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Se cumple 40 años de la inhumación republicana olitense |
Luis Pérez Rocafort “Planilla” era un hombretón terco que casi
siempre lagrimeaba cuando hablaba en público de su padre, el concejal
socialista Julio Pérez García al que habían fusilado en Tafalla en 1936. El día
del funeral en el que se recordó a los 50 republicanos desparecidos en
Olite/Erriberri tras el golpe de estado, el 13 de mayo de 1979 (se cumple precisamente
ahora 40 años), escribió con mal pulso cómo se fraguaron las exhumaciones que
promovió un grupo de familiares entre los que destacó él por su empeño y
cabezonería.
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Familiares promotores ante el panteón en 2004 |
En aquel papel que temblaba al compás
del llanto Luis Pérez narró a la muchedumbre que en el panteón que habían
construido con sus manos iban a introducir cinco féretros. En dos ataúdes,
señaló, estaban los 13 fusilados en Zaragoza después de ser obligados a
alistarse en el Tercio de Sanjurjo y mal enterrados en el cementerio de Torrero
junto otros 200 navarros. Fueron de los primeros en recuperar aunque fuera
simbólicamente, porque era imposible saber en aquella maraña de restos quién
era quién ni de qué pueblo, así que los familiares que con pico y pala abrieron
una zanjan de 250 metros se trajeron en un saco unos esqueletos que luego marcaron
con boli en una hoja con el nombre de “Zaragoza”.
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El funeral del 13 de mayo de 1979 fue masivo |
Lo mismo ocurrió en los funerales de
otros pueblos. No eran tiempos de adeenes, forenses ni exhumaciones
científicas. Tampoco importaba mucho y la fraternidad en la desgracia hizo de
todos uno, sin distinción, sin apellidos ni nombres en los huesos, auque los
tenían. (Pedro Ansa Induráin, Gregorio y Román Armendáriz Yabar, Juan Casanova
Pérez, Román Díaz Iriarte, Victorino Elrío Olcoz, Francisco Gabari Viela,
Sebastián Izuriaga Baigorri, Casián Medrano Leoz, Ángel Rodríguez Jiménez,
Félix Tanco Suescun, Anastasio Sesma Lator y Félix Zulaica Vélez).
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Los féretros contenías restos de 50 asesinados tras el golpe |
Cuando el
nudo que estrangulaba la garganta cedía un poco, Luis Pérez todavía tenía
aliento para contar que otras dos cajas en las que ponía “El Perdón” contenían
otros 13 que habían desenterrado también a pico y pala de la Sierra de Erreniega,
de una fosa común que los tragó después de estar meses en la prisión de
Pamplona/Iruña. Junto a ellos y con su mismo padre fusilado Constancio compartió
celda un muchacho al que, en el último momento, no se llevaron porque tenía 17
años y para acabar en el paredón los verdugos necesitaban uno más. Tomás Ruiz
Zabalza, que así se llamaba aquel mocete que había leído a Bakunin, no olvidó
nunca el “camión asesino” que cada noche sacaba, pueblo a pueblo, a quienes
había que balear en El Perdón.
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Cementerio atestado de personas |
Quiso el destino que cuado los olitenses
fueron a recuperar los restos de sus deudos él, el último testigo, regentara un
prestigioso hostal situado en las cercanías, “El Peregrino”, desde el que
preparó generosas vituallas. “Nunca llegué a pensar que mi padre y mi tío Jesús
estuvieran enterrados tan cerca”, rememoraba con pena el ya desaparecido Tomás.
Entre tibias, cráneos y tierra hubo familias que hallaron pertenencias,
hebillas de cinturón, suelas de alpargata y hasta insignias. Un monolito
recuerda hoy los nombres de quienes cayeron en aquellas sacas, entre ellos los
olitenses (Antonio Azcárate Izurriaga, Cesáreo y Julián Azcárate Domínguez,
Adolfo Ochoa Domínguez, Félix García Resano, Félix Garde Moreno, Esteban Pérez
Coello, Ángel y Fermín Remírez Chivite, Ignacio Rodeles Berruezo, Constancio
Ruiz Cerdán, Jesús Zabalza Sarrias y Teófilo Solanilla Romero).
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Mujeres ante una lápida con nombres de desaparecidos |
La última
caja de muertos que recordaba Luis Pérez era una especie de cajón de sastre. En
ella los organizadores del multitudinario funeral juntaron osamenta de los
demás fusilados, una colección que habían reunido con mimo entre 1978 y 1979,
después de visitar cunetas y rastrojos de unos cuantos pueblos. El propio Pérez
acudió con Julián Ochoa y Mari Azcárate, también familiares de represaliados, a
la pequeña localidad de Enériz (Valdizarbe) para traer los restos del alcalde
Carlos Escudero Cerdán, que había proclamado la República en 1931. Al de
Izquierda Republicana fueron a buscarle a Garínoain, el pueblo de su mujer, una
partida de pistoleros olitenses. Cuando acabaron con él lo dejaron
semienterrado en un campo de labor.
