Al kioskero, que ha tropezado con algunas auroras y no se ha
mezclado en ninguna, siempre le llamó la atención la letrilla que el cura Luis Andueza
compuso para la que se entona cuando raya el alba de la fiesta del Día del Niño, que este año suma 50 años
en Olite/Erriberri. Andueza era un sacerdote listo, de los que se llevaba el
pueblo al catre. Tenía más cintura que una contorsionista de circo sin fieras y
toreaba, a derecha e izquierda, con una finura que le llevó de ser párroco de
la iglesia de San Pedro a canónigo de la catedral de Pamplona, posición que mantuvo
hasta que con 86 años partió al más allá hace un lustro.
Don Luis,
que así le llamábamos los muetes,
tenía la voz ronca, de locutor de radio o fumador de taberna, que lo mismo
valía para bramar en el sermón de la misa de 11 que para acompañar el rasgar de
un guitarra en las tascas del pueblo. Hombre rocero, como digo, se inventó
aquello de la aurora que los chavales pasean todavía hoy escrita en un papelico y cantan al alba cuando las
legañas levantan sus pegajosas persianas.
Lo que,
como el Cid, cuenta el compositor Andueza en su coplilla, aún después de muerto,
no tiene desperdicio. Entre estribillo y estrofas, sustancia una filosofía
optimista del porvenir que los niños inconscientemente han proyectado durante
casi medio siglo, hasta que descubren un día que el tiempo aturullado les ha
pisado los talones con el pelo cano y perciben que la vida pasa fugaz y son los
nuevos muetes los que, como el
diablo, susurran al oído que dejen paso porque:
“El mundo de los mayores,
cumplió un
día su misión,
Los niños
de nuestro tiempo
queremos
uno mejor”.
Don Luis
Andueza, que en realidad se llamaba Luis Miguel y lo sé porque teníamos este
secreto entre tocayos, arrancaba la primera estrofa de su aurora infantil con
loas y alabanzas a Dios, y otras cosas de su profesión que se antojaban pretenciosas,
como que las leyes de los hombres se tenían que “inspirar en el amor”. A mí
aquello me parecían las hojas de parra que esconden la uva. Pero luego el
canto, en la estrofa dos, comenzaba a tener una enjundia que se metió para
siempre en los laberintos de mi cerebro.
La estrofa
dos era digna de un genio, de un poeta eterno, del profeta que adivinó que
muchos años después de compuesta aquella letrilla, unos niños atorados por el
frío de una mañana de septiembre iban a seguir pidiendo a Dios o a quién sea:
“Una tierra
sin fronteras,
sin odios,
guerras y rencor,
Un mundo
sin injusticias
y una
cultura mayor”.
Y ahí el
cura la clavaba tanto que parecía de Podemos o un ingenuo enmascarado que, como
el agricultor de la Sarda, colocaba
una semillita rebelde en el corazón de aquellos infantes, que al crecer abría a
nuevas generaciones de muetes utopías
tan inalcanzables como necesarias. Efectivamente, don Luis, si me escucha por
allí arriba le tengo que señalar que en el mundo de los mayores ya no se puede ni
respirar y que solo nos queda que prosperen los que quieren uno mejor, o sea
tan culto y equitativo como el que inculcó en su perenne letrilla de la que
muchos, injustamente, no saben quien fue su padre.
AURORA DEL DÍA DEL NIÑO DE OLITE
Estribillo:
El mundo de los
mayores
cumplió un día su
misión.
Los niños de nuestro
tiempo
queremos uno mejor.
Estrofa 1
Un mundo donde los
hombres
quieran y alaben a
Dios.
Un mundo donde las
leyes
se inspiren en el
amor.
Estrofa 2
Una tierra sin
fronteras,
sin odios, guerras y
rencor.
Un mundo sin
injusticias
y una cultura mayor.
Estrofa 3
Y ese mundo que
buscamos
lo haremos con
ilusión.
Los niños de nuestro
tiempo
hermanados en amor.
Hoy ya adulto, recuerdo todavía el madrugón para la Aurora, y la ilusión con la que cantaba aquélla letrilla.
ResponderEliminarLeída hoy tras muchos años, siento que mis propósitos de niño, se han ido a hacer puñetas, y no porque yo no lo haya intentado, simplemente, porque este mundo no entiende de ilusiones o buenos propósitos de unos mocosos que cantan por la calle despertando a los vecinos.
Sigo analizando la letra, y digo, que Don Luis era un genio! Atreverse a pedir un mundo sin injusticias y mayor cultura en la España de 1965, tiene su enjundia. Hacérselo cantar a los niños, es la forma más inocente de protestar por algo que sabes que no funciona, y eso, nadie supo verlo como lo veo yo ahora, 50 años después, y sintiendo que es tarde.