediado en la
participación foral del certamen.
A Navarra le asignaron una parcela de
480 m2 situada en la Plaza de los Conquistadores, con fachada al estanque
central. El habitáculo estaba diseñado por el arquitecto José Yárnoz Larosa,
restaurador junto a su hermano del castillo de Olite, y reproducía en el frente
la portada de la iglesia de San Miguel de Estella, con verjas réplica de las de
la capilla de la catedral de Pamplona forjadas con las cadenas de las Navas de
Tolosa.
El patio imitaba un claustro románico
alrededor del cual estaba nuestro San Miguel de Olite, capiteles procedentes de
la catedral pamplonesa, ménsulas y otras obras de arte como el crucero de Etxalar,
una custodia de Sangüesa, un dosel de Lesaka o una arqueta de Peralta.
Navarra cuidó con detalle la
exhibición de sus joyas y, entre ellas, también seleccionó las cubiertas de un
evangeliario del siglo XII perteneciente a la Colegiata de Roncesvalles, una armadura
de Felipe III, así como dos cálices, un copón, una cruz procesional, una
custodia, un altar, un relicario y otras piezas, marfiles y estandartes.
Tras la exposición andaluza, el San
Miguel de Olite volvió a su templo franciscano y ahora se le puede observar destacado
sobre el sepulcro gótico situado a la entrada de la iglesia, a mano derecha
según se accede por la puerta principal, y que pudo pertenecer a la familia de
los Iracheta. El Catálogo Monumental de Navarra describe al arcángel como “una pequeña figura de San Miguel, del
siglo XV, que ha perdido la cabeza... de formas estilizadas describe una
elegante curva muy del gusto gótico”.
La poco conocida relación de los
franciscanos de Olite con el santo que mataba dragones y diablos no se atiene
solo a la figura que fue exhibida en Sevilla. Lamentablemente el templo albergó
otra representación de la alada figura que ya no está en la localidad. En 1977
fue a parar al Museo de Navarra.
Se
trata de una tabla pintada del siglo XVI que perteneció al retablo de la
Visitación. Estaba en una capilla a los pies de la Epístola. En ella había una imagen
de San Miguel, y otras dos más también hoy en Pamplona, una pintura central de
la Virgen, y otra lateral de San Juan.
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