sábado, 5 de septiembre de 2015

UN MUNDO SIN INJUSTICIAS Y UNA CULTURA MAYOR

Al kioskero, que ha tropezado con algunas auroras y no se ha mezclado en ninguna, siempre le llamó la atención la letrilla que el cura Luis Andueza compuso para la que se entona cuando raya el alba de la fiesta del Día del Niño, que este año suma 50 años en Olite/Erriberri. Andueza era un sacerdote listo, de los que se llevaba el pueblo al catre. Tenía más cintura que una contorsionista de circo sin fieras y toreaba, a derecha e izquierda, con una finura que le llevó de ser párroco de la iglesia de San Pedro a canónigo de la catedral de Pamplona, posición que mantuvo hasta que con 86 años partió al más allá hace un lustro.
            Don Luis, que así le llamábamos los muetes, tenía la voz ronca, de locutor de radio o fumador de taberna, que lo mismo valía para bramar en el sermón de la misa de 11 que para acompañar el rasgar de un guitarra en las tascas del pueblo. Hombre rocero, como digo, se inventó aquello de la aurora que los chavales pasean todavía hoy escrita en un papelico y cantan al alba cuando las legañas levantan sus pegajosas persianas.
            Lo que, como el Cid, cuenta el compositor Andueza en su coplilla, aún después de muerto, no tiene desperdicio. Entre estribillo y estrofas, sustancia una filosofía optimista del porvenir que los niños inconscientemente han proyectado durante casi medio siglo, hasta que descubren un día que el tiempo aturullado les ha pisado los talones con el pelo cano y perciben que la vida pasa fugaz y son los nuevos muetes los que, como el diablo, susurran al oído que dejen paso porque:
             “El mundo de los mayores,
            cumplió un día su misión,
            Los niños de nuestro tiempo
            queremos uno mejor”.

            Don Luis Andueza, que en realidad se llamaba Luis Miguel y lo sé porque teníamos este secreto entre tocayos, arrancaba la primera estrofa de su aurora infantil con loas y alabanzas a Dios, y otras cosas de su profesión que se antojaban pretenciosas, como que las leyes de los hombres se tenían que “inspirar en el amor”. A mí aquello me parecían las hojas de parra que esconden la uva. Pero luego el canto, en la estrofa dos, comenzaba a tener una enjundia que se metió para siempre en los laberintos de mi cerebro.
            La estrofa dos era digna de un genio, de un poeta eterno, del profeta que adivinó que muchos años después de compuesta aquella letrilla, unos niños atorados por el frío de una mañana de septiembre iban a seguir pidiendo a Dios o a quién sea:
            “Una tierra sin fronteras,
            sin odios, guerras y rencor,
            Un mundo sin injusticias
            y una cultura mayor”.

            Y ahí el cura la clavaba tanto que parecía de Podemos o un ingenuo enmascarado que, como el agricultor de la Sarda, colocaba una semillita rebelde en el corazón de aquellos infantes, que al crecer abría a nuevas generaciones de muetes utopías tan inalcanzables como necesarias. Efectivamente, don Luis, si me escucha por allí arriba le tengo que señalar que en el mundo de los mayores ya no se puede ni respirar y que solo nos queda que prosperen los que quieren uno mejor, o sea tan culto y equitativo como el que inculcó en su perenne letrilla de la que muchos, injustamente, no saben quien fue su padre.

AURORA DEL DÍA DEL NIÑO DE OLITE

Estribillo:

El mundo de los mayores
cumplió un día su misión.
Los niños de nuestro tiempo
queremos uno mejor.

Estrofa 1

Un mundo donde los hombres
quieran y alaben a Dios.
Un mundo donde las leyes
se inspiren en el amor.

Estrofa 2

Una tierra sin fronteras,
sin odios, guerras y rencor.
Un mundo sin injusticias
y una cultura mayor.

Estrofa 3

Y ese mundo que buscamos
lo haremos con ilusión.
Los niños de nuestro tiempo
hermanados en amor.


1 comentario:

  1. Hoy ya adulto, recuerdo todavía el madrugón para la Aurora, y la ilusión con la que cantaba aquélla letrilla.
    Leída hoy tras muchos años, siento que mis propósitos de niño, se han ido a hacer puñetas, y no porque yo no lo haya intentado, simplemente, porque este mundo no entiende de ilusiones o buenos propósitos de unos mocosos que cantan por la calle despertando a los vecinos.
    Sigo analizando la letra, y digo, que Don Luis era un genio! Atreverse a pedir un mundo sin injusticias y mayor cultura en la España de 1965, tiene su enjundia. Hacérselo cantar a los niños, es la forma más inocente de protestar por algo que sabes que no funciona, y eso, nadie supo verlo como lo veo yo ahora, 50 años después, y sintiendo que es tarde.

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