sábado, 27 de febrero de 2010

"OJO AL PARCHE"

Uno de los grandes aciertos de la película “Good” consiste en revelar cómo la maldad anida en el corazón de la gente “corriente”. Del ciudadano educado y previsiblemente civilizado que, en circunstancias clave, se trasforma en bestia. El filme viene a demostrar que la perversidad del nazismo no fue sólo obra de unos fanáticos, sino que las personas “normales”, encarnadas en el respetable profesor de literatura Viggo Mortensen, pueden llegara a ser peores que los más fanáticos extremistas. Todo es cuestión de un buen caldo de cultivo, la confluencia de astros y unas circunstancias favorables que den pábulo a la barbarie.

Los alemanes y los franceses llevan años machacando su conciencia histórica. Las últimas investigaciones insisten e insisten en que buena parte del pueblo alemán y los colaboracionistas franceses del régimen pro nazi de Vichy estuvieron implicados en la justificación de atrocidades que acabaron con la vida de millones de personas en la última guerra mundial.

En los años treinta, la mayoría de la población alemana no consideraba a Hitler un iluminado peligroso. Al contrario, le votaba en las urnas porque, por ejemplo, en una época de gran depresión económica había logrado acabar con el paro y reducido la delincuencia.

En la España de Franco ocurrió igual y hasta prácticamente nuestros días hay personas, incluso políticos cercanos, que no reniegan de un pasado labrado en campos de sangre a cuenta de una leyenda de supuesta paz social, eventual pleno empleo y construcción de pantanos por doquier, mientras la realidad mandaba al exilio a la intelectualidad y lanzaba a la emigración económica a la mano de obra barata.


Sin embargo, hay quien vivió cómodamente el régimen y, aún hoy, no tendría mayor empacho en aclamarlo abiertamente si políticamente no fuera un despropósito elogiar un golpe de estado tan bruto y carnicero.Pero esto, que hasta ahora dormía latente en las malas conciencias de algunos, parece que últimamente despierta a cuenta del crack económico del 2009. Y ahí vuelve el peligro de los autoritarios hibernados.

En un mundo en recesión con millones de personas sin trabajo (cuatro de ellos en el Estado español), el filo de la navaja del fascio se afila en la piedra más fina para que la hoja brille entre oscuros callejones de corrupción, desencanto político y demagogia populista que promete pan a las clases más desesperadas a cambio de mano dura y pensamiento plano.

EL FESTIVAL DE TEATRO LLEGA A LA DÉCADA

El Festival de Teatro Clásico de Olite cumple diez años, y por ello, desde este viernes 17 al 1 de agosto, va retomar espectáculos que hace una década tuvieron una importancia especial, como “El sueño de una noche de verano”, de Ur Teatro; “Las gracias mohosas”, de Teatro del Velador, y “El idiota en Versalles”, de Arden Producciones. La crisis, no obstante, también ha afectado al presupuesto y los grandes espectáculos del escenario de La Cava han sido las primeras víctimas.

Para compensarlo, el festival que desde el año pasado dirige Alex Pastor apuesta por los escenarios abiertos, algo que ha reportado nuevos aires al certamen olitense en sus últimas ediciones, con la novedad, en esta ocasión, de la participación de los vecinos del pueblo.

“Toronto’s wax museum theater. Museo de los horrores teatrales” es un espectáculo nocturno, itinerante, específicamente diseñado para el Palacio de Olite, que ofrece un recorrido a través de las escenas más importantes y más trágicas del teatro clásico. Se trata de una producción propia del Festival de Teatro Clásico de Olite, con Limboescena, en la que los actores locales hacen de monstruosos extras.

Este año también se cumple el 400 aniversario de la escritura de “El arte nuevo de hacer comedias”, texto de Lope de Vega que se convirtió en un referente de cómo escribir teatro en la época y, por ello, se presentarán diferentes propuestas en torno al autor. El ciclo “la palabra mágica”, que comenzó en la pasada edición, se centra en los aspectos esenciales del teatro clásico: la palabra y el actor. Este año, el grupo La Nave aborda el texto de Lope de Vega “El príncipe despeñado”, ambientado en Navarra, en formato de lectura dramatizada.

“En torno a los pre-barrocos” ofrece un repaso histórico sobre la evolución del teatro antes de la llegada de los grandes autores del barroco. Se representarán “El Auto de los Reyes Magos”, de Nao d’amores; “Las gracias mohosas”, de Teatro del Velador; “Historias de Martín de Villalba”, de Teatro del Norte, y “Lorenza Malandanza”, de Eugenia Manzanera.

Dentro de “Entorno calle”, se podrán ver los montajes “Barroco-roll”, de Azar Teatro; “Salvador, la marioneta gigante”, de Carros de foc; “Nómadas”, de Kanbahiota Trup; el grupo Antes de la función, “Lorenza Malandanza”, de Eugenia Manzanera, y “La hermosa Fea” y “La Gatomaquia”, ambas del Proyecto La Barraca.
En “El vino del personaje” un director de escena define el personaje de su función, y se explora su correspondencia con un vino. Intervendrán Helena Pimenta, Rafael Rodríguez y Juan Dolores Caballero.

Otro de los eventos del Festival será e-class, primer encuentro de escuelas superiores de arte dramático en torno a los clásicos, en el que participarán la Escuela Navarra de Teatro, la Escuela Superior de Arte Dramático de Castilla y León, la Escuela de Actores de Canarias, la Escuela Superior de Arte Dramático de Murcia y la Real Escuela Superior de Arte Dramático de Madrid.

Se han programado asimismo varias actividades complementarias, como la exposición “20 años de Ur”, que recorre la trayectoria de esta compañía que, además, este año acude al festival con su espectáculo de referencia; una exposición retrospectiva, con imágenes que ha generado el festival en los últimos años; “Cómo contar los clásicos a los niños: el sueño de una noche de verano”, y visita y entremeses teatrales en la Bodega Pagos de Araiz.

La X edición del Festival que organiza el Gobierno de Navarra cuenta con el patrocinio del Ayuntamiento de Olite/Erriberri y Autopistas de Navarra, y con la colaboración de la Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales, del Palacio Real de Olite y el Consejo Regulador Denominación de Origen Navarra.

viernes, 26 de febrero de 2010

DE TAFALLAMENDI A SAN GREGORIO

La primera vez que llegué a San Gregorio maldije mil veces haberlo pisado. Eran fiesta de Tafalla y los chavales de Olite hacíamos dedo, autostop, a la salida del pueblo. Como ningún coche nos paraba, éramos todos mastos de bigote lacio y no había muetas en la cuadrilla, decidimos subir andando. Han pasado más de treinta años, así que la muga entre Olite y Tafalla, cerca de la que era factoría de Luzuriaga, se llamaba entonces “cuesta de San Gregorio”.

Ahí mismo, donde comenzaba la pronunciada pendiente hoy desaparecida, vimos llegar el bólido “coupé” de uno de los solteros de oro del pueblo. Era un hombre con tela, enclenque y mal parecido, pero con el suficiente poderío como para tener gran auto y una novia buenorra y diferente que pasaba cada cierto tiempo por el morro de los paisanos. Por lo demás, gastaba un mal genio que le doblaba la fama de rico.

El tipo vio a la panda de muetes que hacía dedo. Frenó el auto con ostentación. Los cuatro amigos que íbamos a fiestas no podíamos creer tanta generosidad del malasombra. El chulico paró en seco en la punta del montículo y los muetes corrimos como posesos para subirnos al coche. Por fin, llegábamos a fiestas de Tafalla, pensamos. Cuando a la carrera alcanzamos su altura, el jodido apretó el acelerador y nos dejó allí tirados, en mitad de “Tafallamendi”, con la lengua fuera y chorreando más sudor que un manso cojo en el encierro.

A pesar de todo, un ratico a pie y otro andando, llegamos de noche a Tafalla. Eso sí, desde entonces y durante muchos años, los protagonistas de la anécdota nos acordamos de San Gregorio y del solterón guasón (que nos espere muchos años en el cielo) cada vez que llegaban las fiestas de la Virgen de la Asunción.

Creo que fue con la construcción de la Autopista AP-15 cuando desapareció la cuesta de la muga hermana. Una carretera nueva cortó el montículo como un melón y, a un lado, quedó la ermita y, al otro, una famosa casa de citas que tomó el nombre del santo protector de los campos, apelativo al que unió el de “Asador grill”, aunque todo el mundo supo bien pronto que allí lo que se ponía al rojo era una bombillica que lucía en la puerta y no las brasas de ninguna barbacoa. En fin, que el pobre montículo de San Gregorio quedó “aserrucheado” y por la vertiente del templo más alegre pasaron a partir de entonces muchos más romeros merindanos que por la ermita que vistan los tafalleses el 9 de mayo.

