Por Luis Miguel Escudero
Hay momentos en la historia que los hombres andan sobre las
aguas. Todos los caminos cruzan inciertos y adivinar el bueno es tarea de magos.
En uno de esos tiempos borrosos, el olitense José Martínez Bujanda (en ocasiones
lo escribe Martínez de Bujanda) fue el escribano fiel de la Diputación de
Navarra, el secretario encargado de dar fe de los acuerdos que se aplicaban
conforme a la nueva Constitución de Cádiz de 1812, de “La Pepa” que cumple ahora
doscientos años.
El de Olite
cargó con una tarea pesada en una Navarra todavía ocupada por los franceses de
Napoleón y que una vez liberada mostró un rostro refractario a la suspensión de
unos derechos forales con los que hacía tabla rasa la centralista carta
gaditana.
Gracias a
un pleito de hidalguía que se conserva en Valladolid, sabemos que José Martínez
Bujanda nació un 15 de diciembre de 1721 y que se casó con la también olitense
Ramona Armendáriz Solano. El apellido aparece ligado a una saga de plateros
navarros diseminada por varias localidades y hasta ayer a algunos de sus
vástagos se les recordaba en la ciudad como populares juerguistas o, por
ejemplo, respetables transportistas.
Josef
(José) Martínez Bujanda solicitó en septiembre de 1813 el puesto de secretario
de la Diputación, el más alto órgano de gobierno navarro, y gracias a ello conocemos
los “méritos y servicios” que alcanzó como militar en la Francesada. En el
“Memorial de sus andanzas durante la Guerra de la Independencia”, que guarda el
Archivo General de Navarra y ha recogido en su blog Rafael Carasatorre, se
aprecia que recorrió durante cinco años “gran parte de la Península en
comisiones y destinos temporales los más peligrosos y complicados”.
El olitense
sirvió a generales y estuvo a las órdenes de varias Juntas territoriales que se
levantaron contra Napoleón lo que le acarreó no pocos problemas, también
económicos, “habiendo llegado el caso de apurar todos mis recursos”, según
explica al responsable de la Diputación al que pide el puesto, el “Xefe
Político de este Reyno” que entonces era el liberal corellano Miguel Escudero
Ramírez de Arellano.
En su relato,
Martínez Bujanda abunda que durante la guerra peleó con desinterés, que nunca
reclamó ni empleo ni nada a cambio, pero que ahora que, salvo Pamplona, gran
parte de Navarra estaba liberada se encuentra con que ha “gastado quanto
tenía”. Endeudado “por seguir con tesón mis ideas de servir gratuitamente me
veo en circunstancias bastante apuradas para subsistir y sin ninguna
colocación”.
Llegado a este punto desgrana su curriculum. Destaca como fue secretario
de ministro de Marina y que el 2 de mayo de 1808 estaba en Madrid cuando el
levantamiento contra los franceses. Recalca que “entre bayonetas y cañones del
enemigo” salió hacia Zaragoza en la misión “más ardua y peligrosa” encargada
por los rebeldes. Tan fue así, que a su regreso a la capital española, los gabachos
intentaron encarcelarle. “La Junta Criminal creada en Madrid por el intruso
Josef (Bonaparte) despachó requisitoria para prenderme”, lo que forzó al
paisano a refugiarse en Galicia.
Después
sirvió de “secretario e intérprete” de varios generales del ejército sublevado.
En tareas de desalojo del francés, volvió a Castilla y sufrió “persecución e
infortunios” en el enfrentamiento contra el enemigo. Cuenta, por ejemplo, cómo
fue rodeado por 250 “westfalianos” a caballo y salvó la vida “por una especie
de prodigio después de hallarme cortado a tiro de pistola”.
Reitera que
todos estos servicios y “correrías” los hizo a sus expensas, sin gravar al
erario público, “por haberme propuesto desde un principio sacrificar mi sosiego
e intereses en obsequio de la Patria...”. José Martínez Bujanda informa que sus
méritos podían ser avalados por Francisco de Paula Escudero, único
representante navarro en la Cortes de Cádiz y hermano del responsable de la
Diputación al que dirige la petición del puesto.
También
apunta como referentes de su curriculum
al conde de Ezpeleta y al fiscal del Consejo Felipe Gil de Taboada, que estaban
presos de los franceses, así como a otros oficiales del ejército con los que peleó,
y que respaldarían al olitense para la Secretaría de una Diputación que
comenzaba a funcionar con arreglo a la nueva carta magna.
El 14 de
octubre de 1813, con Miguel Escudero con cargo de Presidente y con la guarnición gala de Pamplona a
punto de rendirse después de cuatro meses de asedio, José Martínez Bujanda fue
finalmente nombrado secretario provisional de la Diputación Provincial, en la nueva nomenclatura que emanaba de
Cádiz y que enterraba a la anterior Diputación
del Reyno, según ha estudiado Mercedes Galán en “Navarra ante el nuevo
fenómeno constitucional: El gobierno del último reino peninsular entre 1808 y
1814”.
El contexto político de aquella Navarra en la que el de
Olite era uno de sus cargos más relevantes resultaba bien complicado. La
Constitución de 1812 se había aprobado cuando los navarros todavía estaban sometidos
a Bonaparte. El único diputado presente en la asamblea gaditana, el oficial de
Marina Francisco de Paula Escudero, fue en calidad de suplente. Además, había
sido elegido por la exigua colonia navarra residente en Cádiz y su actividad pasó
desapercibida, según el profesor de la Universidad de Zaragoza Fernando Mikelarena.
La nueva
carta, liberal y centralista, terminaba con la tradición foral navarra e
incluso imposibilitaba la convocatoria de las Cortes del viejo reino porque su
competencia legislativa era ahora exclusiva del Estado. “La Pepa” uniformizaba
la nueva organización territorial y, en consecuencia, consideraba a Navarra
como una provincia más.
El regreso
del rey Fernando VII supuso la reimplantación del régimen anterior a Cádiz y la
erradicación de las innovaciones introducidas por las cortes gaditanas. Una
vuelta atrás con importantes repercusiones en Navarra, que en 1814 recuperó la
foralidad, restableció la antigua Diputación
del Reyno y devolvió a sus puestos a los mandatarios nombrados antes de la
guerra, precisamente en las Cortes de 1801 que se habían reunido en Olite.
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