Fernando II de Aragón, llamado el Católico, murió inesperadamente el 23 de enero de 1516, tres años y medio después de conquistar Navarra. Su desaparición liberaba a los navarros de la obligación personal de lealtad que habían jurado, muchas veces forzados por la supremacía militar del invasor. Todas las facciones, muchos agramonteses exiliados y los beamonteses desengañados, interpretaron que sin Fernando el gobierno recaía automáticamente en las instituciones propias, las Cortes y el Consejo del reino. Así que todas las voluntades concurrieron para que los navarros intentaran recuperar la soberanía perdida, con especial empuje en la Merindad de Olite.
Con un conde de Lerín decepcionado tras haber apoyado la invasión y ahora dispuesto a colaborar con los monarcas legítimos Juan III de Labrit y Catalina I de Foix, el marqués de Falces se reunió en Olite con los agramonteses que no habían huido al Bearne. El embajador navarro en la corte española, Ladrón de Mauleón, animó el levantamiento. Difundió el rumor de que, arrepentido antes de morir, Fernando el Católico había ordenado la restitución de Navarra a sus reyes naturales.
La conspiración y posterior levantamiento quedó plasmado en un documento hallado en el archivo de Joaquín Ignacio Mencos, conde de Guenduláin y marqués de la Real Defensa, descendiente de los alcaides del castillo de Tafalla. La revista Euskara de Arturo Campión y Juan Iturralde y Suit trascribió en 1882 el manuscrito, desconocido hasta entonces, que contaba “la patriótica actitud de varios nobles de esta tierra, en los aciagos tiempos de la unión de nuestro antiguo Reino a la corona castellana”.
El documento, que podría datar de 1517, se titulaba “Memorial de las pesquisas que el licenciado Salazar hizo contra los navarros que entendieron en la rebelión e reboltamiento del Reyno de Navarra”, y daba cuenta de la investigación e interrogatorio de testigos que siguió al fracasado levantamiento legitimista tras la muerte del Católico, en enero y febrero de 1516.
Precisaba el texto que, conocida la desaparición de Fernando, las villas de Olite, Tafalla y Sangüesa se “confederaron”. Sus concejos (ayuntamientos) y caballeros afectos a los reyes navarros se hicieron fuertes en estas localidades, “las velaron por cuadrillas y ninguno entraba sin su licencia”.
Los sublevados querían conocer “qué Rey les había de jurar sus privilegios”, pero, añade el documento, “en lo secreto” esperaban la llegada de Juan y Catalina “por las conjeturas que los testigos dicen que siempre ellos hablaban” y por la alegría que mostraron al conocer que el mariscal Pedro de Navarra había atravesado la muga para reconquistar el reino.
A continuación, el pergamino se detiene en cada pueblo rebelde. De Olite asegura que los de la villa se negaron abrir las puertas a los capitanes enviados por el virrey castellano, gobernante al que no reconocieron. Los agramonteses del marqués de Falces tomaron el castillo con la ayuda de los olitenses. Echaron al alcalde Hurtado Díaz y “le tomaron las armas”. Después fortificaron el Palacio y armaron dos cañones, colocando sendos “tiros de pólvora”.
Los testigos que declaran ante el licenciado Salazar delatan que los principales cabecillas de la rebelión fueron el “protonotario” Miguel de Alli, el doctor de Goñi, el merino Ezpeleta y los miembros del concejo de Olite, así como los nobles llegados a la villa para conspirar.
Sobre el contagio de la insurrección a la vecina Tafalla, el documento recoge que los tafalleses recibieron a los que días antes había liberado Olite y “quisieron prender al alcalde”. Durante varias noches “aguardaron por ver si se abría la fortaleza” y advirtieron a los encerrados en el castillo de que pronto iba a llegar el rey Juan de Labrit. Los testimonios recogidos apuntan como principales instigadores al alcalde y jurados de Tafalla, así como a Charles de Navas y Martín de Oregaz.
La investigación hecha después de que los castellanos sofocaran la revuelta también indaga en los cabecillas que la secundaron en Sangüesa, donde prendieron al responsable militar de la localidad y lo encerraron en el castillo de Xabier. Los jurados sangüesinos Miguel Dañues, el maestre Lope y Pedro de Lumbier fueron señalados como los principales fustigadores legitimistas.
También recaba pruebas de cómo afectó el levantamiento al valle de Roncal, donde 180 hombres se sumaron al ejército del mariscal de Navarra para recobrar el reino antes de que Pedro de Navarra cayera preso del coronel castellano Cristóbal Villalba. El mariscal estellés murió en 1522 en la cárcel de Simancas tras negarse a jurar fidelidad al rey de España.
Una vez establecidas qué villas se habían rebelado, el pergamino culpabiliza personalmente de la insurrección a varios nobles. El marqués de Falces, líder agramontés que no había huido tras la conquista de 1512, aparece destacado. El texto le acusa de conspirar con el embajador Mauleón, el protonotario Miguel de Alli, con Juan Vélez y el merino Martín de Goñi.
Les acusa de propagar que “la Ribera estaba buena, que luego se alzaría y que en Navarra no había gente castellana” preparada para rechazar la reconquista. En Marcilla y Tudela contaban con los apoyos de otros conspiradores, como Juan de Peralta, Juan de Frías, Martín López, Beltrán de Farria, Pedro Ortiz, la señora de Ablitas, Pascual de San Pedro y Juan de Cabanillas, “todos afectados al rey don Juan”.
La sombra de la sospecha alcazaba al propio conde de Lerín, punta de lanza del ejército castellano en 1512 y ahora, tres años después, supuestamente arrepentido. El cabecilla beamontés, según manifiesta un testigo, “andaba en tratos” con el rey de Navarra. Tres declarantes aseguran que escucharon que “el condestable estaba concertado” con los legitimistas para colaborar en la recuperación del Reyno, pero que después se arrepintió.
Finalmente, el documento del archivo Guenduláin señala al señor del castillo de Xabier como otro de los principales soportes de la rebelión sofocada, por reunir en su casa gente de guerra y retener al alcaide castellano de Sangüesa. Además, insiste en subrayar la labor del embajador navarro en la corte española, Ladrón de Mauleón, por difundir falsamente que el testamento de Fernando el Católico renunciaba a la conquista navarra y propalar una nueva bula del Papa de Roma que excomulgaba a los castellanos “si se ponían en defender Navarra”.
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