miércoles, 8 de abril de 2020

LA CORTE DE OLITE EN “EL REINO DE LA GUADAÑA”

Olite. Martintxo Historia ilustrada de Euskal Herria II (Txalaparta)
Durante casi dos siglos, del año 1348 a 1530, la peste fue una asidua del Reino de Navarra, diezmó poblaciones, arrasó generaciones e incluso tocó a los mismos reyes que tuvieron que sacar su corte del Palacio de Olite para buscar refugio en pueblos de la Valdorba. La enfermedad sacudió sin tegua: “Y eran tantos, en verdad los que morían súbitamente, que incluso los que les llevaban a enterrar ya no volvían jamás” (Guillauma de Machaut, “Le jugement du Roi de Navarre” 1349).
            Antes que la guadaña de la muerte comenzará a segar navarros el reino había alcanzado unos 250.000 pobladores, cifra que después de la peste quedó en la mitad y Navarra no recuperó hasta el siglo XVIII, según recuerda el historiador del Archivo General de Navarra Peio J. Monteano en uno de sus primeros libros de referencia, publicado en 2002, hace ya 18 años, “La ira de Dios. Los navarros en la Era de la Peste (1348-1723) de la editorial Pamiela, un estudio pionero que ayuda a contextualizar hoy pandemias como el coronavirus.
            Reinaba Carlos III el Noble a finales de 1400 cuando la peste llegó a Olite. El 23 de enero del año siguiente y por recomendación de la reina Leonor el Concejo (ayuntamiento) hizo un voto al protector San Sebastián para que les librará del contagio, “por razón de la tribulación, angustia, y pestilencia de mortandad que a la presente corre por el mundo, que las gentes mueren súbitamente de la enfermedad en dos días especialmente en el Reino de Navarra y en las villas y lugares circunvecinos de Olite”.
            En busca de mejores vientos, cuenta Monteano, los nobles abandonaron la localidad y se vieron obligados a vagar por aldeas cercanas para alejarse prudentemente de aglomeraciones que favorecían el contagio. El rey y la reina se instaron en Barasoain. El príncipe primogénito Carlos y sus hermanas las infantas Juana, María, Blanca, Beatriz e Isabel se acomodaron con su séquito en el valle de Elorz.
            Tristán de Agramont, doncel del príncipe, murió apestado en la casa que el escudero Jimeno de Uroz tenía en la localidad valdorbesas de Iriberri, “probablemente tras haber contraído la enfermedad en los círculos cercanos a la familia real”. En Olleta, por ejemplo, la peste acabó en ese tiempo con “todos los labradores a excepción de dos”.
            Aproximadamente una década después, la pandemia volvió con fuerza a Olite, como refleja una dura ordenanza para regular los entierros que promulgó el Concejo. La Corte nuevamente abandonó el Palacio en la primavera de 1412. “Presos de terror y para aplacar la ira divina, los olitenses se volcaron en actos de piedad y bajo la dirección de su alcalde, Semero de Aparpeko, rodearon toda la villa con un cordón o mecha -los de Olite lo denominan en euskera, babil-“, explica el archivero Monteano. Con todo, la plaga continúo acumulando víctimas y entre ellas pronto se encontró el mismísimo Alcalde, que falleció apestado el 19 de agosto y fue enterrado en la iglesia de San Pedro al pie del altar de San Sebastián.
           Huyendo de la peste, los monarcas y la nobleza llegaron a Puente la Reina. Las crónicas cuentan que los cementerios se llenaron en Tafalla, San Martín de Unx, Berbinzana o Lerín. Fuero años catastróficos. “No tienen con qué vivir los pocos que son”. La ostentación de la Corte de Carlos III y su Palacio Real no consiguieron ocultar la penosa situación que vivió la población ni la desastrosa economía que heredaron los siguientes reyes, Blanca de Navarra y Juan II de Aragón. “Junto a los cantos de juglares y gracias de bufones, en las lujosas salas del palacio real de Olite se oye el lamento de las comunidades campesinas y burguesas clamando por una reducción de unos impuestos insostenibles para una población continuamente aminorada...”, describe apenado Peio J. Monteano.

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