viernes, 16 de octubre de 2020

NOTICIAS DE LA BIBLIOTECA REPUBLICANA DE OLITE (1933)


Cartel de la II República
La Red de Bibliotecas de Navarra celebra su aniversario y ha difundido que se gestó hace 70 años con aperturas en Altsasu y Miranda de Arga, si bien está documentado que en 1933, por ejemplo, funcionaba ya en Olite/Erriberri una gracias a la iniciativa del Alcalde Carlos Escudero Cerdán que en la sesión plenaria del 25 de febrero planteó la creación de una “Biblioteca popular, escolar y municipal” que desgraciadamente terminó con algunos de sus libros en la hoguera, una historia poco conocida fraguada en tiempos convulsos.

            El alcalde que pertenecía a Acción Republicana del Presidente Azaña, y que fue asesinado en noviembre de 1936, sembró la semilla para que el consistorio comprara un lote de libros por 3.561 pesetas, que se encargó a la firma Empresario del Libro, de la calle Barquillo nº 9 de Madrid. El Pleno respaldó la idea por unanimidad, “para demostrar una vez más su gran entusiasmo y amor por la cultura” según recoge el libro de actas.


 
            El Ayuntamiento olitense nacido de las elecciones locales que en 1931 abrieron la puerta a la II República estaba formado por diez ediles, siete de la conjunción republicano socialista, dos carlistas y un monárquico. En 1934 la situación dio la vuelta. Tras la fallida Revolución de Asturias las derechas (Ceda) llegaron al poder del Estado, frenaron la labor de los primeros gobiernos de progreso y destituyeron ayuntamientos en bloque, como el de Olite/Erriberri, por supuesta colaboración con los huelguistas.

            Fue en este momento cuando la biblioteca municipal se convirtió en diana. El Gobernador Civil nombró directamente en noviembre un nuevo consistorio presidido por José Iturralde, gerente de la fábrica Harinera. Un concejal de la nueva etapa pidió entonces la revisión de los libros por contener “hechos inmorales e ideas disolventes que no deben divulgarse...”.

            Además, concitó el apoyo de “varios padres de familia” que extendieron la sospecha a manuales como “Una historia del mundo para niños” de Hillyer que abordaba la creación del planeta o las “Lecturas históricas” adaptadas por Rodolfo Llopis. El ayuntamiento ordenó a los maestros Julián Tabernero y Mª Isabel Arrondo que recogieran los volúmenes. 

           Fue entonces cuando designó censores al párroco de San Pedro y al médico del pueblo, para que revisaran “todos los libros que existen en la biblioteca municipal”. Estas “personas competentes” quedaron encargadas de señalar las publicaciones con “cosas inmorales o ideas disolventes” para que “se retiren de la circulación”. Finalmente, el 23 de octubre de 1935 el Ayuntamiento acordó que “se inutilicen por el fuego dichos libros toda vez que no deben ser leídos”, según detalla el acta.

            En marzo de 1936, una vez que con la victoria del Frente Popular los tribunales repusieron al Ayuntamiento primero y progresista, se denunció en el Pleno la destrucción ordenada por sus antecesores que, concretamente, afectó a 33 ejemplares de “Lecturas Históricas” escritas por Albert Thomas, 44 libros de “Una historia del mundo” de Hillyer y 41 ejemplares más purgados de la biblioteca. Cuatro meses después estalló el golpe de Estado y otros cuatro más tarde un grupo asesino tiroteó a Carlos Escudero, de 62 años, en una cuneta de Enériz.

Niños en la Placeta con su maestro, aprox. en 1935


viernes, 18 de septiembre de 2020

UNA BIBLIOTECA EN OLITE PARA EL PRINCIPE DE VIANA

La celebración este sábado en la iglesia de San Francisco de Olite de la entrega del premio Príncipe de Viana de la Cultura pone más de relieve la importancia que tuvo para la historia y la educación en el marco de Navarra, e incluso europeo, aquel gran bibliófilo y escritor que fue Carlos Aragón Evreux (1421-1461) y que bien merecería un recuerdo especial en su desangelado Palacio de Olite.

