lunes, 1 de marzo de 2010

OLITE Y LAS "NACIONES VASCAS"

En el arranque del siglo XIX Olite/Erriberri tenía 1.500 vecinos que vivían plácidamente en el llano “más fértil y más delicioso de toda Navarra”, según dejó escrito Juan Antonio Zamacola (1785-1819), un liberal afrancesado exiliado en Auch (Gascuña), que un año antes de morir publicó su obra póstuma “Historie des Nations Basques”.

En esta especie de enciclopedia que guarda similitud con el diccionario que en 1845 escribió Pascual Madoz, Zamacola recorre palmo a palmo la geografía e historia de todo el País. Se adentra en nuestra Merindad y recala en Olite para, entre otros muchos apuntes, aventurar que el nombre euskaro de la localidad era “Erriveri o Erriberi”. Así, sin doble –rr en la última sílaba, porque “significa región o ribera baja”, en detrimento del “Erriberri” o “tierra nueva” que ha sido la acepción final.

Tras del zuberotarra Ohienart, Zamacola es el segundo historiador que abarca en un detallado trabajo toda la geografía vasca. 79 años después de su desaparición física, el libro fue editado en Bilbao con un larguísimo nombre: “Historia de las naciones bascas de una y otra parte del Pirineo Septentrional y costas del Mar Cantábrico”. Que, además, iba adornado con este minucioso subtítulo: “Desde sus primeros pobladores hasta nuestros días. Con la descripción, carácter, fueros, usos, costumbres y leyes de cada uno de los estados Bascos que hoy existen”, tal y como ha recogido en sus notas el tafallés José Mari Esparza Zabalegi.

Dentro de este puntilloso estudio salido de la pluma de un hombre que vivió en Madrid en años de la invasión napoleónica se puede rastrear hasta el más minucioso detalle del Olite de la época, reflejo de un tiempo en que, por ejemplo, revela que las aguas de la popular fuente de “El Chorrón” “son excelentes y producen muy buenos efectos en las enfermedades de obstrucciones”.

Tras explicar con esmero los límites geográficos de la merindad, que muga por el norte con “el valle de Orba que está rodeado de selvas y montañas cubiertas de encinas”, el político e historiador refugiado en Francia tras la llegada de Fernando VII penetra en la “Ciudad de Olite, capital de la merindad de su nombre”, situada en la orilla derecha del Zidacos, “en una llanura muy hermosa de tres leguas de largo”.

Informa de los municipios lindan con la localidad y advierte que, “a un tiro de fusil” del casco antiguo, pasa el río “regando y fertilizando sus campos, por cuyo medio producen lino, cáñamo y muy buenas aceitunas”. Añade que el término es “muy fértil, y produce toda clase de granos y frutas en abundancia”.

Zamacola asegura que en los confines del riachuelo “hay cuatro hermosas fuentes, de las cuales, la una tiene doce caños; otra, seis; otra, cuatro, y la cuarta, que llaman del chorrón, uno solamente”. También cuenta que “hay en la ciudad dos molinos de harina; doscientas cuarenta y cuatro casas habitables; cien casi arruinadas, y cuatro parroquias ...”.

Las ruinas del que fuera majestuoso castillo de los monarcas navarros no pueden pasar desapercibidas para tan meticuloso observador, que escribe que “todavía existe en Olite el magnífico palacio que hizo construir el rey Carlos III de Navarra .... con el proyecto de reunirle al de Tafalla por galerías altas y bajas”.

Zamacola queda absorto de sus recios muros. “Las torres de este suntuoso edificio son muy sólidas, y se terminan por grandes terraplenes adornados de hermosos aposentos ...”. Las atalayas todavía eran tan preeminentes que al historiador le parece que “fueron destinadas sólo para observar desde ellas la campaña ...”.

El libro precisa que el responsable de la fortaleza era un alcaide, nombrado por el rey, y que disponía de “un sacerdote para el servicio de la capilla. El gobernador debe ser siempre de una de las casas ilustres de Navarra”, y por ello durante siglos los titulares fueron los condes Ezpeleta de Beire. “La ciudad de Olite está rodeada de murallas, y conserva todavía sus fosos, cerca de los cuales pasa hoy el camino real”.

En cuanto al nombre vasco de Olite, el autor explica que “el señor Rancy dice que consta en algunas antiguas actas que Olite se llamaba Erriveri; y que esto quiere decir en lengua vasca tierra nueva”. Empero, en este aspecto, Zamacola puntualiza: “más yo diría, que si la antigua población de Olite se llamaba Erriveri o Erriberi, significa región o ribera baja, porque falta la r doble o fuerte en la última sílaba de Erriberi, y debe ser Erriberri, o más bien Erri-barri, para que signifique tierra-nueva”.

Juan Antonio Zamacola no sólo quedó gratamente impresionado de la localidad, sino que además extendió sus parabienes al resto de pueblos de una comarca que, a sus ojos, aparecía fértil y rica. “Aunque la merindad de Olite sea de las menos extendidas y pobladas de Navarra, no cede, sin embargo, a las demás en cantidad de granos y frutos que recoge”, destaca el analista.

Un observador ilustrado, hijo del exilio político de la España que gritaba “viva las cadenas”, y que en su recorrido por Navarra se congratuló del carácter de unos paisanos a los que tildó de “generosos y espléndidos por naturaleza”, y de darse “tan buen trato en la mesa que habían adquirido por ello, en otros tiempos, el epíteto de grandes comilones”.

Los navarros “son diestrísimos jugadores de pelota y tienen generalmente la apreciable circunstancia de ser hombres de mucha verdad y pocas palabras mientras juegan. Se ajustan a veces partidos de pelota de tanto nombre, particularmente en Pamplona y en Tafalla, que se despueblan las provincias y lugares para ir a estas funciones y atravesar el dinero que llevan”.

Según ha escrito Esparza, al final de su vida el liberal afrancesado volvió sus ojos hacia los territorios forales vascos y en el prólogo de su libro justificó que “juntas las naciones de Europa van conociendo la necesidad que hay de volver a adoptar aquel mismo sistema de gobierno de las primitivas sociedades, si se ha de gozar de alguna tranquilidad en el mundo”.

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