Por Luis
Miguel Escudero
Las crisis económicas no se inventaron ayer y, por
ejemplo, hace cien años los barcos que zarpaban de Bilbao rebosaban paisanos
dispuestos a buscarse la vida en Argentina. Hacía poco que la plaga de la
filoxera había diezmado las viñas en la Merindad. La gente sin sustento estaba
abocada a emigrar para vivir con dignidad. Justo en ese momento, algo similar a
lo que ocurre hoy, los que indagaban respuestas miraron a Europa. Copiaron el
sistema cooperativo alemán (Raiffúsen)
y algunos lo trasplantaron con éxito. El director de la Bodega Cooperativa Olitense, Victoriano Flamarique, intervino en
1912, hace ahora justo un siglo, en un congreso internacional de viticultura
que organizó la Diputación de Navarra y como ponente en este foro reveló las
claves que entonces frenaron la crisis e hicieron prosperar la economía local.
La esencia
del pensamiento clarividente de Flamarique quedó recogida en la intervención
que hizo en este simposio que se celebró en el mes de julio en Pamplona dentro
de un programa más amplio que tenía como
excusa el VII aniversario de la batalla de las Navas de Tolosa.
En el
comité de honor figuraban las más altas autoridades del Estado, representantes
de prácticamente todas provincias y expertos, sobre todo, de Francia e Italia.
El día 11, en la primera sesión tras la inauguración, intervino nuestro
protagonista para explicar al auditorio el sistema de “Cooperativas para la
venta de vinos; su organización y funcionamiento. Relación de las existentes en
España”.
El rector
de la primera bodega cooperativa abierta en Navarra, el beirense y también cura
de Santa María de Olite, Victoriano Flamarique, expuso a los expertos cómo él y
otros pioneros se habían inspirado en las cooperativas que funcionaban en el
valle alemán del Ahr desde 1868 y que, sustentadas por bancos locales, se
habían agrupado en federaciones regionales y extendido con éxito empresarial
más allá del Rhin. Italia, a partir de 1890, desarrolló también este modelo.
Flamarique,
en un lenguaje moderno e inteligente, habló de cómo en 1904 reprodujo en Olite
el modelo de caja rural germana “raiffeisseriana”, con el que luego financió la
bodega. El aventajado director opinó abiertamente que la cooperación era en
este momento necesaria porque el liberalismo económico había dejado “a los
obreros abandonados a su propia debilidad y a merced de un capitalismo absorbente
y sin entrañas”, que veía en ellos una “pieza” más de sus fábricas, “un aparato
que se utilizaba mientras podía funcionar” y se desechaba cuando era inútil.
Frente a esta
idea, el gerente olitense defendió el sistema cooperativo como “el factor
económico más importante” de la segunda década del siglo XX y lo definió como una
unión voluntaria de intereses particulares para llevar a cabo una empresa con
el fin de que los socios lograran ventajas que aislados no alcanzarían nunca. A
mayor abundamiento, precisó sobre el cooperativismo que “lejos de crear un
abismo entre las clases sociales, las va aproximando más y más”.
El ponente
conocía bien el territorio y su paisanaje, así que entre las dificultades que
había que salvar para consolidar el proyecto resaltó como primera “la falta de
espíritu de asociación existente entre los labradores” y la creencia arraigada
de que los productos de cada uno eran mejores que los del vecino.
Sin
embargo, avanzó que estas y otras trabas serían vencidas “a medida que aumente
la cultura y la educación social de los trabajadores”, ya que “la experiencia
va enseñando a los socios la necesidad de esta disciplina para el éxito de la
obra, y la abrazan por su propio interés”.
Flamarique
no se conformaba con crear una bodega meramente productiva. Además, apostaba
por modernizar los canales de venta del vino. El ponente aventuraba que había
que conocer mejor los mercados, “insinuar necesidades a los consumidores” y
abundar en unas “dotes comerciales que escasean entre la gente agricultora”.
También propugnaba una “venta cooperativa”, con la creación de tiendas propias,
la contratación de “comisionistas inteligentes”, el lanzamiento de “anuncios
discretos e ingeniosos” o la organización de exposiciones.
“En los
principios, toda cooperativa ha de procurarse clientela y aumento de
consumidores por la disminución del precio con la supresión de
intermediarios... El comerciante paga barato al productor y vende caro al
consumidor. La Cooperativa vendiendo más barato al consumidor puede obtener
mayores ventajas para el productor”.
El director
de la bodega también expuso el caso concreto de los avances ensayados en Olite.
Explicó que antes de constituir formalmente la cooperativa, envió una
invitación a todos los socios de la Caja Rural olitense para que se sumaran al
proyecto. De 350, únicamente 70 dieron el paso de aportar uva para una primera cosecha.
“El
resultado no puso ser más satisfactorio”, señaló Flamarique ante el Congreso. “Abonamos
la carga de uva a 22 pesetas, siendo su precio en la época de vendimia de 13 a
14 pesetas”. Al año siguiente, la Diputación facilitó un bodeguero y en poco
tiempo el número de cooperativista se multiplicó porque, como solía decir
Flamarique a los suyos, “los que abandonan los caminos trillados de la rutina
tienen títulos más que sobrados para ser considerados”.
Además de
la bodega, la obra social capitaneada por Flamarique en Olite sirvió para crear
una fábrica harinera, una empresa de suministro eléctrico, una exportadora de
vino a Cuba o una sociedad que agrupó labradores de distintos pueblos para la
compra en común de abonos fertilizantes.
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