Con el tiempo, un sabio de Artajona borró los prejuicios que me habían surgido a cuenta del montículo situado en el límite y la relación que en mi subconsciente guardaba con el soltero chusco del auto. Me reconcilié, al fin, con San Gregorio por culpa de José María Jimeno Jurío, quien me explicó que en la Edad Media los de Olite llamábamos al montico “Tafallamendi”, mientras nuestros vecinos le decían, en romance, “Cabezo de la Torraza”. Aúpa Erriberri euskaldun.

Y para que así constara, el ilustre de Artaxona documentó que la primera vez que en los legajos se encontró con el término fronterizo fue en los archivos de Olite, en papeles que ya en 1279 le bautizaban “Tafayllamendi”, en 1341 “Taffallamendi” y en 1442 “Thaffallamendi”, topónimos que comenzaron a caer en desuso en la segunda mitad del siglo XV.

“El único monte de la zona es el que los tafalleses denominan cabezo de la Torraza, cabezo de San Gregorio desde el siglo XVII y actualmente San Gregorio. El nombre vasco no debió ser puesto por los tafalleses, que lo hubieran llamado monte de Tafalla, sino por navarros más meridionales, concretamente por los de Olite, para quienes, repetimos, el único monte que se hallaba en el camino hasta Tafalla era ese Cabezo”, dejó escrito el desaparecido Jimeno Jurío en su libro de “Toponimia” de Tafalla.

El caso es que también en la zona hubo un molino propiedad del rey de Navarra, cuya utilización fue origen de conflicto por que los de Tafalla cortaban el riego que el monarca quería utilizar en las tierras que, aguas abajo, poseía en Olite. En el siglo XIV ya hubo una sentencia favorable al soberano y en el XV el Príncipe de Viana volvió a penalizar a los tafalleses por el mal uso de “la acequia de la rueda de Thaffallamendi”.

En el siglo XVI, en 1561, el topónimo en Tafalla ya es la “Torraza del Cabezo” que “al camino real que ban de Olit a Taffalla” y en 1574 se concede la licencia para construir “la hermita del Señor San Gregorio de cabo el cabezo”. Es ahora cuando la palabra “torraza” va a dar paso a la de “cabezo” y, desde el siglo XIX, en los archivos tafalleses aparece registrado como “Cabezo de la Nava”, auque actualmente le llamemos “San Gregorio” por hallarse en el término una de las dos ermitas que perduran en la ciudad del Zidacos.

La “basílica en honor de Sant Gregorio y Santa Bárbara” fue mandada construir en 1574 por el alcalde Melchor de Mencos. Se dedicó al santo protector de los campos y durante siglos tuvo ermitaños encargados, por ejemplo, de rogar para que no entraran las plagas de langosta, rezar “contra la rañuela” o “traer el agua bendecida” con la que se santificaban los campos tafalleses para garantizar cosechas abundantes. El edificio fue reconstruido en el siglo XIX y junto a la ermita se colocó después una lápida que recuerda la batalla de Barranquiel (1143). Desde siempre, la raya ha sido frontera con los vecinos del Sur, que desde la vieja “Tafallamendi” llegan a mediados de agoto a disfrutar de las fiestas.

LA PELOTA EN OLITE, UN DEPORTE INMEMORIAL

En estos tiempos en los que el deporte por antonomasia, el fútbol, se ha convertido en sus altas esferas en un juego de euro millonarios que corren detrás de un balón conviene recordar que en nuestra ciudad se han practicado otras destrezas sin que necesariamente la habilidad haya tenido que importarse hace cien años de Inglaterra. El juego de la pelota a mano ha contado desde siempre con un grupo de seguidores que solían disputar su pericia en las fiestas patronales, una afición que hunde las raíces en la Edad Media y que Olite posee el privilegio de tener uno de los pocos documentos navarros que certifican su práctica ya en el año 1408.

Las referencias escritas al juego de la pelota aparecen abundantes en Francia, ya que era coto de su nobleza. También hay rastro en Castilla donde, por ejemplo, una miniatura de las “Cantigas” de Alfonso X incluye una escena de pelotaris. Las primeras noticias en Navarra datan de 1331 y se refieren a las órdenes dadas por el rey Felipe III de Evreux para levantar un tablado “para jugar a la palma” en el convento de los Dominicos de Pamplona.

El “jeu de paume” pasó, posiblemente por influencia francesa, al Viejo Reyno, donde los personajes que se movían cerca del monarca, nobles y clérigos, lo practicaron con asiduidad. Y es aquí donde aparece en la historia de la pelota nuestro pueblo. Es en el reinado de Carlos III el Noble (1387-1425) cuando se documenta la construcción de una cancha de juego en el Castillo de Olite. Un legajo medieval revela que en 1408, hace seiscientos un años, el rey advirtió de la necesidad de reparar el “terrado para jugar a peillota” que ya existía en su Palacio. Hasta mediados del siglo XVI no habrá más menciones a la pelota en la documentación medieval navarra, así que el dato de Olite es sumamente importante.

Fernando el Católico, hermanastro de nuestro Príncipe de Viana, ejercitó el deporte y su yerno, Felipe el Hermoso, marido de Juana la Loca, parece que falleció después de tomar agua fría tras un partido. Francisco I, Enrique II y Carlos IX de Francia también fueron pelotaris. Con el paso del tiempo, el clero socializó este deporte que, más tarde, llegó a las clases populares. Fueron tiempos en los que se extendieron las apuestas, las multas y prohibiciones.

En Olite, las paredes del derruido Castillo hacían las veces de improvisado frontón. Se jugaba a mano junto a la iglesia de Santa María y a pala en el frontis del que hoy es el Parador de Turismo. Los alguaciles apuntaban en su libretica. Ponían multas a diestro y siniestro, perseguían a unos jóvenes que no tenían espacios para jugarse los cuartos a la pelota. Empero, el juego se extendió por todo el territorio y se convirtió en el deporte del País.

En Olite llegamos al siglo XX sin un frontón en condiciones y fue en 1930 cuando el primer teniente de alcalde del ayuntamiento de la Dictadura de Primo de Rivera, Elifio Bariáin, rompió una lanza por tan noble deporte. En la sesión que se celebró previa a las fiestas patronales, Bariáin expuso a sus colegas de corporación la necesidad de levantar un frontis “donde el vecindario pueda dedicarse al deporte del juego de la pelota, ya que existe tanta afición a él y se carece de sitio apropiado para ello”. Urgió a que se tomara la idea en consideración porque, según Bariáin, era “el deporte propio de este país”.

Después, una comisión municipal se desplazó a Aoiz para ver el frontón de la localidad, mientras en Olite discutían si se iba a construir en la Placeta, en la “tajada de las Monjas, junto al cuartel de la Guardia Civil, o en la tajada del Portillo, al lado de la casa de Joaquín Ochoa”, que fue la opción más apoyada pese a que, finalmente, todo quedó en agua de borrajas.

No será hasta octubre de 1932 cuando, Benedicto Uztarroz y José Unzué, “por la Juventud olitense”, vuelvan a plantear al Ayuntamiento la necesidad de contar con un frontón. Ambos elevaron al consistorio republicano que presidía Carlos Escudero una instancia firmada por medio centenar de jóvenes en la que reclamaban que los presupuestos municipales incorporaran “una cantidad justa” para la obra.
Los suscribientes, muchos de ellos carlistas, recordaban que antes de que el régimen republicano llegara a la alcaldía había una partida de 27.000 pesetas para el frontón y que, posteriormente, la idea quedó aparcada para satisfacer otras necesidades. En la carta argumentaban que en Olite “hay una afición a tal deporte que no hay un solo chico o mozo que no deje de jugar a pelota después de sus trabajos agrícolas o industriales”.

Advertían que estaban obligados a jugar “en paredes agujereadas o defectuosas, teniendo por tanto el riesgo de ser denunciados por las Autoridades por tenerlo prohibido”, como ocurría, por ejemplo, en los muros del Castillo. La instancia añadía curiosos argumentos cuasi científicos. Subrayaba que “la pelota es el deporte más antiguo e higiénico y lo han reconocido todos los hombres de ciencia que hay que practicarlo para el desarrollo físico”.

Los impulsores del escrito acababan con esta aseveración: “la Juventud de Olite tiene ingenio para toda clase de deportes, como puede darse cuenta por el fútbol y ¿quién dice si el día de mañana si hubiera un frontón no tendríamos una figura destacada que engrandeciera nuestro pueblo?”.

Acabada de la guerra civil, en un contexto de penuria y reconstrucción estatal, el régimen del general Franco acudió a las obras públicas para generar empleo y reactivar la economía. Con Emiliano Maeztu en la alcaldía, el Ayuntamiento se lanzó a la promoción de obras importantes, como la pavimentación de las principales calles, la creación del barrio de Corea, un edificio para albergar las escuelas, la nueva Casa Consistorial y, por fin, el deseado frontón municipal que tantas veces habían reclamado los chavales.

