Olite. Martintxo Historia ilustrada de Euskal Herria II (Txalaparta) |
Antes que la guadaña de la muerte comenzará a segar navarros el reino había alcanzado
unos 250.000 pobladores, cifra que después de la peste quedó en la mitad y
Navarra no recuperó hasta el siglo XVIII, según recuerda el historiador del
Archivo General de Navarra Peio J. Monteano en uno de sus primeros libros de
referencia, publicado en 2002, hace ya 18 años, “La ira de Dios. Los navarros
en la Era de la Peste (1348-1723) de la editorial Pamiela, un estudio pionero
que ayuda a contextualizar hoy pandemias como el coronavirus.
Reinaba
Carlos III el Noble a finales de 1400 cuando la peste llegó a Olite. El 23 de
enero del año siguiente y por recomendación de la reina Leonor el Concejo
(ayuntamiento) hizo un voto al protector San Sebastián para que les librará del
contagio, “por razón de la tribulación, angustia, y pestilencia de mortandad
que a la presente corre por el mundo, que las gentes mueren súbitamente de la
enfermedad en dos días especialmente en el Reino de Navarra y en las villas y
lugares circunvecinos de Olite”.
En busca de
mejores vientos, cuenta Monteano, los nobles abandonaron la localidad y se
vieron obligados a vagar por aldeas cercanas para alejarse prudentemente de aglomeraciones
que favorecían el contagio. El rey y la reina se instaron en Barasoain. El
príncipe primogénito Carlos y sus hermanas las infantas Juana, María, Blanca,
Beatriz e Isabel se acomodaron con su séquito en el valle de Elorz.
Tristán de
Agramont, doncel del príncipe, murió apestado en la casa que el escudero Jimeno
de Uroz tenía en la localidad valdorbesas de Iriberri, “probablemente tras
haber contraído la enfermedad en los círculos cercanos a la familia real”. En
Olleta, por ejemplo, la peste acabó en ese tiempo con “todos los labradores a
excepción de dos”.
Aproximadamente
una década después, la pandemia volvió con fuerza a Olite, como refleja una
dura ordenanza para regular los entierros que promulgó el Concejo. La Corte
nuevamente abandonó el Palacio en la primavera de 1412. “Presos de terror y para
aplacar la ira divina, los olitenses se volcaron en actos de piedad y bajo la
dirección de su alcalde, Semero de Aparpeko, rodearon toda la villa con un
cordón o mecha -los de Olite lo denominan en euskera, babil-“, explica el
archivero Monteano. Con todo, la plaga continúo acumulando víctimas y entre
ellas pronto se encontró el mismísimo Alcalde, que falleció apestado el 19 de
agosto y fue enterrado en la iglesia de San Pedro al pie del altar de San
Sebastián.
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