El nuevo Gobierno de Navarra ha homenajeado este sábado a los 34
funcionarios de la Administración Foral que fueron asesinados durante el golpe
de estado franquista, una asignatura pendiente que el Parlamento había
encargado al anterior ejecutivo y que todavía, pese al mandato, no se había
realizado. En una placa con todos los nombres situada, con intención
preferente, en la facha del Palacio de la Diputación aparecen dos vecinos de
Olite/Erriberri, padre e hijo, Benito García Calvo y Félix García Resano, ambos
camineros de profesión pertenecientes a una familia republicana a la que, por
si fuera poco, a sus mujeres se humilló con cortes de pelo en la Plaza y
castigó con el destierro.
Más allá
del reconocimiento que marca la ley, el relato de los camineros tiene un
trasfondo humano que salpica no solo a las víctimas que tenían un oficio
público, sino a miles de navarros que aunque no aparecen en las placas padecieron
el peso de una represión brutal ahogada en el silencio cómplice de la mayoría
de sus paisanos. Qué 80 años después haya que poner nombres a aquella barbarie,
que deshizo medio centenar de familias solo en Olite/Erriberri, da solo una
idea de su profundo calado y de un miedo aterrador que borró apellidos y
hogares del mapa de historia.
Benito
García Calvo, al que llamaban “Andarín”, tenía 50 años cuando le detuvieron en
julio de 1936. Miembro de Izquierda Republicana, el partido de Azaña, era el encargado
de los camineros de la “casilla” situada en la salida a Caparroso. García daba
empleo a jornaleros que trabajaban en el mantenimiento de la red de carreteras
de la Diputación, entre ellos a su hijo Félix y a otros mozos que en aquellos
convulsos años militaban en organizaciones de izquierda que pedían pan y
trabajo en tiempos de desempleo y carentes de cualquier protección social.
Grupo de republicanos olitenses |
Idéntica suerte
padeció a los días su hijo mayor Félix, de 25 años y soltero, que junto a una
veintena de olitenses había sido llevado a la prisión de Pamplona y el 27 de
agosto un “camión asesino” transportó a 13 de ellos a un lugar de la sierra de
El Perdón donde los fusilaron sin ni siquiera hacer el paripé de juzgarlos. En
una fosa común permanecieron sus cuerpos hasta que en los años ochenta, a golpe
de pico y pala, fueron a desenterrarlos sus familiares.
Además de Félix, la
familia García Resano contaban con otro hijo, Jesús, y dos niñas de edad más corta,
Ascensión y Mª Pilar, sobre las que también se cebaron los nuevos mandatarios franquistas.
Una quincena de mujeres, esposas o hijas de republicanos, fueron peladas en la
Plaza de Olite como escarnio público. Una vez raparlas, les obligaron a pasear
por el pueblo con un crucifijo y la bandera rojigualda triunfante. Solo una
adolescente pudo entrecortar palabras para cantar el himno falangista del Cara
al Sol al que les forzaron. A las demás el terror les atoró la garganta y no
pudieron pronunciar ni una sílaba. Y lo pagaron. Tres de ellas fueron enviadas
a la prisión de Pamplona. Antes, tuvieron que barrer la casa consistorial y la
Plaza para que públicamente exhibieran sus cabezas peladas. La foto de la
familia García Resano no es solo la de los dos camineros asesinados, sino
también la de una desvergüenza que duró demasiado.Visita de Franco a Olite |
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