El programa de fiesta del año 1948 incluyó el 12 de septiembre “la bendición e inauguración del grupo escolar y el frontón”. A mediodía, las autoridades e invitados cortaron la cinta de unas instalaciones que se mantienen en pie en nuestros días. Los actos organizados anunciaban que ”terminada la ceremonia se celebrará un emocionante partido de pelota entre aficionados de la localidad”. Por la tarde continuaron los enfrentamientos en los que intervinieron “los mejores pelotaris de remonte, pala y mano de Navarra”.

Son muchos los apellidos que en las últimas décadas han estado asociados al desarrollo en la ciudad de este deporte autóctono por excelencia. Aún a riesgo de dejarme alguno (perdón a los no aludidos) los hoy abuelos recuerdan a Labarta como un buen pelotari, a Orradre, a Vives y Matías Valencia “Pirulero”, estos últimos jugadores de paleta en la pared del Parador. A Arellano, Moisés Losarcos, a Medrano “Furraña”, a Javier Gil “Baldomero”, a Juan José Algarra “El Cacho”, los hermanos Gorri o a Jesús Ansa “Plomito”.

El padre José Luis, franciscano de sotana remangada, nos inició de muetes en la escuela de pelota que fundó en los años setenta del siglo pasado. Fue pareja de José Antonio Ansa “El Chato” en los campeonatos interpueblos que se celebraban con inigualable ambiente por toda la Merindad. El ermitaño de San Martín, el recientemente fallecido Viela, era un crak.“El Chato” también jugó con José Mª Sola “El Pi” y José Mª Algarra “Harry”. Además, en paleta destacaron sobremanera Joaquín Domínguez “Moñín” y los hermanos Balduz Ugarriza, que llegaron a participar en los mundiales de pelota como miembros de la delegación navarra. Fernando Valencia “Jovi”, Javier Eslava, Paco Gabari o Fernando Aramendia “Carraña” también le pegaban bien con la herramienta.

Hace doce años, Javier Escudero y Ángel Mari Izuriaga intentaron reinventar, con diferente éxito, la escuela de pelota. La iniciativa se recondujo, con la ayuda de Txema Nanclares, en la organización de un campeonato de pelota a mano para aficionados. Euge Zala Martínez y José Mª Marín “Faraón” ayudan desde hace cinco años para que el medio centenar de pelotaris que participan cada verano terminen estos días la temporada con una cena en la que al final se cuentan los clavos de unas manos en las que está el presente de un deporte arraigado en Olite desde hace seis siglos. Ahí es nada, 600 años.

jueves, 25 de febrero de 2010

UN MONOLITO PARA EL ALCALDE DE PITILLAS

CALENDARIO REPUBLICANO
Fuentebella (Soria), verano de 1936


La familia de quien fue alcalde de Pitillas en 1936 quiere cerrar el círculo de una desaparición de la que en estas fechas se cumplen 73 años.
El socialista Antonio Cabrero Santamaría fue asesinado en los montes de Soria que mugan con Cornago (La Rioja) después de estar oculto en ellos más de un mes. La amistad con unos pastores que faenaban en Pitillas le llevó a refugiarse allí. Eran los primeros días del golpe de estado que acabó con la República y el terror y la delación se apoderaron de la población de la zona cercana a la localidad de San Pedro Manrique.

Ahora, en el paraje de Fuentebella, los nietos del alcalde han programado una última batida para hallar los cuerpos de Cabrero y de Valentín Llorente, maestro de Fitero que le acompañó en infortunio. Se encuentren o no la fosa, los descendientes del edil pitillés que lució “la vara de la libertad” están dispuestos a levantar un monolito que recuerde su memoria. En la comarca, un manto de silencio cayó durante años. Entrevista a entrevista con los paisanos, de puerta en puerta durante la última década, los tafalleses Ander Cabrero y Maite Zalakain han desentrañando prácticamente el misterio.

Los de Tafalla, municipio en el que viven ahora los descendientes del alcalde fusilado, han recorrido en los últimos tiempos distintas localidades de Soria, La Rioja y Navarra. Han intercambiado correos por Internet con personas de la zona, hoy prácticamente despoblada, que residen en Madrid o Barcelona. Han lanzado su mensaje de búsqueda en foros relacionados con la memoria histórica y se ha entrevistado con políticos, periodistas e historiadores. Nada, de momento. El lugar exacto del enterramiento sigue siendo un misterio, aunque cada vez se acota más la escarpada y abrupta zona en la que se supone duermen los cuerpos.

La búsqueda la comenzó la abuela, continuó el padre de Ander, Valentín Cabrero, hijo del alcalde que quiso recuperar el comunal de Pitillas para aliviar la precariedad económica de los campesinos más modestos. Un hombre, Valentín, que antes del comienzo de la Transición fue concejal de Tafalla, y uno de los primeros parlamentarios forales navarros. Ander y Maite son los que han seguido los últimos años la estela de una familia a la que le falta que encaje la pieza más importante de su puzzle particular. A falta de unos restos, el monolito en los montes de La Sierra de La Alcarama aliviaría bastante el sufrimiento de dos generaciones. De tres con el pequeño Omar, bisnieto del Cabrero desaparecido.

Este es un reconocimiento a ellos y a las ideas qué representaron, la difusión de lo sucedido era una deuda pendiente con ellos y con todos los asesinados por las cunetas y barrancos del Estado. Todo este esfuerzo de titanes, Ander y Maite lo han plasmado en un cuaderno que llena cerca de 200 emocionantes hojas, que son la historia de su abuelo pero también la de Pitillas.

Ander recuerda que “durante años tratamos de obtener alguna información, pero casi siempre nos encontramos con un gran silencio. Maite, mi compañera, y yo, nos pusimos las pilas y en el año 2000 retomamos el asunto. Fuimos repasando los pocos datos que teníamos y comenzamos a investigar. No sabíamos ni por donde empezar, pero empezamos”.

Para organizarse, escribieron dato a dato todo lo referido a la búsqueda del abuelo. “En principio era para guiarnos, para saber quién era quién, para localizar y conocer los pueblos abandonados cercanos a San Pedro Manrique. Nos acercamos a la sierra sin ni tan siquiera saber su nombre. Tejimos una tela de araña apoyándonos en las personas que fuimos encontrando. Entablamos contactos que nos fueron llevando, despacio, unos a otros”.

Sin conocimientos de internet y sin ADSL, rastrearon por la red todo lo referente a los pueblos de la zona. Con muchas horas de trabajo, con el apoyo de los padres, amigos y algunas carambolas, reconstruyeron los últimos años de vida del alcalde y, sobre todo, los cuarenta días previos al asesinato. “El trabajo fue engordando hasta el punto de que para nosotros es una gran joya y nos vemos obligados a compartirlo, a difundirlo, para plasmar allá donde podamos la memoria del abuelo y del maestro de Fitero”, señala Ander.

Desde cavar prácticamente con las manos en el supuesto lugar del fusilamiento, hasta conseguir, por fin, entrevistarse con una mujer que les llevaba comida a los dos republicanos ocultos en un corral, muchos fueron los hilos que los tafalleses tuvieron que mover para hilvanar una historia terrible con un final fundido en negro.
Todo comenzó el 20 de julio de 1936, cuando un grupo de fascistas y algunos guardias civiles de Olite asaltaron el Ayuntamiento de Pitillas. El alcalde consiguió huir. “Sabemos que el abuelo se dirigió en busca de sus amigos Cirilo y Fabián Delgado, pastores a los que encontró en el borreguil de Acrijos y que conocía de cuando en años anteriores estos permanecían los inviernos con las ovejas en corrales próximos a Pitillas”, explica Ander.

Con estos y otros paisanos pasó el alcalde más de un mes, pernoctando en el corral Los Hoyuelos de Acrijos, donde les dejaban, a escondidas, comida y mantas. Al refugio también llegó Valentín Llorente “Valdemadera”, nacido en Igea y maestro en Fitero, que andaba huido por los alrededores. Tanto la localidad de Acrijos como Fuentebella, padecieron la varias visitas de los golpistas que, casa por casa, intimidaban a los vecinos. Ante esta situación de inseguridad, Cabrero y el maestro, con la intención de no comprometer a sus protectores, decidieron adentrarse en los montes, donde pasaron sus últimos diez días de sus vidas todavía asistidos por pastores que acudían a llevarles noticias y provisiones.

“Ante el rumor de que se escondían cerca, el alcalde de Fuentebella Lorenzo López, “El Lobo” fue a San Pedro Manrique e informó de que estaban en los alrededores. Juntó a otras cinco personas y salieron a buscarlos. Es probable que obligaran, al menos a un pastor de los que conocían el refugio, para que los condujera al corral de La Era de Alonso donde pernoctaban. Utilizaron a esta persona, dispararon un tiro al aire para que salieran y poder cogerlos”, precisa Ander tras llevar una década investigando los últimos pasos de su abuelo.

