viernes, 26 de febrero de 2010

DE TAFALLAMENDI A SAN GREGORIO

La primera vez que llegué a San Gregorio maldije mil veces haberlo pisado. Eran fiesta de Tafalla y los chavales de Olite hacíamos dedo, autostop, a la salida del pueblo. Como ningún coche nos paraba, éramos todos mastos de bigote lacio y no había muetas en la cuadrilla, decidimos subir andando. Han pasado más de treinta años, así que la muga entre Olite y Tafalla, cerca de la que era factoría de Luzuriaga, se llamaba entonces “cuesta de San Gregorio”.

Ahí mismo, donde comenzaba la pronunciada pendiente hoy desaparecida, vimos llegar el bólido “coupé” de uno de los solteros de oro del pueblo. Era un hombre con tela, enclenque y mal parecido, pero con el suficiente poderío como para tener gran auto y una novia buenorra y diferente que pasaba cada cierto tiempo por el morro de los paisanos. Por lo demás, gastaba un mal genio que le doblaba la fama de rico.

El tipo vio a la panda de muetes que hacía dedo. Frenó el auto con ostentación. Los cuatro amigos que íbamos a fiestas no podíamos creer tanta generosidad del malasombra. El chulico paró en seco en la punta del montículo y los muetes corrimos como posesos para subirnos al coche. Por fin, llegábamos a fiestas de Tafalla, pensamos. Cuando a la carrera alcanzamos su altura, el jodido apretó el acelerador y nos dejó allí tirados, en mitad de “Tafallamendi”, con la lengua fuera y chorreando más sudor que un manso cojo en el encierro.

A pesar de todo, un ratico a pie y otro andando, llegamos de noche a Tafalla. Eso sí, desde entonces y durante muchos años, los protagonistas de la anécdota nos acordamos de San Gregorio y del solterón guasón (que nos espere muchos años en el cielo) cada vez que llegaban las fiestas de la Virgen de la Asunción.

Creo que fue con la construcción de la Autopista AP-15 cuando desapareció la cuesta de la muga hermana. Una carretera nueva cortó el montículo como un melón y, a un lado, quedó la ermita y, al otro, una famosa casa de citas que tomó el nombre del santo protector de los campos, apelativo al que unió el de “Asador grill”, aunque todo el mundo supo bien pronto que allí lo que se ponía al rojo era una bombillica que lucía en la puerta y no las brasas de ninguna barbacoa. En fin, que el pobre montículo de San Gregorio quedó “aserrucheado” y por la vertiente del templo más alegre pasaron a partir de entonces muchos más romeros merindanos que por la ermita que vistan los tafalleses el 9 de mayo.

Con el tiempo, un sabio de Artajona borró los prejuicios que me habían surgido a cuenta del montículo situado en el límite y la relación que en mi subconsciente guardaba con el soltero chusco del auto. Me reconcilié, al fin, con San Gregorio por culpa de José María Jimeno Jurío, quien me explicó que en la Edad Media los de Olite llamábamos al montico “Tafallamendi”, mientras nuestros vecinos le decían, en romance, “Cabezo de la Torraza”. Aúpa Erriberri euskaldun.

Y para que así constara, el ilustre de Artaxona documentó que la primera vez que en los legajos se encontró con el término fronterizo fue en los archivos de Olite, en papeles que ya en 1279 le bautizaban “Tafayllamendi”, en 1341 “Taffallamendi” y en 1442 “Thaffallamendi”, topónimos que comenzaron a caer en desuso en la segunda mitad del siglo XV.

“El único monte de la zona es el que los tafalleses denominan cabezo de la Torraza, cabezo de San Gregorio desde el siglo XVII y actualmente San Gregorio. El nombre vasco no debió ser puesto por los tafalleses, que lo hubieran llamado monte de Tafalla, sino por navarros más meridionales, concretamente por los de Olite, para quienes, repetimos, el único monte que se hallaba en el camino hasta Tafalla era ese Cabezo”, dejó escrito el desaparecido Jimeno Jurío en su libro de “Toponimia” de Tafalla.

El caso es que también en la zona hubo un molino propiedad del rey de Navarra, cuya utilización fue origen de conflicto por que los de Tafalla cortaban el riego que el monarca quería utilizar en las tierras que, aguas abajo, poseía en Olite. En el siglo XIV ya hubo una sentencia favorable al soberano y en el XV el Príncipe de Viana volvió a penalizar a los tafalleses por el mal uso de “la acequia de la rueda de Thaffallamendi”.

En el siglo XVI, en 1561, el topónimo en Tafalla ya es la “Torraza del Cabezo” que “al camino real que ban de Olit a Taffalla” y en 1574 se concede la licencia para construir “la hermita del Señor San Gregorio de cabo el cabezo”. Es ahora cuando la palabra “torraza” va a dar paso a la de “cabezo” y, desde el siglo XIX, en los archivos tafalleses aparece registrado como “Cabezo de la Nava”, auque actualmente le llamemos “San Gregorio” por hallarse en el término una de las dos ermitas que perduran en la ciudad del Zidacos.

La “basílica en honor de Sant Gregorio y Santa Bárbara” fue mandada construir en 1574 por el alcalde Melchor de Mencos. Se dedicó al santo protector de los campos y durante siglos tuvo ermitaños encargados, por ejemplo, de rogar para que no entraran las plagas de langosta, rezar “contra la rañuela” o “traer el agua bendecida” con la que se santificaban los campos tafalleses para garantizar cosechas abundantes. El edificio fue reconstruido en el siglo XIX y junto a la ermita se colocó después una lápida que recuerda la batalla de Barranquiel (1143). Desde siempre, la raya ha sido frontera con los vecinos del Sur, que desde la vieja “Tafallamendi” llegan a mediados de agoto a disfrutar de las fiestas.

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