domingo, 12 de mayo de 2019

“EL DÍA MÁS GRANDE DE NUESTRAS VIDAS” (13/5/1979)

Se cumple 40 años de la inhumación republicana olitense
Luis Pérez Rocafort “Planilla” era un hombretón terco que casi siempre lagrimeaba cuando hablaba en público de su padre, el concejal socialista Julio Pérez García al que habían fusilado en Tafalla en 1936. El día del funeral en el que se recordó a los 50 republicanos desparecidos en Olite/Erriberri tras el golpe de estado, el 13 de mayo de 1979 (se cumple precisamente ahora 40 años), escribió con mal pulso cómo se fraguaron las exhumaciones que promovió un grupo de familiares entre los que destacó él por su empeño y cabezonería.
Familiares promotores ante el panteón en 2004
            En aquel papel que temblaba al compás del llanto Luis Pérez narró a la muchedumbre que en el panteón que habían construido con sus manos iban a introducir cinco féretros. En dos ataúdes, señaló, estaban los 13 fusilados en Zaragoza después de ser obligados a alistarse en el Tercio de Sanjurjo y mal enterrados en el cementerio de Torrero junto otros 200 navarros. Fueron de los primeros en recuperar aunque fuera simbólicamente, porque era imposible saber en aquella maraña de restos quién era quién ni de qué pueblo, así que los familiares que con pico y pala abrieron una zanjan de 250 metros se trajeron en un saco unos esqueletos que luego marcaron con boli en una hoja con el nombre de “Zaragoza”.
El funeral del 13 de mayo de 1979 fue masivo
           Lo mismo ocurrió en los funerales de otros pueblos. No eran tiempos de adeenes, forenses ni exhumaciones científicas. Tampoco importaba mucho y la fraternidad en la desgracia hizo de todos uno, sin distinción, sin apellidos ni nombres en los huesos, auque los tenían. (Pedro Ansa Induráin, Gregorio y Román Armendáriz Yabar, Juan Casanova Pérez, Román Díaz Iriarte, Victorino Elrío Olcoz, Francisco Gabari Viela, Sebastián Izuriaga Baigorri, Casián Medrano Leoz, Ángel Rodríguez Jiménez, Félix Tanco Suescun, Anastasio Sesma Lator y Félix Zulaica Vélez).
Los féretros contenías restos de 50 asesinados tras el golpe
            Cuando el nudo que estrangulaba la garganta cedía un poco, Luis Pérez todavía tenía aliento para contar que otras dos cajas en las que ponía “El Perdón” contenían otros 13 que habían desenterrado también a pico y pala de la Sierra de Erreniega, de una fosa común que los tragó después de estar meses en la prisión de Pamplona/Iruña. Junto a ellos y con su mismo padre fusilado Constancio compartió celda un muchacho al que, en el último momento, no se llevaron porque tenía 17 años y para acabar en el paredón los verdugos necesitaban uno más. Tomás Ruiz Zabalza, que así se llamaba aquel mocete que había leído a Bakunin, no olvidó nunca el “camión asesino” que cada noche sacaba, pueblo a pueblo, a quienes había que balear en El Perdón.
Cementerio atestado de personas
            Quiso el destino que cuado los olitenses fueron a recuperar los restos de sus deudos él, el último testigo, regentara un prestigioso hostal situado en las cercanías, “El Peregrino”, desde el que preparó generosas vituallas. “Nunca llegué a pensar que mi padre y mi tío Jesús estuvieran enterrados tan cerca”, rememoraba con pena el ya desaparecido Tomás. Entre tibias, cráneos y tierra hubo familias que hallaron pertenencias, hebillas de cinturón, suelas de alpargata y hasta insignias. Un monolito recuerda hoy los nombres de quienes cayeron en aquellas sacas, entre ellos los olitenses (Antonio Azcárate Izurriaga, Cesáreo y Julián Azcárate Domínguez, Adolfo Ochoa Domínguez, Félix García Resano, Félix Garde Moreno, Esteban Pérez Coello, Ángel y Fermín Remírez Chivite, Ignacio Rodeles Berruezo, Constancio Ruiz Cerdán, Jesús Zabalza Sarrias y Teófilo Solanilla Romero).
Mujeres ante una lápida con nombres de desaparecidos
            La última caja de muertos que recordaba Luis Pérez era una especie de cajón de sastre. En ella los organizadores del multitudinario funeral juntaron osamenta de los demás fusilados, una colección que habían reunido con mimo entre 1978 y 1979, después de visitar cunetas y rastrojos de unos cuantos pueblos. El propio Pérez acudió con Julián Ochoa y Mari Azcárate, también familiares de represaliados, a la pequeña localidad de Enériz (Valdizarbe) para traer los restos del alcalde Carlos Escudero Cerdán, que había proclamado la República en 1931. Al de Izquierda Republicana fueron a buscarle a Garínoain, el pueblo de su mujer, una partida de pistoleros olitenses. Cuando acabaron con él lo dejaron semienterrado en un campo de labor. 
Los cuerpos se recogieron de distintas fosas
             Los vecinos lo pasaron luego al cementerio, hasta que “Planilla” y compañía rescataron lo que quedaba. Cerca de allí, en Campanas, otra cuadrilla de asesinos o la misma fue a por el guardagujas del tren, el también olitense Rufino Azcárate Izurriaga, al que sus descendientes prefirieron sepultar en el campo santo cercano de Muruarte de Reta en que el todavía hoy permanece una cruz de hierro que recuerda al ferroviario socialista. 
El cortejo fue desde el pueblo hasta el camposanto
       Luis Pérez “Planilla” perteneció al grupo promotor de aquellas exhumaciones tempranas. En Olite/Erriberri comenzaron a reunirse cuando solo habían pasado tres años de la muerte de Franco, lo mismo que en otros pueblos cercanos. Se juntaban en la casa de Lorenzo Gorría, también hijo de fusilado, y recibían colaboración de otros paisanos sensibilizados desde un prisma cristiano progresista, como Ángel Jiménez Biurrun que era amigo del pionero en la investigación de la memoria histórica José María Jiméno Jurío y, también, colaboraba con la editorial Altaffaylla en el libro que finalmente recopiló de forma fehaciente la masacre, “Navarra 1936, de la esperanza al terror”.