Les ataron las manos a una cuerda y les trasladaron barranco abajo hasta el termino de Moscares, Tras meterles durante un rato en el chozo (caseta pequeña) de una huerta, les sacaron y les asesinaron, primero a el abuelo y después al maestro. Parece que los enterraron allí mismo, junto a la linde de la huerta, aunque también nos dicen, que lo hubieran hecho al pie de un barranco, donde alguien, al tiempo, colocó una cruz con dos maderitas, que otros quitaban. “Hay otra versión que señala que estaban sentados sobre unas piedras cuando les dispararon. Pero todo apunta a la misma zona”, dice el nieto.

Por Fuentebella y Acrijos corrió la noticia de lo sucedido y se rumoreó el nombre de los pistoleros. Se enfrentaron posiciones y sentimientos. En estos pueblos, con apenas 25 habitantes, todos eran familia. En el desolado paraje soriano no había nadie más para juzgar los actos salvo las conciencias de sus vecinos. Es probable que casi todos, familiares entre sí, se vieran de alguna forma comprometidos a guardar silencio.

El primer mandatario de Fuentebella, como prueba que había ejecutado la orden, presentó a la autoridad golpista la cedula de identidad de Cabrero, un cinturón y un reloj chapado en oro. “El cinturón y la cedula se lo dieron después al pitillés Pablo Urzain, hermano de mi abuela, cuando se personó en el ayuntamiento de Manrique a interesarse por lo sucedido. A Pablo Urzain no le dieron más información.

Por las indagaciones hechas, los nietos creen que los habitantes de Fuentebella vivieron con esta mancha de por vida, obligados de alguna manera a encubrir y mantener en silencio tanto los asesinatos como los nombres de los ejecutores e incluso la identidad de quienes les habrían ayudado.


“El Acalde de Fuentebella, junto a cinco cazadores del pueblo, salieron en su busca y les asesinaron con los disparos de dos de ellos. Sobre esto todavía hay un manto de silencio que se extiende hasta nuestros días, impidiendo localizar el sitio exacto donde les enterraron y recuperar, al fin, los restos. Y en esto estamos”.

La viuda del alcalde de Pitillas y sus hijos vivieron siempre con la tristeza de no saber el paradero de su padre. La abuela Juliana hace años que murió. Sus cuatro hijos quedaron separados del núcleo familiar, y así han permanecido hasta nuestros días, unos en Tafalla y otros en Francia. “Lo pasaron mal, fueron recluidos en los campos de refugiados preparados en Francia para el éxodo republicano. El bisabuelo Antonio a su regreso sufrió dos años de cárcel en Barbastro. Todos viviendo con la desesperanza de no tener noticia alguna, siempre pensando e interesándose por lo sucedido y con ganas de un día recuperarlo. Creo que se lo merecen y por eso necesitamos cerrar este largo capitulo de nuestra historia, regresando sus restos para que de verdad el abuelo que no nos dejaron tener pueda descansar en pitillas, junto a sus compañeros de una vez por todas”, añade Ander.

El nieto insiste en que “nosotros continuamos en nuestra búsqueda. Creo que hemos localizado ya a todos los descendientes de Fuentebella. Todos apuntan a un mismo lugar, pero es difícil concretar el sitio exacto de la fosa. Nos dicen que ya sabemos todo lo sucedido, y que parece que no queda nadie que pueda revelar algo más concreto. Visto lo visto, queremos intentar que se pase un geo-radar por la zona, pero parece que es complicado acceder a estos aparatos”.

“Queremos agradecer a todas esas personas que nos han prestado su ayuda, a quienes nos aportaron testimonios, a quienes nos abrieron las puertas de sus casas y nos ofrecieron de su comida a todos aquellos que no dudaron en bajar a cavar y a los que nos prestaron los todo terreno para acceder a la sierra”.

“Hemos llegado a un punto en el cual, por nosotros mismos, no avanzamos más. Continuamos buscando testimonios, pero los datos se repiten. Estamos barajando como poner en marcha el tema del monolito. Mi padre y sus hermanos rondan los 80 años y a nosotros nos gustaría que lo vieran realizado y que por fin tengan un sitio donde situar a su padre”.

La idea del monolito va para adelante. La asociación Soriana Recuerdo y Dignidad y Represión Rioja 1936, están trabajando en el tema. Tendrá una placa de bronce en recuerdo de los hechos. Lucirá los nombres y las fotos del alcalde de Pitillas y el maestro de Fitero. Y portará, también, la jota que un día de Santo Domingo cantaron hace setenta años a un alcalde que no tiene tumba:

“La vara de la libertad, la lleva quien la merece.
La lleva Antonio Cabrero, y en sus manos resplandece”.

LA EVAPORACIÓN DEL GAS

Ya no hay en las fiestas de Olite tabernas con gas. Los sifones y gaseosas prácticamente se han esfumado de la barra. Si acaso malviven, acomplejados, en un rincón de la cámara frigorífica del bar. Apartados en un txoko oscuro para que nadie los vea. Los mejores lugares son ahora para elegantes vinos, reservas y crianzas, que se toman en estado puro, sin que se le ocurra a nadie contaminar su sangre roja con la burbuja proscrita.

Hoy no hay txikitero que se atreva a pedir al barman un vino con gas y menos un tinto “mojado” como se echaba antes. El “agua con hipo”, como la definió Ramón Gómez de la Serna, ya no se lleva y, sin embargo, hubo un tiempo en el que bautizaba buen número de caldos y reinaba en las fiestas.

Una cosa era el sifón y otra la gaseosa. El primero escupía soda nada más acariciarle la palanca del dispensador. El camarero tenía que ser hábil para dosificar lo justo. Si se le iba la mano, el chorro salía potente y al chocar con aquellos vasos pequeños de Duralex podía poner como un cristo a todos los parroquianos. Así, que el buen mesonero servía cauto para no crear escándalo y, encima, rentabilizar el chorrico de gas.

En la vida cotidiana, la botella de gaseosa era otro de los indispensables en la mesa. Hacía ligero el vino peleón, le daba un gusto dulce y, sobre todo, prolongaba la vida del garrafón de 20 litros que todas las semanas daban en la cooperativa a cuenta del sello que estampaban en una cartilla amarilla o azul.

La gaseosa era importante en aquel Olite del desarrollismo del siglo pasado. No podía faltar en la bajera una caja de bebida espumosa. Si consumías mucho, te la traían a casa en unos cajones de madera que luego se hicieron de alambre y, más tarde, de plástico.

En los tiempos del “baby boom” el vino con gaseosa a la hora de comer era tan necesario como el pan. Sus embases singulares eran dignos de estudio. Tenían un vidrio grueso. Unos más trasparentes y otros verdosos, con letras en blanco y rojo que llevaban grabadas la marca de la fábrica del pueblo.

La clave de la gaseosa era su hermetismo. Perdía la gracia en cuanto escapaba el vapor. Tenía un tapón que se enganchaba a la boca de la botella con un enredado nudo de alambres. A veces, en Olite al menos, les colocaban una especie de bolsita blanca en la que el industrial promocionaba su género.

En el pipote, los chavales del pueblo hacíamos batallas con ellas. Cogíamos el embase de litro y lo agitábamos con fuerza para que el líquido revoltoso saliera expulsado a la velocidad del meteoro. Nos poníamos como una sopa a cuenta de la pelea efervescente en la que el anhídrido carbónico empapaba ropas de blanco y rojo de fiesta.

En general, el consumo llegó a ser tan extendido que en casi todos los pueblos había su pequeña fábrica. En Olite fueron los hermanos Gil los que propalaron su marca. Convivían con otras como La Pitusa, Odériz, Iru, La Revoltosa o La Casera. En verano, si se exponían mucho al sol, el casco podía estallar. El vidrio grueso de los sifones aconsejaba, por ejemplo, que llevara un revestimiento de protección, que fue una especie de rejilla, primero, y después una funda plastificada.

La gente fina del pueblo echaba “soda” al güisqui o al Marianito que se tomaba en la Plaza junto al frito de gamba. El vermut de fiestas era tan alegre como sus burbujas y hubo tiempos en los que sólo las clases más ricas podían adquirir espumosos. Pasaban por ser beneficiosos para la salud. El galeno los recomendaba y habían quien los traía de un lugar tan “chic” como el manantial de Seltz, en Alsacia (Francia).

En los años ochenta del siglo pasado muchas pequeñas marcas desparecieron. Otras se fusionaron e incluso llegaron multinacionales holandesas que compraron conocidas empresas merindanas. El cristal pasó a mejor vida. El embase se sofisticó, higienizó y economizó. El plástico se convirtió en contenedor final del líquido burbujeante.
Actualmente la gaseosa, y más el sifón, sobrevive en la clandestinidad. Huye de cofradías y restaurantes de postín. En las sociedades gastronómicas tiene su espacio y juro que no son pocas las mesas en las que gobierna en estas fiestas.