            ¿Por qué la British Library, la Bibliothèque Nationale de France o el Cleveland Museum guardan códices preciosos que pertenecieron al Príncipe de Viana y en el Palacio Real de Olite, donde pasó lo mejor de su vida, hay vacío donde cabría, al menos, un didáctico recuerdo de la biblioteca que atesoró posiblemente en esos mismos salones? Todos podemos estar de acuerdo en que no sería difícil recrear en formato digital u otro aquel legado que merece atención en Londres, París u Ohio y que, penosamente, en su casa encuentra el olvido.

            El Príncipe de Viana fue un soberano más renacentista que medieval. El cuadro de José Moreno (1881) que está en el Museo del Prado divulgó su imagen triste y, precisamente, rodeada de libros. Sabemos que su a muerte en Barcelona, dicen que envenenado por su padre, tenía al menos 120 ejemplares, una cantidad nada desdeñable para una época en la que Gutenberg llevaba solo unos años con la imprenta (1449).

            Además de bibliófilo, el príncipe fue escritor y a él se debe la primera historia de nuestro reino, “Crónica de los reyes de Navarra”. También tuvo tiempo para traducir al filósofo Aristóteles en “Ética a Nicómano”. El hijo de Blanca de Navarra fue un hombre instruido, con mala suerte en la pugna política por la corona que perdió contra Juan II y tan manirroto en lo económico que falleció arruinado y tuvo que vender su querida biblioteca para saldar cuentas con los acreedores.

           Como compensación a la mala estrella que le acompañó en vida, bien merece Don Carlos que, casi 560 años después, se destaque una sensibilidad poco común en su época. Una idea sería, en lo posible, hacer un inventario y la reproducción facsímil de, por ejemplo, alguno de los mejores ejemplares que han estudiado expertos como el bibliotecario, historiador y escritor (además de amigo de Olite para el que escribió un guión del las Fiestas Medievales) Mikel Zuza o la también historiadora del arte de la Universidad de Lleida Josefina Planas, que ha escudriñado sus libros en “Los códices miniados de la biblioteca del Príncipe de Viana: un intento de reconstrucción” (2017).

            La biblioteca personal de Carlos era variada. En la biografía “Príncipe de Viana: el hombre que pudo reinar” (Pamiela, 2018) Zuza explica que poseía volúmenes de autores clásicos, sobre piedras preciosas, de teología, historia, leyes, novelas de caballería, bíblicos, notariales o enciclopédicos. Muchos “se sabe que fueron traídos desde Olite a Barcelona”, apunta el pamplonés.

            La primera de las réplicas que cabría en ese espacio imaginario y maravilloso sería, por ejemplo, las “Epístolas de Falaris, Crates y Bruto”, que se conservan hoy en la Biblioteca Nacional de Francia. Sabemos que perteneció al nieto de Carlos III el Noble porque, como los otros identificados, está decorado con su inconfundible heráldica.  Entre las armas del códice se aprecia el escudo de Navarra cuartelado de Evreux y Sicilia, como los que se ven tallados en el claustro de Santa María o la portada de los Franciscanos de Olite. Las divisas “Bonne foy” (Buena fé) y “Qui se humiliat exaltatibur” (Quien sea humillado será se enaltecido) también identifican al dueño, así como los dos lebreles contrapuestos o las hojas y frutos de castaño que adornan la iconografía de la dinastía gala que entroncó en Navarra y a la que también ha seguido la pista, por ejemplo, María Narbona en “¡Ay! ... las divisas de Carlos de Evreux, Príncipe de Viana” (2011) o Mikel Ramos en “La majestad del soberano. Cimeras, colores y divisas” (1996).

