sábado, 3 de octubre de 2015

MEMORIA PARA LOS CAMINEROS DE OLITE

El nuevo Gobierno de Navarra ha homenajeado este sábado a los 34 funcionarios de la Administración Foral que fueron asesinados durante el golpe de estado franquista, una asignatura pendiente que el Parlamento había encargado al anterior ejecutivo y que todavía, pese al mandato, no se había realizado. En una placa con todos los nombres situada, con intención preferente, en la facha del Palacio de la Diputación aparecen dos vecinos de Olite/Erriberri, padre e hijo, Benito García Calvo y Félix García Resano, ambos camineros de profesión pertenecientes a una familia republicana a la que, por si fuera poco, a sus mujeres se humilló con cortes de pelo en la Plaza y castigó con el destierro.
            Más allá del reconocimiento que marca la ley, el relato de los camineros tiene un trasfondo humano que salpica no solo a las víctimas que tenían un oficio público, sino a miles de navarros que aunque no aparecen en las placas padecieron el peso de una represión brutal ahogada en el silencio cómplice de la mayoría de sus paisanos. Qué 80 años después haya que poner nombres a aquella barbarie, que deshizo medio centenar de familias solo en Olite/Erriberri, da solo una idea de su profundo calado y de un miedo aterrador que borró apellidos y hogares del mapa de historia.
            Benito García Calvo, al que llamaban “Andarín”, tenía 50 años cuando le detuvieron en julio de 1936. Miembro de Izquierda Republicana, el partido de Azaña, era el encargado de los camineros de la “casilla” situada en la salida a Caparroso. García daba empleo a jornaleros que trabajaban en el mantenimiento de la red de carreteras de la Diputación, entre ellos a su hijo Félix y a otros mozos que en aquellos convulsos años militaban en organizaciones de izquierda que pedían pan y trabajo en tiempos de desempleo y carentes de cualquier protección social.
            Benito García, que como su mujer Lucía Resano había nacido en Peralta/Azkoien, llevaba fama de hombre culto. No en vano estaba al corriente de las informaciones que emitía la radio, un aparato poco frecuente en los domicilios particulares del vecindario. El funcionario compartía la recepción de las ondas con un grupo de republicanos ansiosos de recabar noticias del aquel golpe militar del 18 de julio de 1936, cuando todos fueron detenidos y encerrados en la cárcel municipal. Una mujer del pueblo les había delatado.
Grupo de republicanos olitenses
            Ganado el “alzamiento” con el apoyo de la ultraderecha local, la casa de los camineros fue saqueada y el transistor trasladado al Centro Agrario donde se reunían los sediciosos. Después a Benito, su mujer y tres hijos pequeños, dos chicas y un chico, les obligaron a marcharse a Peralta, localidad a la que acudieron un 17 de agosto los golpista de Olite, con coche y chofer incluido incautado, para darle el “paseíllo” en una huerta cercana al cementerio de Marcilla.

            Idéntica suerte padeció a los días su hijo mayor Félix, de 25 años y soltero, que junto a una veintena de olitenses había sido llevado a la prisión de Pamplona y el 27 de agosto un “camión asesino” transportó a 13 de ellos a un lugar de la sierra de El Perdón donde los fusilaron sin ni siquiera hacer el paripé de juzgarlos. En una fosa común permanecieron sus cuerpos hasta que en los años ochenta, a golpe de pico y pala, fueron a desenterrarlos sus familiares.
            Además de Félix, la familia García Resano contaban con otro hijo, Jesús, y dos niñas de edad más corta, Ascensión y Mª Pilar, sobre las que también se cebaron los nuevos mandatarios franquistas. Una quincena de mujeres, esposas o hijas de republicanos, fueron peladas en la Plaza de Olite como escarnio público. Una vez raparlas, les obligaron a pasear por el pueblo con un crucifijo y la bandera rojigualda triunfante. Solo una adolescente pudo entrecortar palabras para cantar el himno falangista del Cara al Sol al que les forzaron. A las demás el terror les atoró la garganta y no pudieron pronunciar ni una sílaba. Y lo pagaron. Tres de ellas fueron enviadas a la prisión de Pamplona. Antes, tuvieron que barrer la casa consistorial y la Plaza para que públicamente exhibieran sus cabezas peladas. La foto de la familia García Resano no es solo la de los dos camineros asesinados, sino también la de una desvergüenza que duró demasiado.
Visita de Franco a Olite

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