No obstante, como al pariente pobre, se la presenta en segundo término. En un pueblo con seis bodegas, el mejor espacio sobre el mantel lo ocupara siempre el vino. Los primeros tragos son para él. Pero, sin embargo, después de cuatro lamparillazos, el viejo truco de rebajar el caldo de Baco con agua todavía se practica aunque para algunos suponga un sacrilegio, que otros entienden como un mal menor para aguantar de seguido los siete días de fiestas.

miércoles, 24 de febrero de 2010

"PRESENTE Y FUTURO DE LA LABORAL"

El Instituto Politécnico de Tafalla, la “Laboral” para los cercanos, cumplió el 27 de septiembre 50 años prácticamente a la vez que en las calles de la ciudad del Cidacos una manifestación de empleados de la antigua Luzuriaga, hoy Fagor-Ederlan, reclamaba seguridad en los puestos de trabajo mientras conocía que el 13% de ellos va a ir a la calle.

Hasta hace un año, al terminar los estudios, la mayoría de los chavales de la escuela conseguía un contrato en prácticas en las empresas de la propia Merindad. Ahora el panorama es bien distinto. La incertidumbre campa por las aulas y encoge el corazón de los chavales, sus padres y profesores que ven cercano el precipicio de un desempleo que no se merece una de las generaciones mejor preparadas.

Al director del Instituto, Pedro Flamarique, no le pilla de sorpresa porque es precisamente esta misma situación la que vivimos una promoción de ex alumnos, entre ellos él y yo, cuando acabamos la FP hace aproximadamente 25 años en un ciclo de economía regresiva.

Flamarique sabe que a los chavales hay que insuflarles optimismo. No va a ser fácil. Creo que la receta pasa por trabajar el doble para ganar lo mismo que hasta ahora. Así se ha salido siempre de las crisis, aunque ésta sea de las gordas.

Redoblar el esfuerzo y, además, inventar. Y es aquí donde quiero hacer hincapié porque formar excelente técnicos no basta si no tienen inoculada la ambición de crea su propio puesto de trabajo. Un empeño en el que también se ocupa la Escuela. Pero quiero insistir en él porque cuando nadie, o pocos, te van a emplear cabe estrujarse la cabeza en fabricar el propio modo de vida. En impulsar el nacimiento de pequeños talleres, micro empresas o cooperativas propias, en salir a competir como autónomos o medianos empresarios para ganar unas alubias cada día más caras.

Y para eso no sólo hacen falta forjadores del propio empleo, sino también una red de apoyo local o comarcal a estos incipientes emprendedores. Un tejido económico próximo que ampare a toda esta gente joven y nuestra. Un entramado que existe entre los alrededor de 7.000 ex alumnos y profesores que en medio siglo han pasado por la Laboral de Tafalla. Urge que alguien le dé forma, porque estos estudiantes son nuestro presente y futuro. Y nos duele su miedo y somos responsables de él.

EL CORAZÓN DEL MALO

El santuario de Santa María de Uxue guarda cerca de su altar una pequeña hornacina protegida con una reja que encierra el corazón momificado del rey Carlos II de Navarra, al que se ha conocido como “El Malo”. El monarca fue un hombre de carácter, conspiró hasta la saciedad para hacerse con la corona francesa a la que aspiraba, no dudó en ahorcar del puente de Miluze de Iruña a los paisanos que le plantaron cara y tuvo una muerte horrible, consumido por la peste y, según algunos, abrasado en su propia cama en un incendio que le convirtió en una antorcha humana. Quiso que su corazón durmiera la paz eterna en Uxue y, a pesar de las obras que ahora cierran el templo, así lo ha hecho durante los últimos 600 años.

La forma en que falleció el padre de Carlos III “el Noble”, que heredó una notable fortuna gracias a la renuncia navarra a las pretensiones y territorios galos de “El Malo”, no está de todo clara. Distintos historiadores han discrepado sobre el modo, aunque todos coinciden en las calamidades que padeció en sus últimas horas.
El periódico El Eco de Navarra recogió en junio de 1886 distintas teorías, a cuál más cruenta. Pedro Madrazo, por ejemplo, señaló que a finales de diciembre de 1386, el rey se hallaba enfermo en su lecho del palacio del obispado de Pamplona.

Según el médico Pisciña, Carlos padecía lepra. Para aliviar su sufrimiento le aplicaron unos baños de azufre. En ese momento, según esta versión, “se encendió con una vela el pabellón de la cama, las llamas envolvieron a D. Carlos y de resultas de las quemaduras falleció al tercer día, cuando hacía veintidós que guardaba lecho”. La muerte sobrevino el día 1 de enero del nuevo año de 1386.

Otra interpretación, la de Dupleix, mantiene que los médicos del monarca determinaron “meterle entre sábanas empapadas en aguardiente y que al que cosía las sábanas se le ocurrió cortar el hilo con una bujía, con lo que prendió fuego al lienzo y a la cama” y el rey pereció abrasado. El mismo historiados da otra versión y dice que el fuego que consumió a Carlos II no salió de la llama que llevaba el sirviente, sino de “una chispa del calentador”.

Javín, otro estudioso, no da crédito al trágico final de “El Malo”, sobre nombre con el que se conocía al monarca allende sus tierras, y añade que dejó de existir a causa del galopante avance de la lepra, “por habérsele caído la carne a pedazos”.
El guipuzcoano Esteban de Garibay cuestiona que el soberano falleciera consumido como un fósforo al suponer que “estaría bien cuidado”, mientras que Alesón sólo manifiesta que dejó este mundo “bien ordenado de sus sacramentos”.

Sea como fuere, el día 2 de enero comenzó a preparase la sepultura en la hoy catedral de Iruña. En el palacio real un judío llamado Samuel “lo abre en canal y le extrae el corazón” destinado a Santa María de Uxue y “las entrañas para mandarlas a Santa María de Roncesvalles”, según estipulaba el testamento real. El médico hebreo hizo “la disección con el adobo” y metió las vísceras en sendos recipientes sellados con estaño. A continuación embalsamó el cuerpo y roció el cadáver con agua de rosas.

En el palacio, sobre la cama, depositaron dos ataúdes. Uno contenía el cuerpo del soberano y en el otro había dos “picheles” con el corazón y sus entrañas. En ese mismo momento, según describe la crónica, comenzaron a doblar las campanas que siguieron “oyéndose durante quince días con sus noches”.

En Pamplona, Roncesvalles y Uxue prepararon las exequias fúnebres para las que construyeron catafalcos y escaños decorados con la heráldica navarra. Fabricaron 700 escudos y utilizaron 3.200 hojas de oro y 660 de plata para adornar los templos. El recipiente con las entrañas del rey, cuyo paradero hoy se desconoce, llegó a Orreaga el 18 de enero, mientras el corazón viajó hasta Uxue, donde todavía hoy se guarda.

El año 1886, con motivo del milenario de la Virgen morenica, se exhibió el cofre que contenía el corazón. Según la crónica escrita por el cura sanmartinejo Eustaquio Jaso, “este cofre cuadrado tiene 26 centímetros de lado y lo forman gruesas y toscas tablas pintadas. En su frente y en la cara opuesta destaca sobre fondo negro un corazón rojo entre dos pequeños escudos con las arnas de Navarra. Los costados, rojos también, lucen las cadenas heráldicas de color amarillo”.

En la tapa de la arqueta había escrita en letra gótica una leyenda que decía que contenía el corazón del rey. En la parte interior apareció la frase “reparóse, año 1571”. A finales del siglo XIX, el cofre fue supervisado por Iturralde y Suit y Aniceto Lagarde, miembros de la Comisión de Monumentos de Navarra, antecesora de la Institución Príncipe de Viana. El recipiente tenía entonces dos cajitas, “una de ellas esférica, de plomo y partida, está hoy vacía; es la primitiva”.

La otra caja, rectangular, “de latón y tapa soldada de cristal encierra dos pequeñas esponjas, un paño blanco y sobre él un objeto de un rojo negruzco, con muchas cristalizaciones azuladas adheridas a su superficie, desecado y rugoso, que es corazón de D. Carlos II de Navarra”, describieron los observadores de todo cuanto quedaba del rey que quiso dejar en la montaña de Uxue un gesto del último latir.

martes, 23 de febrero de 2010

OLITE 1914, ASALTO AL CUARTEL

Hubo un tiempo en el que poder cultivar una parcela de tierra del común suponía en Olite no pasar hambre. Y perder la pieza o viña de propiedad municipal abría la puerta de la miseria y, muchas veces, la emigración a América. La privatización de parte de comunal hace 95 años encrespó tanto los nervios de la población, que en 1914 una muchedumbre intentó asaltar el cuartel de la Guardia Civil. En la refriega tres campesinos murieron. Paradojas de la vida, hoy el común, como el agro en general, apenas levanta pasiones y casi nadie mueve un dedo por aquello defendido entonces a sangre y fuego.