Un gentío acompañó a las cajas llevadas al hombro
          
El grupo preparó reuniones periódicas, recogió testimonios para el libro de los de Tafalla, arrancó del último Ayuntamiento predemocrático ayudas para hacer el panteón y se desplazó los fines de semana de pueblo en pueblo en busca de restos o para arropar los funerales que se anunciaban en otros municipios. Tirando del hilo de los contactos, recordaban “Planilla” y José Ochoa, desenterraron de Caparroso al concejal socialista Constancio Eraso Martínez. De Tafalla rescataron al también edil Salvador Eraso Azcárate, asesinado con 79 años. También a José Jaime Sola y a Gregorio Sembroiz Armendáriz. Junto al cementerio tafallés habían fusilado al conserje de la Casa del Pueblo, Lorenzo Gorría Otazu, y a Julio Pérez García. El hijo de Lorenzo, Francisco Gorría, lo primero que hizo cuando regresó de Argentina años después de la guerra fue ir al camposanto de Tafalla a poner nombre a las dos tumbas, hasta entonces anónimas.
Gloria y Nati Ochoa, de las familias promotoras
            Los de Olite/Erriberri también fueron a buscar republicamos a las cunetas de Ribaforada y se trajeron a casa los huesos de Ángel Gurrea de Carlos y Vicente Salmerón Suescun, que habían sido detenidos en Cortes y fusilados después de intentar huir a Zaragoza siguiendo la vía del tren. En Marcilla desenterraron a Benito García Calvo, caminero de la Diputación y miembro de Izquierda Republicana. También recuperaron de una pieza de Falces a Juan García Lacalle, socialista que llegó a la alcaldía tras Escudero y salvajemente asesinado el víspera de las fiestas patronales. En la misma localidad se abrieron fosas para recoger a Agustín Chivite Fernández, Julio Erredón Mangado y Juan Cruz Valencia Armendáriz, que habían intentado huir tras el golpe militar. En Pamplona/Iruña, además, había caído el maestro socialista Juan Barásoain Armendáriz.
Tomás Ruiz contó hace 15 años las desapariciones
          
En el discurso de agradecimiento, que volvió a recordar 25 años después en un acto delante del mismo panteón republicano (26/06/2004), Luis Pérez rememoró emocionado a quienes les habían ayudado en aquellos años de miedos, fosas y cunetas, “a los vecinos de Tafalla, Ribaforada, Caderita, Marcilla, Falces, Enériz y Campanas, a los pueblos de la falda de El Perdón, así como al Ayuntamiento de Zaragoza, por toda la información que nos dieron...” También destacó la labor personal de los párrocos de Marcilla, Andosilla, Falces y San Martín de Unx y “a los incansables Josefina Campos, Terencio Ruiz y Salvador Aramendía, de Peralta, Funes y Sartaguda, así como a una lista interminable de vecinos”.
            Por los ojos salían mares cuando Luis terminó el discurso: “Quiero señalar que hoy es el día más grande de nuestras vidas... A nuestros familiares no los mataron por robar ni por quemar iglesias... Los asesinaron por defender su trabajo, la libertad y la democracia”. Y entonces a la voz rota se la tragó un aplauso atronador, que llegó con muchas décadas de retardo.

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