En la foto, el cura cooperativista y otros parroquianos |
La gran obra cooperativa que levantó hace un siglo el "cura de Olite"
Victoriano Flamarique saltó por los aires por los malos socios que le
acompañaron en el negocio de la exportación de vino a Cuba, México y Ecuador.
El sacerdote emprendedor, motor de la modernización económica del pueblo y
algunas localidades de la Merindad, buscó socios capitalistas en Bilbao que le
dejaron en la estacada y arruinaron. Hasta hubo en tiempo en el que el conocido
Café Iruña de la capital vizcaina estuvo empeñado por los de Olite. Sin
embargo, al final las deudas ahogaron la idea, los inversores abandonaron al
visionario Flamarique y el proyecto cooperativo quedó herido de muerte.
En el libro recientemente publicado sobre el centenario de la bodega cooperativa de San Martín de Unx, el economista que ha trabajado de auditor en la Cámara de Comptos Jesús Muruzábal Lerga cuanta que en 1921 Flamarique intervino en la semana agropecuaria que organizó en Álava la Sociedad de Estudios Vascos/Eusko Ikaskuntza, oportunidad que aprovechó para explicar cómo un año antes había promovido la creación de la Federación de Bodegas Cooperativas de Navarra en la que participaban las de Olite, San Martín de Unx y Villafranca "con el objeto de abrir nuevos mercados en el extranjero para nuestros vinos".
Para ello constituyeron una sociedad que operaba desde Bilbao, Bodegas Iruña, con un capital de un millón de pesetas del que las bodegas suscribieron 450.000. Los demás socios eran comerciantes, contratistas, agentes de bolsa y hasta militares con influencia en el norte del África colonial. Destacaban por su implicación de 125.000 pesetas cada uno, Severo Unzué y José Garamendi, que pusieron las instalaciones mientras la federación de cooperativas navarras aportaba el vino. Unzué, además de gerente, también se ocupó de comercializar los caldos en centro América, mientras que Garamendi hacía lo propio en el protectorado español marroquí.
Pronto, en marzo de 1921, comenzaron los problemas. Los socios acordaron
ampliar un desembolso en metálico del 10% de su participación. La junta se
reunió y decidió no enviar más vino a La Habana hasta que Unzué no mandara el
dinero de las ventas. El momento era tan grave que, según recoge Muruzábal,
"podría acarrear a la Sociedad una situación peligrosísima y a caso
fatal". Sin embargo, contradictoriamente, optaron también por seguir con
la exportación.
Las cosas se enturbiaron más. Hubo socios capitalista, como Garamendi, que abandonaron el barco, mientras Unzué reforzó su presencia y se puso un sueldo anual de más de 5.000 pesetas. Simultáneamente, la sociedad que este último mantuvo con el nombre de Vinos Iruña acumuló una deuda pendiente de 210.660 pesetas.
La federación de bodegas navarras llegó al límite. Destituyó de gerente a Unzué y, para compensar sus deudas, se hizo con el negocio que el exsocio explotaba en el Café Iruña de la calle Berástegui de Bilbao, que alquilaron para compensar las pérdidas. Bodegas Iruña, cuyo valor se depreció a menos de la mitad del capital inicial, entró en un declive tal que, en octubre, acordó su liquidación.
El balance de situación era elocuente. Las pérdidas sumaban 842.453 pesetas y
el activo más importante estaba reducido al local del café bilbaino, valorado
en 101.881 pesetas. En una junta que se celebró en Olite, el nuevo gerente de
las bodegas confirmó el estado ruinoso de las cuentas, "por los abusos
cometidos por algunos socios, al cubrir deudas particulares" con fondos de
la sociedad, lo que obligó a la expulsión de Unzué y la adquisición del café de
su propiedad.
En julio de 1923 hubo un intento de resucitar la empresa con la creación y refinanciación de Nuevas Bodegas Iruña Limitada, en la que participaban al 25% cada uno el Banco Agrícola Comercial y la Compañía Productores y Exportadores Españoles, ambos también de Bilbao, mientras las bodegas de Olite, San Martín y Villafranca salían al paso con el 50% restante.
Pero el negocio ya no funcionó. Las pérdidas de las tres cooperativas navarras sumaban 790.587 pesetas. La de Olite tuvo que hacer frente a 395.293, la de San Martín a 237.176 y la de Villafranca a 158.117. La mala elección de socios capitalistas y el negocio fallido de la exportación de vino a América supuso la desaparición de la bodega de Villafranca y dio la puntilla a la de Olite, que durante 15 años tuvo que arrendarse y no elaboró caldos como cooperativa.