No era esta la primera vez que el pueblo se había enfrentado por la defensa del común y por la reversión de las corralizas al Ayuntamiento. Ya en 1884, la disputa se había saldado con una reyerta en una taberna de la calle Mayor en la que también murieron cuatro paisanos y otros tantos acabaron con sus huesos en la cárcel.

En el fondo del conflicto se hallaba la situación de ruina económica en la que estaban las arcas de los ayuntamientos navarros por las deudas contraídas durante la primera mitad del siglo XIX como consecuencia de la invasión francesa y las sucesivas guerras carlistas.

Los municipios cedieron a particulares acaudalados grandes extensiones de tierra del común, las corralizas, que de una forma u otra consiguieron finalmente hacerse con la propiedad.

La medida supuso menos hectáreas de cultivo, “robadas” en la medida de superficie navarra, para la mayoría campesina, normalmente carlista. Por el contrario, los nuevos latifundistas, generalmente conservadores o liberales, representaban al nuevo capitalismo agrícola que se envolvía en mensajes de falso progreso y modernidad.

En 1914 ya estaba en Olite el cura Victoriano Flamarique, que agrupó a los pequeños labradores en torno a un proyecto cooperativista pionero. Creó un banco para financiar las explotaciones de los más necesitados y puso en pie toda una obra social que le ganó la enemistad de los grandes propietarios, que veían como en el local de su Círculo Católico fortalecía lazos el campesinado de sesgo carlista.

En este contexto, con un sacerdote que los periódicos conservadores atacaban sin piedad como propagador del discurso del “anarquismo social vestido con sotana”, llegó a principios de agosto de 1914 el aciago asalto al cuartelillo de la Guardia Civil.

El abogado tudelano José Montoro, en su libro sobre la propiedad del comunal en Olite, escribió cómo algunos vecinos habían roturado sin autorización varias corralizas. El propietario Francisco Goyena Algarra, ganadero que procedía de Ochagavía, denunció la ocupación y los tribunales le dieron la razón.

El día 1 de agosto el Ayuntamiento de Olite trató en pleno la resolución judicial, en una sesión a la que acudió el vecindario en masa. A la reunión siguió una manifestación que terminó con el apedreamiento de casas y propiedades de relevantes corraliceros.

El periódico “La Región Navarra”, defensor del discurso liberal frente al carlista, contó en sus páginas cómo trascurrieron las horas que acabaron en un río de sangre.

El cronista relató que, por la noche, una muchedumbre de entre 120 y 200 personas lanzaron objetos contra los domicilios de los propietarios y, después, se declararon en huelga. Amenazaron con no ir al otro día a trabajar a los tajos de los corraliceros. En ese momento intervino la Guardia Civil y detuvo a dos de sus cabecillas, que fueron llevados al cuartel.

Según este relato, a las 7 de la mañana, cuando amanecía el día 2 de agosto, “se presentó un grupo en número de 200 a la puerta del cuartel pidiendo a gritos la libertad de los detenidos...”. Diez guardias, un teniente y un capitán se encontraban dentro, mientras “el resto de la fuerza hasta 20” vigilaban “la casa y caserío del señor Martínez, que amenazaron con incendiar”.

Los guardias del cuartelillo salieron armados al exterior y “exhortaron al grupo a que se disolviese”. Sin embargo, los olitenses, “no dándose por satisfechos empezaron a voces gritando: ¡A ellos! Primero les quitamos las armas y luego vamos a por los presos”.

En el rifi-rafe, los guardias descargaron sus armas, “cayendo a los pocos pasos de andar los tres paisanos que se abalanzaron a ellos, resultando muertos dos, uno herido grave y otro leve sin importancia, disolviéndose los grupos seguidamente”, según publica el día 4 la crónica de “La Región Navarra”.

Los vecinos que murieron a las puertas del cuartelillo fueron Fermín Armendáriz, de 54 años, de profesión labrador, y Cipriano Egea, de 25 años y jornalero. Ramón Bayona, de 62 años y también agricultor, falleció después a causa de las graves heridas, según informó el día 3 el periódico carlista “El Pensamiento Navarro”.

Tras motín, el pueblo fue tomado por 65 guardias, medida que no impidió que grupos de vecinos todavía tuvieran ánimo suficiente para concentrarse en las calles y plazas “en actitud tan provocativa que llega al extremo de acudir al Ayuntamiento...”, narró el periodista.

Repartidos por parejas, los números de la guardia civil custodiaron las casas de los principales corraliceros que, no obstante, antes de que llegara la noche decidieron salir de la localidad en tren, “vista la actitud del pueblo y en previsión de los sucesos que pudieran ocurrir al enterrar a los muertos”.

En su relato, el periódico liberal cargó tintas contra los vecinos socios de la Caja Rural del cura Flamarique, al que llamó propagandista “soliviantador de la masa ciega y fanática que ha pagado en doloroso tributo de su sangre la adhesión de este hombre”. Destacó, también, que en el momento del asalto “Flamarique se encontraba ausente de Olite”. “El anarquismo social, ataviado con el disfraz de católico, ha escrito una página sangrienta”, sentenciaron los opositores a la labor del cooperativista.

Desde las misma páginas también repartieron críticas contra la Diputación, por actuar con “pasividad” en el tema de las corralizas, y atacaron el “odio político” atribuido en Navarra a “los mandatarios de don Jaime”, el rey carlista.

Como consecuencia del asalto al cuartetillo, se abrió en 1915 un consejo de guerra en el que fueron condenados a presidio varios vecinos de Olite. El corralicero Goyena volvió a ser amparado en los tribunales y el Ayuntamiento sentenciado.

El entonces Gobernador civil, Regueral, se ganó a pulso una infesta memoria y hay quien asegura en Olite que varios vecinos se conjuraron para acabar con su vida a puñal. Regueral terminó mal, cuando ya ejercía su cargo fuera de Navarra.

Cuentan que en su desaparición física, atribuida por algunos a manos anarquistas, tuvo que ver uno de los conspiradores olitenses. El mismo que liquidó sus días emigrando a América en uno de los muchos barcos que las agencias marítimas ofertaban aquellos años desde las páginas de los periódicos, vapores llenos de una legión de hambrientos que a falta de tierra comunal partían hacia el nuevo mundo desde Bilbao, Santander o Burdeos.

GRUPO DE REPUBLICANOS UN DÍA DE BODA

Fotos de ayer

La imagen fue tomada en los primeros años de la II República en Olite. Se trata de la primera boda civil que se celebraba en el pueblo. Los de la foto son los amigos del novio, que es precisamente quien toma la imagen. Se trata de un convite cerca de las ruinas del famoso castillo que hay en la localidad.

Los del grupo eran en su mayoría miembros de la UGT. Catorce de ellos fueron asesinados tras el golpe militar del 18 de julio de 1936. Muchos fueron enterrados en las cunetas. Otros, los menos, consiguieron exiliarse.

El primero por la derecha, agachado junto a un garrafón, es el socialista Tomás Chivite Fernández, primer teniente de alcalde del Ayuntamiento republicano de Olite.

Tras la guerra fue internado en el campo de concentración de Gurs (Francia), desde donde partió al exilio chileno en el barco “Winnipeg” que consiguió fletar el poeta y premio Nobel Pablo Neruda.

Chivite acabó sus días en Santiago de Chile, donde hoy vive su hijo Freddy que hace un año regresó a Olite para seguir la pista de su padre. De vuelta, en un bolsillo de la maleta, guardó como oro en paño la foto de su padre Tomás y sus amigos un día de boda en Olite.

lunes, 22 de febrero de 2010

DOÑA BLANCA VUELVE SANTA MARÍA

El consejero de Cultura y Turismo, Juan Ramón Corpas, ha asistido este miércoles 30 en Olite a la reposición de una copia de la efigie de la reina Doña Blanca de Navarra en el claustro de la iglesia de Santa María, lugar del que en el año 2005 se retiró la talla original para su restauración y que ahora se ha trasladado al interior del templo, junto a la epístola, tras un trabajo de recuperación en el que han invertido 22.235 euros.

El deterioro de la única imagen que quedaba de la hija de Carlos III el Noble era tan palpable que en julio de 2005 varios vecinos iniciaron una campaña para llamar la atención sobre su estado.

Asistidos por una elevada escalera, varios activistas colgaron entonces de la talla un cartel que decía “Salvad a Blanca” junto a un logotipo de la marca que difundía el turismo de Navarra.

