sábado, 14 de mayo de 2011

ANIVERSARIO SIN PLACA


La losa tallada que el Ayuntamiento dedicó en el siglo XIX a los ocho olitenses fusilados como represalia porque sus hijos servían en la guerrilla contra Napoleón sigue sin encontrar su sitio en la Plaza de Olite/Erriberri, en la que pronto hará 200 años que se produjo la sangrienta venganza. El colectivo Ordago elevó una moción en favor de la recuperación antes de que se cumpliera este aniversario, una petición que no se ha tenido en cuenta en los últimos cuatro años.


“D.O.M. Aquí fueron fusilados por las tropas de Napoleón el día 10 de julio de 1811 Manuel Garasa, Silvestre Uxue, Jerónimo Escudero, Jabier Castillo, Martín Vidaurre, Bartolomé Arizmendi, Bernardo Montaneri, Martín Baigorri, vecinos de esta ciudad por hallarse sus interesados en la invicta División de este Reino de Navarra defendiendo la Religión, su Rey y Patria. Imitad a estos patriotas y rogad a Dios por sus almas”, dice la placa que ha permanecido desubicada en una galería subterránea durante los últimos tiempos.

El colectivo Ordago mantuvo el año 2007 una reunión con la concejala de Cultura, Mariví Abaurrea, para que trasladara el propósito de recolocar en la Plaza la piedra. El 22 de octubre el grupo cultural presentó una moción con el fin de que el Pleno apoyara la reubicación, una iniciativa que no tuvo eco. Ordago solicitaba que se repusiera la inscripción y que se organizara una reinauguración oficial con la participación del vecindario.

La historia de la que ahora se van a cumplir dos siglos se inició el 9 de julio de 1811, día anterior al fusilamiento, con el apaleamiento de varios franceses como consecuencia del cual el comandante Musnier ordenó detener a 43 olitenses que fueron condenados a muerte.

El franciscano Celso González noveló en 1915 el suceso. Contó que los curas de la localidad mediaron para que los franceses rebajaran el castigo, pena que finalmente se aplicó a solo ocho padres de guerrilleros. “A las cinco de la mañana abriose la puerta del alcázar y comenzaron a salir los presos...”, según la tétrica descripción del padre González.

“Iban los reos esposados y frente al lugar señalado para la ejecución estaban formadas las tropas... Detrás se alienaban las demás fuerzas con Musnier a la cabeza... Debían ser pasados por las armas de dos en dos, comenzando por la izquierda... Los patriotas fueron cayendo por parejas después de cada disparo; así los que cayeron los últimos vieron la agonía de sus compañeros... Ningún vecino tuvo la curiosidad malsana de asomarse a ver la muerte de sus paisanos”.

El cronista local Ángel Jiménez Biurrun cree que el fusilamiento tuvo lugar en la fachada de la antigua casa de Remajo, actual Banco Popular/Vasconia, sitio donde el Ayuntamiento instaló inicialmente la placa. Sin embargo, cuando se reconstruyó el edificio, la lápida fue trasladada a la vivienda que estaba al lado de la torre de El Chapitel, hoy local municipal sede de la Dya y de los evacuatorios públicos.

En la guerrilla navarra llegaron a luchar como voluntarios 75 olitenses, de los que once murieron, ocho fueron deportados y dos quedaron inútiles. A las bajas hubo que sumar civiles como los ocho fusilados en la Plaza o el alcalde Vicente Recalde, ajusticiado en Pamplona el 2 de octubre de 1811 por reunir provisiones para los hombres de Espoz y Mina.

De los efectos de la guerra contra el francés no se salvó ni la ermita de Santa Brígida, cuya bóveda fue derribada por los invasores. Sin embargo, la destrucción más severa vino de la mano de la propia guerrilla, cuando tras rendir en Tafalla a los franceses, Espoz y Mina ordenó quemar el Palacio de Olite “a fin de tener expedita la carretera desde Pamplona a Tudela y obviar que el enemigo pueda alojarse”.

Los navarros tampoco fueron mancos y en Olite, por ejemplo, se desataron venganzas como la que cuentan todavía algunos mayores cuando hablan del “Olivo del francés”, un hermoso ejemplar que hasta hace unas décadas estuvo junto a la carretera que va a Tafalla.

Según relatan, el árbol guardaba en sus raíces el cuerpo de un soldado francés que, herido, había quedado descolgado de su regimiento. El desafortunado fue a parar a manos de unos paisanos que lo mataron y echaron sus restos en el hoyo donde plantaron un árbol que después creció generoso.

Otra leyenda que también circuló y de la que se hizo eco el padre Celso González en su libro fue la venganza de una mujer que, a raíz del fusilamiento de la Plaza, envenenó con vino a varios soldados gabachos que había parado a aprovisionarse en la bodega de Ilagares, situada en la carretera que lleva a San Martín de Unx.

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