Además, hubo que alquilar la sede del centro católico que había impulsado el cura, su salón de actos, el café y la biblioteca. También desapareció la caja rural que financiaba el proyecto y con ella decayó toda la obra social. Los sectores más conservadores de la sociedad, así como los oportunistas que retiraron el apoyo cuando era más necesario, se frotaron las manos.
El edificio de ampliación de la bodega, actual sede de Vega del Castillo, permaneció en manos de algunos socios que funcionaron como junta liquidadora de la deuda. Solo en 1941, con el aumento de precio del vino tras la guerra civil, pudo reanudar su actividad como cooperativa. Fue demasiado tarde para el alma mater del proyecto, el cura Flamarique, que tras el fracaso de su brillante aventura murió prácticamente "exiliado" como canónigo de la catedral de Tarazona (Zaragoza).
En el libro recientemente publicado sobre el centenario de la bodega cooperativa de San Martín de Unx, el economista que ha trabajado de auditor en la Cámara de Comptos Jesús Muruzábal Lerga cuanta que en 1921 Flamarique intervino en la semana agropecuaria que organizó en Álava la Sociedad de Estudios Vascos/Eusko Ikaskuntza, oportunidad que aprovechó para explicar cómo un año antes había promovido la creación de la Federación de Bodegas Cooperativas de Navarra en la que participaban las de Olite, San Martín de Unx y Villafranca "con el objeto de abrir nuevos mercados en el extranjero para nuestros vinos".
Para ello constituyeron una sociedad que operaba desde Bilbao, Bodegas Iruña, con un capital de un millón de pesetas del que las bodegas suscribieron 450.000. Los demás socios eran comerciantes, contratistas, agentes de bolsa y hasta militares con influencia en el norte del África colonial. Destacaban por su implicación de 125.000 pesetas cada uno, Severo Unzué y José Garamendi, que pusieron las instalaciones mientras la federación de cooperativas navarras aportaba el vino. Unzué, además de gerente, también se ocupó de comercializar los caldos en centro América, mientras que Garamendi hacía lo propio en el protectorado español marroquí.
Bodega a comienzos de siglo XX |
Las cosas se enturbiaron más. Hubo socios capitalista, como Garamendi, que abandonaron el barco, mientras Unzué reforzó su presencia y se puso un sueldo anual de más de 5.000 pesetas. Simultáneamente, la sociedad que este último mantuvo con el nombre de Vinos Iruña acumuló una deuda pendiente de 210.660 pesetas.
La federación de bodegas navarras llegó al límite. Destituyó de gerente a Unzué y, para compensar sus deudas, se hizo con el negocio que el exsocio explotaba en el Café Iruña de la calle Berástegui de Bilbao, que alquilaron para compensar las pérdidas. Bodegas Iruña, cuyo valor se depreció a menos de la mitad del capital inicial, entró en un declive tal que, en octubre, acordó su liquidación.
Vecinos de San Martín delante de la cooperativa |
En julio de 1923 hubo un intento de resucitar la empresa con la creación y refinanciación de Nuevas Bodegas Iruña Limitada, en la que participaban al 25% cada uno el Banco Agrícola Comercial y la Compañía Productores y Exportadores Españoles, ambos también de Bilbao, mientras las bodegas de Olite, San Martín y Villafranca salían al paso con el 50% restante.
Pero el negocio ya no funcionó. Las pérdidas de las tres cooperativas navarras sumaban 790.587 pesetas. La de Olite tuvo que hacer frente a 395.293, la de San Martín a 237.176 y la de Villafranca a 158.117. La mala elección de socios capitalistas y el negocio fallido de la exportación de vino a América supuso la desaparición de la bodega de Villafranca y dio la puntilla a la de Olite, que durante 15 años tuvo que arrendarse y no elaboró caldos como cooperativa.
Además, hubo que alquilar la sede del centro católico que había impulsado el cura, su salón de actos, el café y la biblioteca. También desapareció la caja rural que financiaba el proyecto y con ella decayó toda la obra social. Los sectores más conservadores de la sociedad, así como los oportunistas que retiraron el apoyo cuando era más necesario, se frotaron las manos.
El edificio de ampliación de la bodega, actual sede de Vega del Castillo, permaneció en manos de algunos socios que funcionaron como junta liquidadora de la deuda. Solo en 1941, con el aumento de precio del vino tras la guerra civil, pudo reanudar su actividad como cooperativa. Fue demasiado tarde para el alma mater del proyecto, el cura Flamarique, que tras el fracaso de su brillante aventura murió prácticamente "exiliado" como canónigo de la catedral de Tarazona (Zaragoza).
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