A la vez, a través de Internet, se difundió una carta que reclamaba la restauración de la escultura al consejero de Cultura Corpas y a la alcaldesa de Olite, Mari Carmen Ochoa (PSN).

Muchas personas se adhirieron la reclamación, incluidos grupos culturales de Aragón y Sicilia, donde Blanca reinó antes que en Navarra gracias a su matrimonio con Martín el Joven y donde la última reina Evreux es todavía popular.

Finalmente, en 2007, el consejero Juan ramón Corpas ordenó la retirada de la estatura del claustro y su restauración. Una vez reparada, la efigie de Blanca ya no regresó a la arcada de la iglesia de Santa María, ya que se decidió que quedara ubicada en el interior del Castillo.

El Colectivo Ordago de Olite también se vio involucrado en la recuperación de esta importante figura de la historia medieval, ya que a principios de 2009 colaboró en la edición de un nuevo libro obra del escritor siciliano Alfio Patanè en el que la reina navarra aparece junto a otros gobernantes de la ínsula. La obra ha salido recientemente a la luz.

Ahora, el Gobierno de Navarra ha visto la ocasión de colocar en el claustro de Santa María una réplica de la talla original, que llena un hueco vació desde hace más de dos años, y ha instalado la verdadera talla en el interior de la iglesia, al lado de la epístola.

La escultura Blanca de Navarra -(1385-1441), hija de Carlos III el Noble y Leonor de Trastámara, que tras enviudar del rey Martín de Sicilia casó en segundas nupcias con el infante don Juan de Aragón-, muestra a una dama ataviada a la moda de la época, destacando su tocado de cuernos y la corona, en la que todavía se aprecian restos del dorado y policromía originales.

El tiempo ha borrado del rostro las carnosas mejillas y los pequeños labios que esbozaban la sonrisa con la que presumiblemente la retrató el escultor de origen borgoñón Johan Lome de Tournai. Doña Blanca aparece orante, de pie, con las manos unidas y sosteniendo una filacteria con la inscripción “Mater meu de”. Se alza sobre una peana con los escudos heráldicos que identifican al personaje.

LAS RUINAS DEL CASTILLO, EN EL "KIOSKOCALENDARIO" 2010

El almanaque que todos los años edita la Librería el Kiosko por estas fechas está ilustrado con una litografía del siglo XIX en la que se observa el estado en ruinas del Palacio Real de Olite/Erriberri.

En el dibujo se ve cómo era el castillo antes de su restauración desde una perspectiva situada en lo que hoy es la Plaza de la Rueda. La torre de la Joyosa Guarda, la popular Copa, el lamentable estado de la de los Cuatro Vientos y del campanario de la iglesia de santa María a punto de caer, son algunos detalles que se observan.

La estampa es de un tiempo cercano a otras dos publicadas recientemente por el Gobierno de Navarra en un libro de la época de las guerras carlistas, si bien los autores son distintos.

La Librería el Kiosko ha repartido más de 300 unidades, que tradicionalmente ofrece a sus clientes el día siguiente al sorteo de la Lotería de Navidad.
El año pasado, el “Kioskocalendario” rescató varias obras del dibujante tafallés Zudaire que sirvieron de portada a los programas de fiestas de Olite/Erriberi de los años cuarenta del siglo pasado.

En ediciones anteriores, el calendario de la librería ha plasmado momentos como el Mercado Medieval de agosto o ha servido de sopote a la obra de fotógrafos como Marian Jaurrieta o Juan Ángel Garbayo. El almanaque sale a la calle desde hace una década y siempre recoge temas locales.

domingo, 21 de febrero de 2010

LA REINA BLANCA, LEJOS DE LA "NACIÓN"

El escritor Alfio Patanè ha publicado recientemente en Italia su libro “I Moncada in Sicilia”, sobre la administración política de la isla entre los siglos XV al XVIII, en uno de cuyos capítulos escribe sobre la reina Blanca de Navarra, que con dificultad gobernó la región durante 13 años. En 1410, se cumplen ahora 600 años, la situación era límite. Blanca había enviudado y los nobles de la ínsula conspiraban contra la regenta. Sola, lejos de Navarra y con apenas apoyos, sus padres, Carlos III y Leonor de Trastámara, ordenaron que desde Olite partiera una embajada de naturales para consolarla, “por tal que ella sea servida y acompañada a ésta su necesidad de gentes de la nación...”.

Blanca de Evreux tenía 28 años cuando en 1402 salió rumbo a Sicilia. Un matrimonio de conveniencia entre las coronas de Navarra y Aragón la unió al primogénito aragonés, Martín, que gobernaba la isla. La administración del territorio no era cómoda, ya que había sido una posesión feudal del Papa y, además, Francia no apartaba sus ojos de él. El 21 de enero de 1402, Blanca se despidió de sus progenitores en la muga navarra y, vía Valencia, llegó a la ínsula para celebrar su boda a finales del mismo año. En el viaje la acompañaron varios nobles, entre ellos Juan Domezáin, Lope de Yárnoz y García Martínez de Peralta.

Por extraño que pueda parecer, aquellas tierras lejanas no eran del todo ajenas a los navarros. La investigadora Laura Sciascia ha revelado que desde el siglo XIII Sicilia era lugar de asilo para refugiados políticos que huían de la zarpa francesa y que allí habían encontrado amparo algunos ilustres navarros veteranos de la revuelta de la Navarrería, que sembraron el terreno de apellidos como Asiain, Caparroso, Olleta o Jiménez de Aibar.

De la boda de la entonces princesa en el castillo de Catania se conserva un pergamino en el que se recogen las condiciones pactadas, documento que han estudiado los historiadores sicilianos y que se exhibe como una auténtica joya en el museo local. En la unión también estuvieron testigos navarros, como su hermanastro Leonel, hijo bastardo de Carlos III, o el merino de Olite, Diego de Baquedano.

La vida de Blanca en Sicilia fue todo menos fácil. Tras la rebelión sarda de 1409, murió su esposo Martín el Joven. Quedó sola y sin descendencia. El gobierno de la isla volvió a recaer en su suegro, el rey de Aragón, y Blanca siguió, de momento, como lugarteniente. La cosas se fueron complicando a causa de las conspiraciones que tejió la nobleza siciliana. La muerte del rey de Aragón en 1410, también sin descendencia directa, enredó todavía más la madeja.

La historiadora de la UPNA Eloísa Ramírez Vaquero, gran especialista en la saga de los Evreux navarros, ha estudiado la enrevesada situación. Desde Olite, la madre de Blanca, la reina Leonor, remitió una embajada al frente de la que volvió a colocar al merino olitense Diego de Baquedano. Le acompañó Beltrán de Berian y doce ballesteros navarros. Todo era poco “considerando que la reina de Sicilia, nuestra muy cara y muy amada hija de mi dicho señor (Carlos III) y nuestra, la infanta doña Blanca está en extraño reino y entre gentes extrañas y que no hay nadie que la consuele ni que haga, al presente, a su placer ...”.

Al mismo tiempo, el rey de Navarra, Carlos III el Noble, realizó gestiones desde París, donde se encontraba. De regreso a Olite, pasó por Barcelona para hablar de la situación de su hija ante el parlamento de Cataluña. El monarca, según el historiador Salvatore Fodale, se quejó del mal trato que su hija recibía en Sicilia, donde vivía “en muy arta e estreta vida” y era tratada “muy dura y asprament”, lo que incluso le habría provocado un aborto “por lur mala intencion”.

Las gestiones para sacarla de allí dieron, por fin, fruto en 1412 y Blanca quedó liberada de su responsabilidad. Carlos III preparó con cuidado el regreso de su sucesora. Había pasado 13 años en tierras sicilianas. Pedro Martínez de Peralta acudió con una escolta hasta la isla. Otra delegación navarra salió a recibirla en Barcelona.
A principios de septiembre de 1415 Blanca ya estaba en Olite, desde donde dispuso una peregrinación al cercano santuario de Santa María de Uxue. En agradecimiento ofreció una corona de oro a la Virgen. Diez años después, tras la muerte de su padre y con una edad de 35 años, Blanca sería investida reina de Navarra.

