Editorial de Diario de Noticias
Los gestores de Salud tratan de imponer
una nueva reforma de atención primaria y de urgencias, rechazada ya por los
profesionales, y buscan crear ciudadanos de primera y segunda según vivan en la
ciudad o en zonas rurales.
El mismo día que el Gobierno de
Navarra hacía pública su intención de endosar la gestión del pozo sin fondo en
que se ha convertido el Circuito de Los Arcos -uno de los iconos de la política de despilfarro del
dinero público que ha llevado a cabo UPN desde el Gobierno- a la iniciativa
privada, el departamento de Salud filtraba un informe sobre la atención
sanitaria en el medio rural de Navarra con el interesado enfoque de su
desorbitado coste en comparación con los núcleos urbanos.
La visión mezquina de Salud sobre la
realidad social y territorial de las zonas rurales evidencia una concepción
mercantil y utilitarista de los recursos públicos y constata una
diferenciación, desde ese egoísta punto de vista, de ciudadanos de primera y de
segunda. ¿Plantea acaso reducir la atención de esas personas que viven en los
pueblos y comarcas de Navarra para ahorrar? ¿No pagan o han pagado esos
navarros y navarras sus impuestos como contribuyentes igual que los ciudadanos
urbanos? ¿Prefiere la desertización del espacio rural para aglutinar a la
población sólo en núcleos urbanos?
Es una perogrullada airear que el
coste de la atención sanitaria es mayor en los medios rurales que en las
ciudades, como lo es la atención educativa, el acceso al agua o a la
electricidad. O como lo son también las prestaciones públicas de salud o
atención social de las personas mayores que de otros segmentos de la sociedad.
Pero es una maldad política remarcar esa realidad en el marco de un debate en
que los gestores de Salud intentar imponer una nueva reforma de la Atención
Primaria y de Urgencias -que ya ha generado el mismo rechazo entre los
profesionales y los municipios afectados que el anterior-, acentuando una
especie de culpa entre quienes viven en los espacios rurales.
Y lo peor es que hay también un
trasfondo ideológico, que parte del convencimiento de que los derechos sociales
son un lastre y que la atención pública a los más necesitados es una cosa del
pasado que hay que sustituir por la vieja caridad y beneficencia. Es una realidad
que hay diferentes modelos políticos, y que UPN está cada vez más lejos del que
defiende la convivencia social, la igualdad de oportunidades y la
redistribución de la riqueza. Como lo está de la defensa de un modelo de
desarrollo socioeconómico que garantice el necesario equilibrio territorial
como garantía de conservar el espacio rural humano y de frenar el grave riesgo
de despoblación y envejecimiento.
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