Franco en la Plaza de Olite, camino del Castillo |
El Archivo
de Navarra ha volcado en internet 1.538 sentencias del Tribunal franquista
que condenó a significativos republicanos navarros, entre ellos una docena de
vecinos de Olite/Erriberri sometidos a juicios sumarísimos de responsabilidad
política realizados en 1940 sin acusación contrastada ni posible defensa, con
jueces militares e incluso contra víctimas multadas y desterradas cuatro años
después de ser asesinadas y arrojadas a las cunetas. La mayoría son condenatorias,
que afectan a alcaldes, concejales, funcionarios públicos o sindicalistas, con
acusaciones tan variopintas como promover la fundación de la UGT olitense,
aplicar una legislación laica en las escuelas municipales o simpatizar con partidos
de izquierdas o nacionalistas.
Catalunya ha pedido la anulación de los juicios |
Las
sentencias liberadas por el Gobierno de Navarra se pueden descargar íntegras y
pertenecen, al menos en el caso de Olite, a un mismo tribunal regional del que
forman parte Eladio Carnicero, Joaquín Ochoa de Olza y Leocadio Tamara, que
generalmente hace de ponente en sentencias que se dictan entre los meses de
mayo y noviembre de 1940, un año después de acabada la guerra.
Consejo de guerra en la Dictadura |
Llama la
atención por su dureza la sentencia contra Salvador Eraso Azcárate, un anciano
de 79 años, concejal republicano y uno de los primeros asesinados en julio del
36 cerca del cementerio de Tafalla. “Durante el dominio del Frente Popular” se
distinguió “por sus ideas extremistas y disolventes”, hizo campaña para que los
jóvenes se afiliaran al Socorro Rojo de auxilio a obreros encarcelados y, entre
otras, fue “enemigo acérrimo de los principios generadores del Glorioso
Alzamiento Nacional”. A pesar de su fusilamiento, el ponente escribe que huyó y
que está en paradero desconocido. Tasa su fortuna en 59.350 pesetas y le pone
una multa de 15.000, mientras le sanciona con un destierro a 200 kilómetros de
Olite.
Otros
fuertemente castigados son dos de los alcaldes del periodo republicano, de 1931
a 1936. Al socialista Juan García Lacalle le imputa fundar la UGT y presidirla.
También lo da por desparecido, aunque había sido asesinado en Falces. Consigna
que “es soltero pero tiene a su cargo una cuñada viuda y tres sobrinos”, valora
su patrimonio en 32.000 pesetas, le condena a pagar 5.000 y le inhabilita de
cargo público para cuatro años, ocho meses y un día.
A Carlos
Escudero Cerdán, alcalde hasta 1933 que había proclamado la República y estaba
mal enterrado en una cuneta de Enériz desde noviembre del 36, le recuerda que en
su mandato fueron multados derechistas que se manifestaron contra la retirada
de crucifijos de las escuelas, que había ordenado el Gobierno. Casado, sin
hijos, de 62 años, tenía un patrimonio de 26.160 pesetas, se le multaba con
5.000 y desterraba a 150 kilómetros de Olite por ocho años.
Aunque en
las sentencias se juzga, generalmente, a un individuo, en la que se emite el 30
de noviembre de 1940 los protagonistas son tres miembros de la familia
Chivite-Fernández, a los que ya se les había fusilado a uno de los componentes,
Agustín. Los jueces franquistas absuelven primero a la madre, Victorina
Fernández Jiménez, viuda de 75 años y natural de Cintruénigo, a la que no
encuentran otra actividad que “haber emitido su voto en pro de candidaturas
izquierdistas”.
Condenan,
no obstante, a sus otros dos hijos, que estaban huidos después del golpe de
Mola en Navarra. Tomás Chivite, que acabó exiliado en Chile, fue primer
teniente de alcalde y destacado sindicalista de UGT. Tras llegar a Catalunya,
sirvió en las milicias republicanas y, señala la sentencia, “debió tener algún cargo
de importancia en alguna checa de Barcelona”. A su hermano Sebastián, que murió
exiliado en Burdeos, también le acusa de escaparse “al campo rojo donde obtuvo
grado de oficial y más tarde de comandante del Ejército rojo”. Para los dos el
castigo es de 500 pesetas de multa y un destierro a 250 kilómetros del pueblo
durante diez años.
El tribunal
regional también juzga el expediente contra el concejal socialista Francisco
Lacasta Catalán, que fue miembro de la dirección local de UGT y que había
desaparecido. Su fortuna estaba valorada en 1.100 pesetas y se fija una multa
de 250 y un destierro a 100 kilómetros durante cuatro años.
Además de
los corporativos del Ayuntamiento, especialmente reprimidos en Olite con
porcentajes por encima de la media navarra, los funcionarios públicos fueron
otro cuerpo perseguido. Es el caso del caminero Benito García Calvo, funcionario
de la Diputación asesinado, que la sentencia retrata como “entusiasta de Azaña,
a uno de cuyos mítines intentó marcharse juntamente con otros compañeros,
siendo detenida la camioneta donde hacían el viaje”. Estaba casado, tenía tres
hijos, uno de ellos también fusilado, y sus bienes sumaban 7.830 pesetas, por
lo que se le impuso multa de 150. A Félix Arrieta Domínguez, sereno que
sobrevivió de milagro a un intento de
fusilamiento, le acusan de abusar de su cargo para intimidar “a las personas de
derechas”. Calculan sus bienes en 1.500 pesetas y le imponen el pago de 100.
Los
sindicalistas forman otro grupo de expedientados. Julián Azcárate Domínguez,
que pertenecía al Socorro Rojo y la UGT, fue sancionado con 2.000 pesetas, y su
hermano Cesáreo, “elemento destacado y peligroso” que ya había estado en la
cárcel por “delito de rebelión militar” y “no cumplía sus deberes religiosos”,
tuvo que pagar 300 pesetas de multa. Ambos ya habían sido fusilados en la
sierra de El Perdón junto a otros 11 vecinos encarcelados en Pamplona tras el
golpe militar.
Entre tanto
sarcasmo y condenas a multas y destierros a gente que ya estaba e la fosa desde
hacía años, alguna de las sentencias son más benévolas y absuelven a los
acusados. Ocurre esto con la única mujer que aparece en los papeles, Luisa
Azcárate Domínguez, hermana de los dos anteriores, a la que inculpan de ser
“simpatizante con la UGT”, aunque “no se ha probado estuviera afiliada” al
sindicato ni a otras organizaciones “ni tampoco consta actuación contraria al
Glorioso Movimiento Nacional”, por lo que le perdonan “de los hechos que se
imputan en este expediente”.
Otros que
consiguen la gracia, los menos, son antiguos simpatizantes de izquierdas que llegada la sublevación se suman
al bando contrario, a los tercios de requetés o banderas de falange. VR, por
ejemplo, “izquierdista sin que conste afiliado a ningún partido”, se alistó con
los carlistas y fue herido y dado de baja por inútil, por lo que es absuelto.
El pitillés JC, afiliado a la UGT, se enroló con su hijo en las milicias de
Falange. El tribunal lo absuelve y dicta que se notifique a sus herederos para
que puedan recobrar los bienes que tenían embargados.
También
aparece otro pitillés, Jesús Ayundez Oneca, que cuando escuchó el bando que
proclamaba el estado de guerra de julio del 36 “contestó vitoreando a la
República” y huyó a San Sebastián. A este sí le castigan a pagar 250 pesetas y
le imponen un destierro a 150 kilómetros de Olite.
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