            Las “Epístolas” fueron a parar, junto a otros libros del príncipe, a la biblioteca de Pedro de Portugal, su sucesor en el gobierno conformado en Barcelona frente a Juan II de Aragón, y al que tras una nueva subasta se perdió la pista para reaparecer en el siglo XIX en manos del archivero de Marsella Louis Blancard. El valioso ejemplar fue adquirido en 1889 por la Biblioteca de Francia, donde se guarda como procedente del particular Léon Techenet.

            En ese futurible nuevo espacio del castillo de Olite tampoco podría faltar “el más lujoso y por tanto más caro de todos los libros de su biblioteca”, las “Éticas de Aristóteles” que el propio Carlos tradujo y actualmente conserva la Bristish Library de Londres. Es el más bello de los códices localizados. En el margen inferior campean las armas de Aragón franqueadas por los escudos de Navarra en coexistencia con galgos, los lemas del linaje, castañas y trazos triojivales de la familia de la ventana del “lazo eterno” que adorna la torre de la Atalaya de Olite. La profesora de la universidad de Lleida Josefina Planas señala que a la muerte del Príncipe el libro también pasó al Condestable de Portugal. Fue adquirido en 1885 a Francisco Nera por el Bristish Museum y desde entonces está en los fondos. Entre su rica ornamentación, Zuza ha  querido descubrir los retratos de los príncipes de Viana, de Carlos y Agnes de Kleves, que también se casaron en Olite en 1439.

            Borgoñón, como la esposa prematuramente fallecida, era Guillem Hugoniet el iluminador o decorador de los mejores códices. Uno de ellos fue “Las Cien Baladas Historiadas” que recientemente se ha localizado en el Museo Condé de la ciudad francesa de Chantilly. El escudo pintado en la portada está en malas condiciones pero se adivina la heráldica de nuestro noble. “Eso le convierte en el tercer libro de su biblioteca personal que podemos identificar sin duda alguna”, escribe Zuza. El principal iluminador de Carlos fue Hugoniet y como calígrafo trabajó Gabriel Altadell, que también ejerció de bibliotecario real y firmaba como “pincipis librario” (bibliotecario del príncipe).

            El hijo de Blanca de Navarra (1385-1441) se enfrentó a su progenitor y desde la derrota de la batalla de Aibar cayó en desgracia. Tuvo que abandonar su adorado castillo de Olite y comenzó un exilio que le llevó de Sicilia a Mallorca y de allí a terminar sus días en Barcelona, donde Planas dice que quería reorganizar definitivamente su biblioteca.

            Un ejemplar que seguramente cuidó desde la salida al exilio fue un caro volumen heredado de su abuelo Carlos III el Noble, otro gran bibliófilo. Del listado encontrado tras su muerte se constata la presencia de “un libro de horas, denominado de San Luis”, que se encontró en la capilla privada. Era un tomo lujoso, cubierto con brocado y cierre de oro.

            Podría tratarse de un códice que los evreux fueron heredando desde que en 1398 murió Blanca de Navarra, reina viuda de Francia durante casi medio siglo. En el testamento legó a su sobrino Carlos III el Noble “El Breviario de San Luis” con la condición de que “jamás saliera de la familia real de Navarra”, mandato que cumplió escrupulosamente hasta su nieto el Príncipe de Viana que, con toda probabilidad, tenía para él un hueco destacado de la estantería. Varios museos importantes del mundo conservan copias del Breviario de San Luis, que luego se usaron como reliquias. En la Biblioteca de Francia hay uno de los mejores.

            Otros libros de la herencia de Blanca que pudieron pasar a manos de la monarquía navarra fueron “Las Grandes Crónicas de Francia” y “El ceremonial de la coronación, unción y exequias de los reyes de Inglaterra”, el único que conservamos hoy en el Archivo Real en Pamplona. Carlos III el Noble realizó tres largas estancias en París entre 1397 y 1411. En la capital de lujo literario compró un “Libro de Horas” que actualmente está en el Cleveland Museum de Ohio (EE.UU.). “Sus miniaturas son una maravilla y cada página viene ornada por las armas de Navarra Evreux”.

