viernes, 26 de febrero de 2010

LA PELOTA EN OLITE, UN DEPORTE INMEMORIAL

En estos tiempos en los que el deporte por antonomasia, el fútbol, se ha convertido en sus altas esferas en un juego de euro millonarios que corren detrás de un balón conviene recordar que en nuestra ciudad se han practicado otras destrezas sin que necesariamente la habilidad haya tenido que importarse hace cien años de Inglaterra. El juego de la pelota a mano ha contado desde siempre con un grupo de seguidores que solían disputar su pericia en las fiestas patronales, una afición que hunde las raíces en la Edad Media y que Olite posee el privilegio de tener uno de los pocos documentos navarros que certifican su práctica ya en el año 1408.

Las referencias escritas al juego de la pelota aparecen abundantes en Francia, ya que era coto de su nobleza. También hay rastro en Castilla donde, por ejemplo, una miniatura de las “Cantigas” de Alfonso X incluye una escena de pelotaris. Las primeras noticias en Navarra datan de 1331 y se refieren a las órdenes dadas por el rey Felipe III de Evreux para levantar un tablado “para jugar a la palma” en el convento de los Dominicos de Pamplona.

El “jeu de paume” pasó, posiblemente por influencia francesa, al Viejo Reyno, donde los personajes que se movían cerca del monarca, nobles y clérigos, lo practicaron con asiduidad. Y es aquí donde aparece en la historia de la pelota nuestro pueblo. Es en el reinado de Carlos III el Noble (1387-1425) cuando se documenta la construcción de una cancha de juego en el Castillo de Olite. Un legajo medieval revela que en 1408, hace seiscientos un años, el rey advirtió de la necesidad de reparar el “terrado para jugar a peillota” que ya existía en su Palacio. Hasta mediados del siglo XVI no habrá más menciones a la pelota en la documentación medieval navarra, así que el dato de Olite es sumamente importante.

Fernando el Católico, hermanastro de nuestro Príncipe de Viana, ejercitó el deporte y su yerno, Felipe el Hermoso, marido de Juana la Loca, parece que falleció después de tomar agua fría tras un partido. Francisco I, Enrique II y Carlos IX de Francia también fueron pelotaris. Con el paso del tiempo, el clero socializó este deporte que, más tarde, llegó a las clases populares. Fueron tiempos en los que se extendieron las apuestas, las multas y prohibiciones.

En Olite, las paredes del derruido Castillo hacían las veces de improvisado frontón. Se jugaba a mano junto a la iglesia de Santa María y a pala en el frontis del que hoy es el Parador de Turismo. Los alguaciles apuntaban en su libretica. Ponían multas a diestro y siniestro, perseguían a unos jóvenes que no tenían espacios para jugarse los cuartos a la pelota. Empero, el juego se extendió por todo el territorio y se convirtió en el deporte del País.

En Olite llegamos al siglo XX sin un frontón en condiciones y fue en 1930 cuando el primer teniente de alcalde del ayuntamiento de la Dictadura de Primo de Rivera, Elifio Bariáin, rompió una lanza por tan noble deporte. En la sesión que se celebró previa a las fiestas patronales, Bariáin expuso a sus colegas de corporación la necesidad de levantar un frontis “donde el vecindario pueda dedicarse al deporte del juego de la pelota, ya que existe tanta afición a él y se carece de sitio apropiado para ello”. Urgió a que se tomara la idea en consideración porque, según Bariáin, era “el deporte propio de este país”.

Después, una comisión municipal se desplazó a Aoiz para ver el frontón de la localidad, mientras en Olite discutían si se iba a construir en la Placeta, en la “tajada de las Monjas, junto al cuartel de la Guardia Civil, o en la tajada del Portillo, al lado de la casa de Joaquín Ochoa”, que fue la opción más apoyada pese a que, finalmente, todo quedó en agua de borrajas.

