La celebración este sábado en la iglesia de San Francisco de
Olite de la entrega del premio Príncipe de Viana de la Cultura pone más de
relieve la importancia que tuvo para la historia y la educación en el marco de
Navarra, e incluso europeo, aquel gran bibliófilo y escritor que fue Carlos
Aragón Evreux (1421-1461) y que bien merecería un recuerdo especial en su desangelado Palacio de Olite.
¿Por qué la
British Library, la Bibliothèque Nationale de France o el Cleveland Museum guardan
códices preciosos que pertenecieron al Príncipe de Viana y en el Palacio Real
de Olite, donde pasó lo mejor de su vida, hay vacío donde cabría, al menos, un
didáctico recuerdo de la biblioteca que atesoró posiblemente en esos mismos
salones? Todos podemos estar de acuerdo en que no sería difícil recrear en
formato digital u otro aquel legado que merece atención en Londres, París u Ohio
y que, penosamente, en su casa encuentra el olvido.
El Príncipe
de Viana fue un soberano más renacentista que medieval. El cuadro de José
Moreno (1881) que está en el Museo del Prado divulgó su imagen triste y,
precisamente, rodeada de libros. Sabemos que su a muerte en Barcelona, dicen
que envenenado por su padre, tenía al menos 120 ejemplares, una cantidad nada
desdeñable para una época en la que Gutenberg llevaba solo unos años con la
imprenta (1449).
Además de
bibliófilo, el príncipe fue escritor y a él se debe la primera historia de
nuestro reino, “Crónica de los reyes de Navarra”. También tuvo tiempo para
traducir al filósofo Aristóteles en “Ética a Nicómano”. El hijo de Blanca de
Navarra fue un hombre instruido, con mala suerte en la pugna política por la
corona que perdió contra Juan II y tan manirroto en lo económico que falleció arruinado
y tuvo que vender su querida biblioteca para saldar cuentas con los acreedores.
Como compensación
a la mala estrella que le acompañó en vida, bien merece Don Carlos que, casi
560 años después, se destaque una sensibilidad poco común en su época. Una idea
sería, en lo posible, hacer un inventario y la reproducción facsímil de, por
ejemplo, alguno de los mejores ejemplares que han estudiado expertos como el
bibliotecario, historiador y escritor (además de amigo de Olite para el que
escribió un guión del las Fiestas Medievales) Mikel Zuza o la también
historiadora del arte de la Universidad de Lleida Josefina Planas, que ha
escudriñado sus libros en “Los códices miniados de la biblioteca del Príncipe
de Viana: un intento de reconstrucción” (2017).
La
biblioteca personal de Carlos era variada. En la biografía “Príncipe de Viana:
el hombre que pudo reinar” (Pamiela, 2018) Zuza explica que poseía volúmenes de
autores clásicos, sobre piedras preciosas, de teología, historia, leyes,
novelas de caballería, bíblicos, notariales o enciclopédicos. Muchos “se sabe
que fueron traídos desde Olite a Barcelona”, apunta el pamplonés.
La primera
de las réplicas que cabría en ese espacio imaginario y maravilloso sería, por
ejemplo, las “Epístolas de Falaris, Crates y Bruto”, que se conservan hoy en la
Biblioteca Nacional de Francia. Sabemos que perteneció al nieto de Carlos III
el Noble porque, como los otros identificados, está decorado con su
inconfundible heráldica. Entre las armas del
códice se aprecia el escudo de Navarra cuartelado de Evreux y Sicilia, como los
que se ven tallados en el claustro de Santa María o la portada de los
Franciscanos de Olite. Las divisas “Bonne foy” (Buena fé) y “Qui se humiliat
exaltatibur” (Quien sea humillado será se enaltecido) también identifican al
dueño, así como los dos lebreles contrapuestos o las hojas y frutos de castaño
que adornan la iconografía de la dinastía gala que entroncó en Navarra y a la
que también ha seguido la pista, por ejemplo, María Narbona en “¡Ay! ... las
divisas de Carlos de Evreux, Príncipe de Viana” (2011) o Mikel Ramos en “La
majestad del soberano. Cimeras, colores y divisas” (1996).
Las “Epístolas”
fueron a parar, junto a otros libros del príncipe, a la biblioteca de Pedro de
Portugal, su sucesor en el gobierno conformado en Barcelona frente a Juan II de
Aragón, y al que tras una nueva subasta se perdió la pista para reaparecer en
el siglo XIX en manos del archivero de Marsella Louis Blancard. El valioso
ejemplar fue adquirido en 1889 por la Biblioteca de Francia, donde se guarda
como procedente del particular Léon Techenet.