            Hay más libros hermosos, con mucha historia y decoración extraordinaria, que podrían estar en la posible Biblioteca de Olite. Algunos van más atrás del Príncipe y su dinastía, como el “Beato de Pamplona” del s.XII que hasta el XIX estuvo en la catedral de Iruña y ahora guarda la Biblioteca de Francia. También hay dos biblias de Sancho el Fuerte en Amiens (Francia) y el castillo de Harburg (Alemania). El rey Teobaldo el Trovador  tiene partituras iluminadas en varias bibliotecas del mundo. En la Real Academia de la Historia de Madrid está “La Guerra de la Navarrería”, que escribió el poeta Guillem de Atelier hacia 1278, donde también tienen una “Crónica de los Reyes de Navarra” de 1453 y más legajos, códices y libros relacionados con Navarra y que encierran historias de nuestro pasado en museos que las aprecian como alhajas.

            La apertura en internet de fondos bibliográficos públicos y privados, su acceso on line, puede deparar nuevos descubrimientos que lleven, si quiera, a conocer dónde quedaron atrapados para el conocimiento las páginas de aquellos códices que un día estuvieron en nuestro castillo. Sería un detalle rescatarlos para Navarra, para Olite.



martes, 21 de julio de 2020

COOPERATIVISMO OLITENSE Y VISITA DE EUSKO IKASKUNTZA

 Flamarique con trabajadores de la fábrica harinera
La expedición que hicieron el 20 de julio de 1920 a Olite/Erriberri los participantes del segundo congreso de la Sociedad de Estudios Vascos/Eusko Ikaskuntza que se desarrollaba en Iruña no tuvo solo como interés el Palacio Real, sino que también, y no en menor importancia, el objetivo era analizar “in situ” el destacado entramado de empresas cooperativas que Victoriano Flamarique dirigía en la localidad, un sacerdote que había colaborado con la institución desde su creación por las diputaciones forales.
Edificio de la Caja Rural, origen del entramado empresarial
            Los excursionistas visitaron, primero, Estella/Lizarra y luego recalaron en el municipio que acogía el trabajo pionero del cura de Santa María, un Flamarique que ya había propagado los beneficios del asociacionismo campesino y la creación de empresas sociales desde el primer congreso fundacional de Oñati (1918).
            El acta del viaje del que se cumple el centenario cuenta que tras ser recibidos en la estación por una multitud, se dirigieron con las autoridades locales al Circulo Católico para visitar sus dependencias, “sin excluir una modesta Biblioteca”.
El cura de Santa María colaboraba con la Sociedad de Estudios
            “Atentos siempre a las explicaciones del señor Flamarique, alma de toda la obra social que resplandece en Olite”, precisa el cuaderno, los congresistas pasearon por edificios y oficinas “de esta magna empresa, que comenzó en el año 1904 con la creación de una Caja rural”.
            Los visitantes, continua el relato, conocieron como después los vecinos organizados constituyeron su propia cooperativa de abonos y una fábrica de harina federada con San Martín de Unx, Ujué y Pueyo. Un año después, en 1909, se fundó una cooperativa para gestionar la producción y consumo de electricidad desde lo local “con tarifas desconocidas por su baratura”. Los socios compraron una central en la Foz de Lumbier y construyeron otra en Gallipienzo, que “da luz a cuatro pueblos y mueve la fábrica de harinas, motores de dos bodegas ... “.
Foto de olitenses en 1920
            Finalmente los expedicionarios se pararon en la joya de la corona, la Bodega Cooperativa Olitense creada en 1912 y que ya proyectaba su ampliación. “En nuestra visita pudimos estudiar de cerca esta obra admirable, y hasta probar algunos de los vinos almacenados en las inmensas bodegas modelo...”, escribe el redactor de la memoria que, tras supervisar unas excavaciones en el derruido Palacio, fueron nuevamente obsequiados con un refresco y, antes de regresar en el tren a Pamplona, “el pueblo nos despidió cariñosamente”.
            El II Congreso de Estudios Vascos se había inaugurado el 18 de julio en el Teatro Gayarre con las intervenciones de Arturo Campión, como miembro de la permanente de la Sociedad; José María Landa, Alcalde de Pamplona; Lorenzo Oroz, Vicepresidente de la Diputación de Navarra y el Ministro de Gracia y Justicia de Alfonso XIII, Gabino Bugallal Araújoconde de Bugallal