No será hasta octubre de 1932 cuando, Benedicto Uztarroz y José Unzué, “por la Juventud olitense”, vuelvan a plantear al Ayuntamiento la necesidad de contar con un frontón. Ambos elevaron al consistorio republicano que presidía Carlos Escudero una instancia firmada por medio centenar de jóvenes en la que reclamaban que los presupuestos municipales incorporaran “una cantidad justa” para la obra.
Los suscribientes, muchos de ellos carlistas, recordaban que antes de que el régimen republicano llegara a la alcaldía había una partida de 27.000 pesetas para el frontón y que, posteriormente, la idea quedó aparcada para satisfacer otras necesidades. En la carta argumentaban que en Olite “hay una afición a tal deporte que no hay un solo chico o mozo que no deje de jugar a pelota después de sus trabajos agrícolas o industriales”.

Advertían que estaban obligados a jugar “en paredes agujereadas o defectuosas, teniendo por tanto el riesgo de ser denunciados por las Autoridades por tenerlo prohibido”, como ocurría, por ejemplo, en los muros del Castillo. La instancia añadía curiosos argumentos cuasi científicos. Subrayaba que “la pelota es el deporte más antiguo e higiénico y lo han reconocido todos los hombres de ciencia que hay que practicarlo para el desarrollo físico”.

Los impulsores del escrito acababan con esta aseveración: “la Juventud de Olite tiene ingenio para toda clase de deportes, como puede darse cuenta por el fútbol y ¿quién dice si el día de mañana si hubiera un frontón no tendríamos una figura destacada que engrandeciera nuestro pueblo?”.

Acabada de la guerra civil, en un contexto de penuria y reconstrucción estatal, el régimen del general Franco acudió a las obras públicas para generar empleo y reactivar la economía. Con Emiliano Maeztu en la alcaldía, el Ayuntamiento se lanzó a la promoción de obras importantes, como la pavimentación de las principales calles, la creación del barrio de Corea, un edificio para albergar las escuelas, la nueva Casa Consistorial y, por fin, el deseado frontón municipal que tantas veces habían reclamado los chavales.

El programa de fiesta del año 1948 incluyó el 12 de septiembre “la bendición e inauguración del grupo escolar y el frontón”. A mediodía, las autoridades e invitados cortaron la cinta de unas instalaciones que se mantienen en pie en nuestros días. Los actos organizados anunciaban que ”terminada la ceremonia se celebrará un emocionante partido de pelota entre aficionados de la localidad”. Por la tarde continuaron los enfrentamientos en los que intervinieron “los mejores pelotaris de remonte, pala y mano de Navarra”.

Son muchos los apellidos que en las últimas décadas han estado asociados al desarrollo en la ciudad de este deporte autóctono por excelencia. Aún a riesgo de dejarme alguno (perdón a los no aludidos) los hoy abuelos recuerdan a Labarta como un buen pelotari, a Orradre, a Vives y Matías Valencia “Pirulero”, estos últimos jugadores de paleta en la pared del Parador. A Arellano, Moisés Losarcos, a Medrano “Furraña”, a Javier Gil “Baldomero”, a Juan José Algarra “El Cacho”, los hermanos Gorri o a Jesús Ansa “Plomito”.

El padre José Luis, franciscano de sotana remangada, nos inició de muetes en la escuela de pelota que fundó en los años setenta del siglo pasado. Fue pareja de José Antonio Ansa “El Chato” en los campeonatos interpueblos que se celebraban con inigualable ambiente por toda la Merindad. El ermitaño de San Martín, el recientemente fallecido Viela, era un crak.“El Chato” también jugó con José Mª Sola “El Pi” y José Mª Algarra “Harry”. Además, en paleta destacaron sobremanera Joaquín Domínguez “Moñín” y los hermanos Balduz Ugarriza, que llegaron a participar en los mundiales de pelota como miembros de la delegación navarra. Fernando Valencia “Jovi”, Javier Eslava, Paco Gabari o Fernando Aramendia “Carraña” también le pegaban bien con la herramienta.

Hace doce años, Javier Escudero y Ángel Mari Izuriaga intentaron reinventar, con diferente éxito, la escuela de pelota. La iniciativa se recondujo, con la ayuda de Txema Nanclares, en la organización de un campeonato de pelota a mano para aficionados. Euge Zala Martínez y José Mª Marín “Faraón” ayudan desde hace cinco años para que el medio centenar de pelotaris que participan cada verano terminen estos días la temporada con una cena en la que al final se cuentan los clavos de unas manos en las que está el presente de un deporte arraigado en Olite desde hace seis siglos. Ahí es nada, 600 años.

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