Se cumple ahora un año de las elecciones municipales del 24
de mayo de 2015 que favorecieron un vuelco importante, histórico para algunos,
en el panorama de Olite/Erriberri al romper la candidatura Agrupemos/Elkartu el
bipartidismo UPN/PSN que había gobernado los últimos treinta años. Los 1.043
votos que obtuvo la agrupación progresista que encabezó Andoni Lacarra, un joven
empleado de Fagor-Ederlan que no llegaba a los 30 años, le dieron la Alcaldía y
los seis ediles sobre once que le permiten hoy gobernar con mayoría absoluta.
No es
momento de balances definitivos cuando el barco solo ha navegado el 25% de la
singladura, pero sí conviene mirar un poco atrás para bosquejar cómo crece este
árbol plantado hace doce meses, si avanza derecho o se desvía, si admite correcciones
o no.
En lo
positivo, sin duda, se han dado pasos de gigante en proximidad y transparencia.
El Ayuntamiento ha abierto ventanas y las habitaciones han perdido un aire
viciado durante décadas. Se ha vuelto a las comisiones informativas de ciudadanos,
se graban los plenos y atiende a los medios con equidad, se rinden, por
ejemplo, las cuentas del presupuesto municipal en una asamblea en la Casa de
Cultura en la que los olitenses pueden interpelar en qué se gastan los dineros,
etc...
En lo
económico, el problema es la deuda heredada que mantiene a Olite/Erriberri en el
sexto municipio más empeñado de Navarra, un tapón que se desatasca al ralentí,
con ajuste de gasto y poca inversión. Una tendencia que consiste, lentamente, en
amortizad deuda y, si es posible, reducir una presión fiscal que, a costa de
subidas, acogotó a los vecinos en la anterior legislatura. Los nudos gordianos
de La Moraleja o favorecer la creación de empleo local se desatarán con una
economía sana.
Un año,
como señalábamos al principio, es poco pero da idea de cómo crece ese pequeño
retoño que nació hace doce meses y que, en el lado de los riesgos, no tiene
mayor dificultad para cimentar un municipio más moderno todavía arrastrado, en
asuntos, por cierto clan que tuvo la sartén por el mango durante 30 años e
influye, penosamente aún, en algunos ediles de peso cual síndrome de Estocolmo
del que, desde la ciudadanía, hay que controlar para que no arruine una
conquista ilusionante que no cuaja en una ni en dos legislaturas, en una ni en
dos personas.
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