lunes, 20 de julio de 2020

OLITE ACOGIÓ AL II CONGRESO DE ESTUDIOS VASCOS DE 1920

Se cumple 100 años de la visita
Se cumple un siglo, el 20 de julio de 1920, de la visita a Olite/Erriberri que realizó un centenar de miembros de la Sociedad de Estudios Vascos/Eusko Ikaskuntza como actividad del congreso que se celebraba en Pamplona/Iruña promovido por las cuatro diputaciones fundadoras y que, entre otros aspectos, consistió en la supervisión de las excavaciones que para los expertos se hicieron en las ruinas del Palacio Real.
            En las actas del congreso aparece la excursión en tren hasta la localidad, donde en la estación “nos esperaba mucha gente, presidida por las autoridades. Rodeados del pueblo, entre el estampido de los cohetes”, fueron recibidos los sabios según describe el relator.
La Diputación realizó excavaciones para los expertos
            La crónica recoge que los participantes examinaron el monumento desde lo alto de las deterioradas torres: “Produce lástima el ver cómo se va desmoronando tanta riqueza”. La Diputación de Navarra, previo a la visita, organizó obras desescombro y arregló el pavimento para facilitar el tránsito.
            “En la memoria inédita de Borobio y Carrera para el concurso de 1924 de reconstrucción del Palacio se mencionan también estos trabajos y se añade que en ellos se recuperó uno de los 5.200 discos metálicos que fabricó Thierry Bolduc para colgarlos del techo dorado (¿de la Sala de los Ángeles?) con cadenitas”, explica el investigador y arquitecto Aitor Iriarte.
El monumento se encontraba en plena ruina (Foto 1917)
            El Segundo Congreso de la Sociedad de Estudios Vascos se celebró entre el 18 y 23 de julio y fue el primero con un ámbito temático preciso: “La enseñanza y las cuestiones económico-sociales”. En la inauguración, el domingo 18, hubo un desfile hasta la Catedral pamplonesa en la que estuvo el Alcalde de Olite/Erriberri como representare de las ciudades cabeza de Merindad. Además de autoridades de los territorios históricos también participó el ministro Justicia del rey Alfonso XIII, que luego estuvo en la clausura.
La Galería del Rey se sostenía de milagro
            El encuentro de Iruña tuvo, quizá, menos pompa que su predecesor de Oñati (Gipuzkoa), al que la Diputación Foral invitó como representante navarro al padre del cooperativismo agrario olitense, al también párroco de la iglesia de Santa María VictorianoFlamarique Biurrun (Beire, 1872-Tarazona, 1946).
          La Sociedad de Estudios Vascos (en euskera Eusko Ikaskuntza) es una institución científico-cultural creada en 1918 por las diputaciones de Navarra, Gipuzkoa, Bizkaia y Álava para reunir a todos los amantes del País “que, ansiando la restauración de la personalidad del mismo, se proponen promover, por los medios adecuados, la intensificación de la cultura". Tiene un roble por enseña y la leyenda "Asmoz ta jakitez" ("Por el talento y el saber"). A ella pertenecieron y pertenecen numerosos intelectuales que colaboran en trabajos de investigación, asambleas y congresos.