En ese futurible
nuevo espacio del castillo de Olite tampoco podría faltar “el más lujoso y por
tanto más caro de todos los libros de su biblioteca”, las “Éticas de
Aristóteles” que el propio Carlos tradujo y actualmente conserva la Bristish Library
de Londres. Es el más bello de los códices localizados. En el margen inferior
campean las armas de Aragón franqueadas por los escudos de Navarra en
coexistencia con galgos, los lemas del linaje, castañas y trazos triojivales de
la familia de la ventana del “lazo eterno” que adorna la torre de la Atalaya de
Olite. La profesora de la universidad de Lleida Josefina Planas señala que a la
muerte del Príncipe el libro también pasó al Condestable de Portugal. Fue adquirido
en 1885 a Francisco Nera por el Bristish Museum y desde entonces está en los
fondos. Entre su rica ornamentación, Zuza ha
querido descubrir los retratos de los príncipes de Viana, de Carlos y
Agnes de Kleves, que también se casaron en Olite en 1439.
Borgoñón,
como la esposa prematuramente fallecida, era Guillem Hugoniet el iluminador o
decorador de los mejores códices. Uno de ellos fue “Las Cien Baladas
Historiadas” que recientemente se ha localizado en el Museo Condé de la ciudad
francesa de Chantilly. El escudo pintado en la portada está en malas
condiciones pero se adivina la heráldica de nuestro noble. “Eso le convierte en
el tercer libro de su biblioteca personal que podemos identificar sin duda
alguna”, escribe Zuza. El principal iluminador de Carlos fue Hugoniet y como
calígrafo trabajó Gabriel Altadell, que también ejerció de bibliotecario real y
firmaba como “pincipis librario” (bibliotecario del príncipe).
El hijo de Blanca
de Navarra (1385-1441) se enfrentó a su progenitor y desde la derrota de la
batalla de Aibar cayó en desgracia. Tuvo que abandonar su adorado castillo de
Olite y comenzó un exilio que le llevó de Sicilia a Mallorca y de allí a
terminar sus días en Barcelona, donde Planas dice que quería reorganizar definitivamente
su biblioteca.
Un ejemplar
que seguramente cuidó desde la salida al exilio fue un caro volumen heredado de
su abuelo Carlos III el Noble, otro gran bibliófilo. Del listado encontrado
tras su muerte se constata la presencia de “un libro de horas, denominado de San
Luis”, que se encontró en la capilla privada. Era un tomo lujoso, cubierto con brocado
y cierre de oro.
Podría
tratarse de un códice que los evreux fueron heredando desde que en 1398 murió
Blanca de Navarra, reina viuda de Francia durante casi medio siglo. En el testamento
legó a su sobrino Carlos III el Noble “El Breviario de San Luis” con la
condición de que “jamás saliera de la familia real de Navarra”, mandato que
cumplió escrupulosamente hasta su nieto el Príncipe de Viana que, con toda probabilidad,
tenía para él un hueco destacado de la estantería. Varios museos importantes
del mundo conservan copias del Breviario de San Luis, que luego se usaron como
reliquias. En la Biblioteca de Francia hay uno de los mejores.
Otros libros
de la herencia de Blanca que pudieron pasar a manos de la monarquía navarra
fueron “Las Grandes Crónicas de Francia” y “El ceremonial de la coronación,
unción y exequias de los reyes de Inglaterra”, el único que conservamos hoy en
el Archivo Real en Pamplona. Carlos III el Noble realizó tres largas estancias
en París entre 1397 y 1411. En la capital de lujo literario compró un “Libro de
Horas” que actualmente está en el Cleveland Museum de Ohio (EE.UU.). “Sus
miniaturas son una maravilla y cada página viene ornada por las armas de
Navarra Evreux”.
Hay más
libros hermosos, con mucha historia y decoración extraordinaria, que podrían
estar en la posible Biblioteca de Olite. Algunos van más atrás del Príncipe y
su dinastía, como el “Beato de Pamplona” del s.XII que hasta el XIX estuvo en
la catedral de Iruña y ahora guarda la Biblioteca de Francia. También hay dos
biblias de Sancho el Fuerte en Amiens (Francia) y el castillo de Harburg
(Alemania). El rey Teobaldo el Trovador
tiene partituras iluminadas en varias bibliotecas del mundo. En la Real
Academia de la Historia de Madrid está “La Guerra de la Navarrería”, que
escribió el poeta Guillem de Atelier hacia 1278, donde también tienen una
“Crónica de los Reyes de Navarra” de 1453 y más legajos, códices y libros relacionados
con Navarra y que encierran historias de nuestro pasado en museos que las
aprecian como alhajas.
La apertura
en internet de fondos bibliográficos públicos y privados, su acceso on line,
puede deparar nuevos descubrimientos que lleven, si quiera, a conocer dónde
quedaron atrapados para el conocimiento las páginas de aquellos códices que un
día estuvieron en nuestro castillo. Sería un detalle rescatarlos para Navarra,
para Olite.