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Los cuerpos se recogieron de distintas fosas |
Los vecinos lo pasaron luego al cementerio,
hasta que “Planilla” y compañía rescataron lo que quedaba. Cerca de allí, en
Campanas, otra cuadrilla de asesinos o la misma fue a por el guardagujas del
tren, el también olitense Rufino Azcárate Izurriaga, al que sus descendientes
prefirieron sepultar en el campo santo cercano de Muruarte de Reta en que el
todavía hoy permanece una cruz de hierro que recuerda al ferroviario
socialista.
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El cortejo fue desde el pueblo hasta el camposanto |
Luis Pérez
“Planilla” perteneció al grupo promotor de aquellas exhumaciones tempranas. En
Olite/Erriberri comenzaron a reunirse cuando solo habían pasado tres años de la
muerte de Franco, lo mismo que en otros pueblos cercanos. Se juntaban en la
casa de Lorenzo Gorría, también hijo de fusilado, y recibían colaboración de
otros paisanos sensibilizados desde un prisma cristiano progresista, como Ángel
Jiménez Biurrun que era amigo del pionero en la investigación de la memoria
histórica José María Jiméno Jurío y, también, colaboraba con la editorial
Altaffaylla en el libro que finalmente recopiló de forma fehaciente la masacre,
“Navarra 1936, de la esperanza al terror”.
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Un gentío acompañó a las cajas llevadas al hombro |
El grupo preparó
reuniones periódicas, recogió testimonios para el libro de los de Tafalla, arrancó
del último Ayuntamiento predemocrático ayudas para hacer el panteón y se
desplazó los fines de semana de pueblo en pueblo en busca de restos o para
arropar los funerales que se anunciaban en otros municipios. Tirando del hilo
de los contactos, recordaban “Planilla” y José Ochoa, desenterraron de
Caparroso al concejal socialista Constancio Eraso Martínez. De Tafalla
rescataron al también edil Salvador Eraso Azcárate, asesinado con 79 años.
También a José Jaime Sola y a Gregorio Sembroiz Armendáriz. Junto al cementerio
tafallés habían fusilado al conserje de la Casa del Pueblo, Lorenzo Gorría
Otazu, y a Julio Pérez García. El hijo de Lorenzo, Francisco Gorría, lo primero
que hizo cuando regresó de Argentina años después de la guerra fue ir al
camposanto de Tafalla a poner nombre a las dos tumbas, hasta entonces anónimas.
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Gloria y Nati Ochoa, de las familias promotoras |
Los de
Olite/Erriberri también fueron a buscar republicamos a las cunetas de
Ribaforada y se trajeron a casa los huesos de Ángel Gurrea de Carlos y Vicente
Salmerón Suescun, que habían sido detenidos en Cortes y fusilados después de
intentar huir a Zaragoza siguiendo la vía del tren. En Marcilla desenterraron a
Benito García Calvo, caminero de la Diputación y miembro de Izquierda
Republicana. También recuperaron de una pieza de Falces a Juan García Lacalle,
socialista que llegó a la alcaldía tras Escudero y salvajemente asesinado el
víspera de las fiestas patronales. En la misma localidad se abrieron fosas para
recoger a Agustín Chivite Fernández, Julio Erredón Mangado y Juan Cruz Valencia
Armendáriz, que habían intentado huir tras el golpe militar. En Pamplona/Iruña,
además, había caído el maestro socialista Juan Barásoain Armendáriz.
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Tomás Ruiz contó hace 15 años las desapariciones |
En el
discurso de agradecimiento, que volvió a recordar 25 años después en un acto
delante del mismo panteón republicano (26/06/2004), Luis Pérez rememoró
emocionado a quienes les habían ayudado en aquellos años de miedos, fosas y
cunetas, “a los vecinos de Tafalla, Ribaforada, Caderita, Marcilla, Falces,
Enériz y Campanas, a los pueblos de la falda de El Perdón, así como al
Ayuntamiento de Zaragoza, por toda la información que nos dieron...” También
destacó la labor personal de los párrocos de Marcilla, Andosilla, Falces y San
Martín de Unx y “a los incansables Josefina Campos, Terencio Ruiz y Salvador
Aramendía, de Peralta, Funes y Sartaguda, así como a una lista interminable de
vecinos”.
Por los
ojos salían mares cuando Luis terminó el discurso: “Quiero señalar que hoy es
el día más grande de nuestras vidas... A nuestros familiares no los mataron por
robar ni por quemar iglesias... Los asesinaron por defender su trabajo, la libertad
y la democracia”. Y entonces a la voz rota se la tragó un aplauso atronador,
que llegó con muchas décadas de retardo.
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