jueves, 23 de abril de 2020

OLITE, MURALLAS Y PUERTAS CONTRA LA PANDEMIA

Recreación de caballero en el Portal de Falces
El recinto urbano de Olite tenía en la Edad Media una buena muralla que dominaba una veintena de torres y cuatro puertas de las que en tiempo de peste solo permanecía abierta y muy vigilada la del Portal de Falces también conocido como de las Cabras, porque por el atravesaba el rebaño municipal que iba a pastar al Monte, o del Carmen y del que hoy solo queda una hornacina con la virgen de su advocación.
            Cuando la amenaza de pandemia se acercaba, y fue muchas veces, este único acceso desde el Este del municipio era custodiado por dos guardias y varios regidores, que como los ediles actuales eran nombrados por el vecindario pero por demarcaciones de barrio.
Muralla en uno de los sellos de Olite más antiguos
            Los habitantes de la villa, en tiempo de peste, no podían acoger a ningún forastero en casa si no tenían permiso del Concejo (Ayuntamiento), “so pena de diez ducados” de 1599 según dejó escrito el investigador Alejandro Díez en su autoeditado “Olite, historia de un reino” (1984). Cuando no había epidemia, los portales se cerraban por la noche, a las 20 horas en invierno y una hora más tarde en verano. Una campana situada en la torre del Chapitel anunciaba la clausura de la muralla.
            Las otras tres puertas de Olite eran, por el Norte, el Portal de Tafalla, en la rúa de San Francisco, que además se llamó del Mercado porque en el exterior daba acceso a sus eras o, también, Portal de la Fuente por el manantial de aguas que provenía del barrio de San Miguel situado a extramuros. A través de esta puerta el viajero penetraba en la almendra medieval, el Cerco de Dentro, el barrio que acogía a los vecinos más antiguos y de mejor posición.
Puerta de Tafalla, antes del Mercado
            En el Sur está todavía el Portal de Tudela, del siglo XII, y el más antiguo según Alejandro Díez. Junto a él aún hay restos de una torre defensiva. Al Este, cerraba el recinto el Portal de Fenero o del Río porque por el penetraba el grano (heno) y llegaba el camino que llevaba al Zidacos. Forma parte del Palacio Real y en la clave está coronado con el escudo de armas de los Evreux-Navarra.
            La conservación de la muralla era una obligación de todos. El Registro del Concejo (1224-1537) indicaba que para ser admitido como vecino del pueblo el aspirante tenía que hacer dos almenas en la barbacana. También ordenaba que la mitad de las multas que se imponían en la villa se destinaran a obras de conservación de la muralla, una estructura poco apreciada en nuestro tiempo y que, de alguna forma, eclipsó la construcción posterior del gran Palacio Real de Carlos III el Noble (sXIV).
Escudo Navarra-Evreux sobre Fenero
            Durante el reinado de su padre Carlos II, en 1365, el rey ordenó a los porteros Semero de Labiano y Pascual Orrazquina ( el hijo de Labiano y el peluquero en euskera) que informaran a todos los vecinos del deber de “contribuir a la cerrazón de las fortificaciones...”, mandato que exceptuaba a huérfanos y viudas. En 1399 el monarca ordenó al arquitecto Martín Périz de Estella y al maestre Johan Amaurri (Diez piedras) que estudiaran la reconstrucción de los muros y torres con un presupuesto de 730 libras, cuenta el también sacerdote Alejandro Díez en uno de los libros más detallado en la divulgación de la historia local y del que han bebido muchas fuentes.
            El perímetro del primer recinto amurallado de Olite rondaba los 600 metros de longitud y las torres alcanzaban los 12 metros de altura. El grosor de la muralla era de aproximadamente 3,5 metros y toda la estructura tenía un piso que recorría por el interior un paseo de ronda rematado con almenas.