Paradojas de la historia, la salida de Blanca de Sicilia fue seguida de un sometimiento total del territorio a la corona aragonesa y el abandono por parte de los sicilianos de cualquier ilusión de alcanzar la soberanía política. Mucho más tarde, su recuerdo persistía. En el siglo XIX, escritores como Giuseppe Beccaria elevaron a Blanca a la categoría de heroína de “Risorgimiento” italiano, de su independencia política y unidad nacional. Hoy allí su recuerdo todavía derrama tinta.

sábado, 20 de febrero de 2010

MILAGROS NUIN DA LUZ AL CIEGO DE TUDELA

La arabista Milagros Nuin Monreal presentó recientemente en Olite/Erriberri sus últimas revelaciones sobre la obra de Al-Acma al-Tutili, conocido como “El ciego de Tudela” por haber nacido en el siglo XI en la capital ribera, y cuya obra más clásica, recién traducida por la de Olite, se escuchó por vez primera en castellano gracias a la voz de la poetisa tafallesa Marina Aoiz Monreal.
Todo lo concerniente a “El ciego de Tudela” resulta novedoso por estos lares, como que su obra es muy conocida en Oriente, en El Cairo, Beirut o Bagdad, por ejemplo, y apenas sabemos nada de ella en la tierra que vio nacer a su creador. Así lo puso de manifiesto Milagros Nuin, licenciada en Historia y Geografía, especialista en Islam, que ha descubierto, por ejemplo, que el invidente tudelano dedicó un poema a su esposa Amina, algo insólito en la cultura árabe en la que la mujer ocupa un papel secundario. “Es de inspiración cristiana y algo ajeno, en principio, al entorno tradicional en el que se movía”.
Nuin, que ha trabajado como traductora en Madrid, también reveló que algunas de las estrofas del poeta se ocupan del placer de degustar vino en compañía de los amigos, cuando en el mundo musulmán el consumo de alcohol es algo restringido a ámbitos muy privados. Otro dato novedoso tuvo que ver con la edad del poeta. Hasta ahora se creía que había muerto joven. Sin embargo, en una de sus estrofas traducidas señala que tiene más de 50 años, lo que era una longevidad considerable para la época.
La olitense explicó que ha trabajado junto a un profesor iraquí para desentrañar la recopilación que sobre toda la obra de “El Ciego” realizó en 1963 un investigador de la universidad de Beirut (Líbano). Hasta ahora, las piezas más conocidas del poeta eran las “moaxajas”, obras con las que se topó Nuin cuando estudiaba en El Cairo (Egipto) y que reagrupó en un libro que publicó hace años el Gobierno de Navarra.
La vida de “El ciego de Tudela” transcurrió a caballo entre el siglo XI y XII (nació en 1090 en la capital de la Mejana). La época fue “muy violenta en la Península Ibérica”, precisó Nuin al recordar que en esos años confluyó el declive el califato de Córdoba y la llegada de los almorávides procedentes del norte del Magreb, mucho más belicosos e iletrados que sus predecesores y que fueron vistos con desdén por los propios árabes ya asentados.
“El Ciego de Tudela”, que fue contemporáneo, por ejemplo, de “El Cid”, se dedicó a componer para los nobles que pagaban sus servicios. “En toda su obra es una constante la añoranza que le produjo dejar su tierra”, explicó la arabista a la hora de recordar que, debido a la presión cristiana, el poeta pasó de vivir el Tudela a hacerlo en Zaragoza, y que de allí viajó hasta Córdoba y Sevilla. Después su obra se popularizó y extendió hasta Oriente, donde es un clásico y sus poemas han perdurado hasta nuestros días.
En su trabajo, la de Olite también ha descubierto otro tipo de datos curiosos, como que en la corte andalusí había asentados nobles relacionados con de linajes vascones de los Banu Quasi, emparentados, a su vez, con los primeros monarcas del reino de Pamplona. Nuin, además, destacó que uno de los medallones de la famosa arqueta de Leire tienen tallada una imagen de un gran señor que, por su anillo y turbante, podría ser el califa, algo que también rompe con el hecho tradicional de no representar su imagen física.
Las investigaciones de Milagros Nuin continúan actualmente en la profundización de los “poemas tradicionales árabes” que firmó el tudelano. Son alabanzas escritas a personas, normalmente nobles, a las que pedía ayuda económica, “lo que denota lo precaria que era su vida”. En una “jarcha” que la investigadora leyó en árabe y después tradujo también se adivinaban unos últimos versos escritos en incipiente castellano o romance de la época.
Tras contextualizar históricamente la época en la que vivió “El Ciego”, la escritora y poetisa Marina Aoiz puso voz a algunas de las piezas sobre las que la investigadora había arrancado sus secretos. La conferencia y recital estuvo organizada por la asociación El Chapitel y tuvo lugar en el restaurante El Preboste.

viernes, 19 de febrero de 2010

FALLECE EL "INVENTOR" DEL FESTIVAL DE OLITE

Valentín Redín Flamarique, creador en los años ochenta del siglo pasado de los famosos “Festivales de Olite” y figura capital del teatro navarro, falleció el lunes 18 en Pamplona a causa de un paro cardíaco. El 24 de enero hubiera cumplido 67 años.
Redín convenció en 1981 a los entonces dirigentes de la Institución Príncipe de Viana para que Olite fuera la sede principal de un festival de verano que consiguió una proyección internacional y convirtió a Olite en la capital cultural de Navarra.
Valentín Redín conocía bien nuestra ciudad porque era familia del cura Victoriano Flamarique, fundador de la Bodega Cooperativa Olitense y párroco de la iglesia Santa María. Su abuelo materno, Valentín Flamarique, tenía un estanco y administraba la contabilidad del Ayuntamiento. Muchos veranos de su infancia, Redín los pasó en la casa familiar de la calle Mayor, acompañado de su padre y su madre, Asunción.

El recuerdo de aquellos cálidos veraneos fue clave para que, ya en la madurez, Valentín Redín “inventara” una nueva cita cultural rompedora en la Navarra que comenzaba a despertar a la democracia tras el franquismo.

Redín fue un director puntero. Por el escenario que montó en La Cava, en la trasera de Palacio Real y que aún hoy utiliza el Festival de Teatro Clásico, pasaron entonces orquestas como la de Bratislava, Alicia Alonso y su Ballet de Cuba, el teatro de vanguardia de Lisand Kent, la poesía comprometida de Rafael Alberti o la interpretación magistral de la actriz Nuria Espert. Estos fueron sólo algunos de los protagonistas de vanguardia que Redín paseó por Olite en unos espectáculos puestos en taquilla a unos precios muy populares, al alcance de todos.

Los Festivales de Olite, después de Navarra, abrieron los ojos a muchos jóvenes de la localidad, que tenía a su alcance una programación cultural que no se ofertaba ni en Madrid. Redín también se rodeó de un equipo de profesionales que durante todo el verano se instalaba en la ciudad, programaba cursos de lo más variado y conseguía crear una atmósfera cultural que ya no ha tenido parangón.

Los pintores Manolo Royo y Pedro Salaberri, el cineasta Koldo Lasa o el actor José Mari Asín, fueron algunos de los que acompañaron a Valentín en aquellos años dorados del Festival de Olite, amén de gente que colaboró cuanto pudo antes que el evento se dispersara en distintas sedes, lo que le dio la puntilla tras cambiarar el nombre por “Festivales de Navarra”. En Olite incluso se llegó a organizar una manifestación para que el festival regresara al castillo de los Reyes de Navarra.

Según los expertos, Redín fue, fundamentalmente, un gran director de escena, aunque ocasionalmente escribió y actuó, y un hombre que logró "teatralizar" su profesión de jefe de Protocolo del Ayuntamiento de Pamplona y gestor y animador cultural, lo que le permitió dar un extraordinario realce a un larguísimo catálogo de eventos ciudadanos, populares y festivos.

En 1970, fundó, con una ayuda de la Caja de Ahorros Municipal de Pamplona, El Lebrel Blanco, la compañía más importante de la historia del teatro navarro, que tomó nombre de otra existente antes de la Guerra Civil. Tras montar algunas obras infantiles, en 1973, el grupo estrenó Yerma, de García Lorca. A partir de este momento y en estrecho contacto con Patxi Larrainzar, realizó montajes de textos polémicos que se hicieron tremendamente populares como "Navarra, sola o con leche", de Larrainzar, que se ha representado más de 125 veces.

Funcionario de carrera, Valentín Redín ocupó distintos puestos en las áreas de Protocolo y Cultura del Ayuntamiento de Pamplona, finalizando en el departamento de Turismo, donde se jubiló en 2006 tras año y medio de baja médica por otro infarto que sufrió en 2004. También trabajó en el Parlamento de Navarra, de la mano del ex presidente, ya fallecido, el socialista José Luis Castejón.

En 1992, el Gobierno de Navarra le encargó un montaje para su pabellón en la Expo de Sevilla. Superó algunas decepciones y no pocos desplantes de quienes antes lo solicitaban y requerían y jaleaban con la creación de "Lebrel Blanco Producciones", una sociedad unipersonal nacida para disfrutar del teatro a su solo capricho.

Según los críticos, “la locomotora desbocada de ideas e iniciativas, que durante años arrastró los vagones mejor surtidos del teatro pamplonés, dio paso a un vehículo de pequeña cilindrada pero más maniobrable, que dirigía como él sabía, con las dosis habituales de autoritarismo y ternura que no eran sino una forma más de expresar la teatralidad extrema que le brotaba en todos los órdenes de la vida”.