jueves, 15 de agosto de 2013

PÍO BAROJA POR LA MERINDAD

Hace casi cien años el escritor Pío Baroja (San Sebastián, 1872-Madrid, 1953) se paseó por la Merindad en un viaje que le llevó de Pamplona a Tudela. El donostiarra, un verso libre en la literatura y la política, dejó plasmadas las impresiones que le sirvieron para su relato “La ruta del aventurero” (1916) y la guía “El País Vasco” (1953). Don Pío describe Tafalla como una “granja” colocada en medio de la llanura navarra, se sumerge en el ambiente tabernario de la época, observa con su habitual acidez y concluye que en la ciudad reina Baco y “el vino es un dios”. El retrato áspero, como su dueño, se extiende también a Barasoain, Olite, Ujué o Caparroso.

     Pío Baroja fue, ante todo, un pensador libre que sin algodones puso en su pluma cuanto le dio en gana. Habló y escribió mal de muchas gentes y sitios. Arremetió contra todo con una prosa sin par. Navarra estuvo siempre presente en su obra insolente y anticlerical. Su infancia trascurrió en Pamplona y pasó los veranos en el caserío Itzea que compró en Bera, cerca de donde los requetés estuvieron a punto fusilarle en 1936 y desde donde cruzó la muga hacia el exilio.

     El verano de 1914, según recoge Luis Gil en “Narraciones intrascendentes”, don Pío, que así llamaban a este representante de la llamada Generación de 98, se echó a un camino que abrasaba “el horrible bochorno”. Dejó Pamplona, a la que solía dar estopa en sus papeles: “una puñetera cabeza de cendea plagada de curas, soldados y peritos agrícolas”, dice, por ejemplo, de ella. Y siguió hacia el sur. Tras un primer alto en Campanas, a la hora de comer se presentó en Barasoain y, a la mañana siguiente, prosiguió hacia Tafalla “cuando más apretaba el sol”.

          En la ciudad del Cidacos no estuvo ni veinticuatro horas, las suficientes para describir, con extraña generosidad en él, la personalidad de unas gentes como las del mesonero que le acoge: “El amo de la posada de un pueblo cualquiera considera mucho más al compadre suyo que al forastero rico. Esto me parece muy bien. Yo soy de los que cree que el dinero no es apenas de uno. Solamente son de uno los instintos y las pasiones, las enfermedades y los deseos”.

     Aunque no se detiene en el típico retrato geográfico de la localidad, Baroja todavía tiene tiempo para referir la fértil campiña de Tafalla, “viñedos, trigales y huertas”. La imagina como “una gran granja colocada en medio de sus tierras de labor”.

    El relato, no obstante, se centra más en la impresión que recibe del vecindario que en referenciar calles, monumentos o iglesias. “Pasé la tarde y la noche en una taberna”. Enclaustrado en el templo del tinto y el clarete, Baroja encontró a los tafalleses “malhumorados”. “Únicamente se humanizan hablando del vino, por el cual tenían una verdadera adoración... Allí el vino es un dios que hace a los hombre irritables y violentos”. Encerrado en un bar del que casi no sale, el escritor observa en todas las partes el reinado de “un Baco huraño y violento. Se veía vino en las barricas, en los toneles, en las palanganas”.

    Al repuntar el sol, Baroja sale hacia Olite: “Más allá de Tafalla, siempre siguiendo las aguas del Cidacos, se encuentra Olite, con las torres del castillo donde vive el recuerdo de infortunado príncipe de Viana ...”, recogerá en su “Guía del País Vasco” de 1953 editada en Barcelona. También aparece Ujué, situado alrededor del Santuario, y “formado por algunas calles sumamente escarpadas...”.

    En su viaje al sur, el escritor de Itzea para en el “requemado y polvoriento” Caparroso, en el que en una de sus novelas colocará a un pobre aventurero inglés como médico de una partida liberal que busca levantiscos carlistas en la Bardena.

     Baroja escribe que en Caparroso oyó contar a un mozo que todos los sábados había trabucazos en el pueblo y a otro de Ujué, que entró en conversación, cómo el cura de la villa de la sierra escondía la escopeta bajo la sotana cuando iba a misa afín de evitar que los vecinos no se rieran de él. “Es la geografía en connivencia con las instituciones la que produce tales efectos”, remata el escritor en su enfurruñado andar rumbo a Tudela.


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