sábado, 11 de abril de 2020

CUARENTENA EN LA ERMITA DE SANTA BRÍGIDA DE OLITE

Puerta del templo donde eran aislados los sospechosos
Confinarse, encerrarse o aislarse durante un tiempo, la cuarentena, ha sido ahora con el coronavirus y durante siglos con el cólera o la peste una buena práctica para cortar por lo sano la enfermedad, que en Olite se hacía a la menor sospecha con el bloqueo de las puertas de la muralla, su vigilancia día y noche y la incomunicación de sospechosos en, por ejemplo, la ermita de Santa Brígida situada a tres kilómetros en pleno monte Encinar.
Santa Brígida en su templo del sXIII
        Cuando llegó la noticia de la peste de 1599 lo primero que hizo el Concejo de Olite fue pregonar a los cuatro vientos que quedaba prohibido alojar sin su permiso a los forasteros. Los mandatarios municipales hicieron hincapié en que nadie debía penetrar en el pueblo por las falsas puertas o “portillos” que se habían abierto en los últimos años en los maltrechos lienzos de la muralla, como recuerda el historiador Peio J. Monteano en“La ira de Dios. Los navarros en la Era de la Peste (1348-1723)” de la editorial Pamiela.
         Desde el mes de abril, todas las entradas a la villa estaban candadas salvo el Portal de Falces o del Carmen, custodiado por los vecinos. Los guardas tenían la prohibición expresa de no dejar pasar a viajeros de Estella y Puente la Reina, que en aquel momento eran el foco de la enfermedad.
        Monteano cuenta que los olitenses evidenciaron su tenor un mes después, cuando ante la puerta aparecieron dos personas que dijeron ser de Cintruénigo pero realmente llegaban de la ciudad del Ega. Los viajeros querían entregar ropa al hijo de uno de ellos que estudiaba en la escuela de gramática del licenciado olitense Aznar.
         Descubierto en engaño, los sospechosos fueron confinados en la ermita de Santa Brígida, templo del siglo XIII en el que precisamente se han descubierto recientemente pinturas presididas por San Marcial, primer obispo de Limoges y precisamente protector contra la peste. El autor de la “Ira de Dios” también revela que “aunque la ropa se quemó prudentemente, el muchacho estellés murió al poco tiempo”.
          Con todo, Olite era un lugar bastante más seguro que Pamplona, por lo que el virrey Juan de Cardona se desplazó a mediados de septiembre cuando detectaron los primeros apestados en la capital. De la pandemia surgió la tradición del Voto de la Cinco Llagas, que Pamplona renueva aún cada Jueves Santo.
           En Tafalla pasaba algo parecido y a la localidad vecina llegaron en asilo los miembros del tribunal real y la corte mayor que dejaron Pamplona. Extremaron las medidas de prevención y, en lo religioso, los tafalleses invocaron la protección de San Sebastián y rodearon la localidad con un rollo de cera. Cuando la peste cedió, Tafalla perpetuó esta costumbre con la llamada “procesión de los muros”.
          El encierro en ermitas o edificios alejados fue un recurso frecuente. Al menor síntoma, hinchazón en las ingles o sobacos, bultos negros en la espalda, cara y manos, los enfermos quedaban confinados hasta que morían o demostraban su inmunidad, como hacían los de Olite en Santa Brígida y otras ermitas como la desaparecida de San Lázaro, de la que cuentan que rescataron la imagen del Cristo de la Buena Muerte ante la que expiraban los apestados y que ahora está en la iglesia de Santa María y que cuenta con devoción en el vecindario.                                          
          Precisamente aislados de la peste, en cuarentena, permanecían los protagonistas de una de las grandes obras de la literatura, el Decamerón, en el que Boccaccio plasmó una de las descripciones más terrible de la pandemia que asolaba Florencia: “Tan grande fue el espanto que este hecho puso en las entraña de los hombres que el hermano desamparaba al hermano y el tío al sobrino, y la hermana a su hermano querido y aun la mujer al marido. Y lo que era más grave y resultaba casi increíble, que el padre y la madre huían de los hijos tocados por la enfermedad...”

miércoles, 8 de abril de 2020

LA CORTE DE OLITE EN “EL REINO DE LA GUADAÑA”

Olite. Martintxo Historia ilustrada de Euskal Herria II (Txalaparta)
Durante casi dos siglos, del año 1348 a 1530, la peste fue una asidua del Reino de Navarra, diezmó poblaciones, arrasó generaciones e incluso tocó a los mismos reyes que tuvieron que sacar su corte del Palacio de Olite para buscar refugio en pueblos de la Valdorba. La enfermedad sacudió sin tegua: “Y eran tantos, en verdad los que morían súbitamente, que incluso los que les llevaban a enterrar ya no volvían jamás” (Guillauma de Machaut, “Le jugement du Roi de Navarre” 1349).
            Antes que la guadaña de la muerte comenzará a segar navarros el reino había alcanzado unos 250.000 pobladores, cifra que después de la peste quedó en la mitad y Navarra no recuperó hasta el siglo XVIII, según recuerda el historiador del Archivo General de Navarra Peio J. Monteano en uno de sus primeros libros de referencia, publicado en 2002, hace ya 18 años, “La ira de Dios. Los navarros en la Era de la Peste (1348-1723) de la editorial Pamiela, un estudio pionero que ayuda a contextualizar hoy pandemias como el coronavirus.
            Reinaba Carlos III el Noble a finales de 1400 cuando la peste llegó a Olite. El 23 de enero del año siguiente y por recomendación de la reina Leonor el Concejo (ayuntamiento) hizo un voto al protector San Sebastián para que les librará del contagio, “por razón de la tribulación, angustia, y pestilencia de mortandad que a la presente corre por el mundo, que las gentes mueren súbitamente de la enfermedad en dos días especialmente en el Reino de Navarra y en las villas y lugares circunvecinos de Olite”.
            En busca de mejores vientos, cuenta Monteano, los nobles abandonaron la localidad y se vieron obligados a vagar por aldeas cercanas para alejarse prudentemente de aglomeraciones que favorecían el contagio. El rey y la reina se instaron en Barasoain. El príncipe primogénito Carlos y sus hermanas las infantas Juana, María, Blanca, Beatriz e Isabel se acomodaron con su séquito en el valle de Elorz.
            Tristán de Agramont, doncel del príncipe, murió apestado en la casa que el escudero Jimeno de Uroz tenía en la localidad valdorbesas de Iriberri, “probablemente tras haber contraído la enfermedad en los círculos cercanos a la familia real”. En Olleta, por ejemplo, la peste acabó en ese tiempo con “todos los labradores a excepción de dos”.
            Aproximadamente una década después, la pandemia volvió con fuerza a Olite, como refleja una dura ordenanza para regular los entierros que promulgó el Concejo. La Corte nuevamente abandonó el Palacio en la primavera de 1412. “Presos de terror y para aplacar la ira divina, los olitenses se volcaron en actos de piedad y bajo la dirección de su alcalde, Semero de Aparpeko, rodearon toda la villa con un cordón o mecha -los de Olite lo denominan en euskera, babil-“, explica el archivero Monteano. Con todo, la plaga continúo acumulando víctimas y entre ellas pronto se encontró el mismísimo Alcalde, que falleció apestado el 19 de agosto y fue enterrado en la iglesia de San Pedro al pie del altar de San Sebastián.
           Huyendo de la peste, los monarcas y la nobleza llegaron a Puente la Reina. Las crónicas cuentan que los cementerios se llenaron en Tafalla, San Martín de Unx, Berbinzana o Lerín. Fuero años catastróficos. “No tienen con qué vivir los pocos que son”. La ostentación de la Corte de Carlos III y su Palacio Real no consiguieron ocultar la penosa situación que vivió la población ni la desastrosa economía que heredaron los siguientes reyes, Blanca de Navarra y Juan II de Aragón. “Junto a los cantos de juglares y gracias de bufones, en las lujosas salas del palacio real de Olite se oye el lamento de las comunidades campesinas y burguesas clamando por una reducción de unos impuestos insostenibles para una población continuamente aminorada...”, describe apenado Peio J. Monteano.