Trabajos recientes revelan que el grueso de este primer cuerpo de guardia que protegía al monarca, esos pretorianos que rodeaban al rey también el día de su enlace, había nacido muy mayoritariamente en los valles de Ultrapuertos, al otro lado del Pirineo, en la también conocida como Tierra de Vascos. Y venían desde allí a la Corte de Olite, a penas adolescentes de 13 años, en una proporción nada desdeñable de tres veces mayor que la de otros territorios de Reyno, según el análisis de sus apellidos que han rastreado historiadores como Peio J. Monteano.
Monteano
trabaja en el Archivo General de Navarra y en su tesis ya trató sobre las
pestes que asolaron el reino en la Edad Media, por lo que conoce bien la
población de la época. En un estudio titulado “La utilización de los apellidos
toponímicos como indicador del origen geográfico en los siglos XIV-XVII” ahonda
en la tesis de la “bajanavarrización” de la corte de Olite. El autor extrae
datos que confirman que, por ejemplo, aproximadamente el 75% de los escuderos
del hostal del rey, de su casa real, procedía de aquellos pagos. Identifica el
origen a través de los nombres y los clasifica, como ya hizo años antes María Narbona
en su estudio “La corte de Carlos III el Noble, rey de Navarra”.
La
formación del apellido en Navarra ofrece particularidades, tal y como señala el
recopilatorio “De Engracia a Garazi. El misterio de los nombres en Navarra”,
editado por la Universidad de Navarra, Aranzadi y el Gobierno foral. En nuestro
territorio hay mayor incidencia de los apellidos llamados toponímicos, que
permiten seguir flujos migratorios como el de los nobles que dejaron huella en
el Palacio Real.
A grandes
rasgos, en el medievo la denominación de los individuos se conformaba con tres
elementos: el nombre de pila (mayoritariamente de un santo, Juan, Pedro, etc...),
el patronímico (nombre del padre más sufijo -iz o -ez, Pérez, Juaniz ...) y el
toponímico (solar o localidad de procedencia). Esta simplificación afectaba a
los más privilegiados porque, por ejemplo, el campesinado ni si quiera estaba
normalizado y se regía por nombres autóctonos o apodos descriptivos como Beltza
(negro), Gorri (rojo) o Andia (Grande). En el siglo XVI, no obstante, se
produjeron cambios sustanciales en la denominación para identificar las personas
en documentos notariales e inscribirlas en la Iglesia. En todo caso, en Navarra
añadir al nombre de pila la localidad de origen era una de las prácticas más
habituales hasta el siglo XVII, cuando se consolida el apellido, más o menos
como hoy, por transmisión de la línea paterna.
En cuanto a la Corte de Olite,
Monteano sigue la pista que Narbona trazó sobre el círculo de personas más
cercanas a un “hostal del rey” organizado, según la procedencia social, por
nobles a los que se encomendaba la seguridad del monarca y, otros, burgueses
especializados en un oficio. Los primeros formaban el cuerpo de pajes, donceles
y escuderos que tenían puesta la vista en llegar a ser investidos caballeros. Residían
en Palacio y habían recalado en Olite muy jóvenes para progresar en la carrera
cortesana. Hasta el siglo XIV la mayoría eran franceses pero a partir de 1411,
Carlos III el Noble comenzó una navarrización que se aprecia en los cuadros que
Narbona incluye sobre la relación de las personas que recibían salario del rey.
Y ahí llega el dato más interesante al que ahora ha dado brillo Monteano. Tres
cuartas partes de la escudería tenían apellido patronímico bajonavarro:
Beaumont, Agramont, Lacarra, Ezpeleta, Mauleon, Echauz, Bergara, Lus, Oreguer,
San Esteban, Uhalde, Sant Johan, Zalha, Bidarray, Uhart, Ilurdoz, Suescun ...
En Tierra
de Vascos, como también era conocida la comarca, había parte significativa de
población de condición noble y dedicación militar a la defensa de sus casas
torres y valles de influencia. En Garazi, los principales linajes eran los
Ansa, Lacarra, Agerre y Saint Julián. En la cercana Baigorri destacaban los
Echauz o los Lizarazu. En la zona de Orzaize, los Armendáriz y Garro. Así un listado
de linajes cuyos hijos segundones tenían que buscarse oficio fuera y asentarse,
por ejemplo, en la Alta Navarra. Un buen destino fue la casa real en Olite.
Después del
siglo XVI, la huella bajonavarra siguió en el sur pero el origen social cambió.
No fueron nobles los que salieron. En esta segunda emigración, analiza
Monteano, son gentes más humildes. Abundan los pastores, comerciantes y
artesanos. Este flujo tiene reflejo todavía hoy porque aquellos apellidos, en
principio ligados al territorio de origen, quedaron fijados desde el s. XVII. Según
el padrón del Instituto Nacional de Estadística de 2015, en Navarra todavía el
apellido más abundante es Sola (del Soule francés o Zuberoa en euskera),
seguido de otros de comarcas bajonavarras como Armendáriz, Osés, Urzaiz,
Irisarri, Yoldi, Baigorri, Arbeloa, Mauleón, Izura o Landíbar... que tanto nos
suenan en Olite. También hay apellidos con raíz estricta de localidades de
Ultrapuertos: Suescun, Chivite, Ibarrola, Garate, Garro, Alzuela, Jaso, Gárriz,
Pagola, Azparren, Ezpeleta, Sorbet, Salaberri, Salanueva, Lacarra o Macaya...
Finalmente, el estudio detecta otros apellidos ambivalentes, de lugares que
están en la Baja Navarra pero también en otros territorios, como Huarte,
Ugarte, Iriberri, Zabalza, San Martín, Lecumberri, Azcárate, Beorlegui, Lasa,
Casanova o Donázar, toponímicos que hoy en día llevan más de 25.000 navarros y
navarras.
Además, en
otra parte de este trabajo sobre la deriva de los nombres, Ana Zabalza de la
Universidad de Navarra bucea en la formación de los apellidos en la edad
moderna. La investigadora retoma así el asunto de los bajonavarros: “el término
vasco en la Navarra del XVI designaba con cierta vaguedad a los oriundos de la
Baja Navarra, que efectivamente se distinguían de sus vecinos por la lengua
vasca”. Zabalza también entiende que pudieron ser más los asentados en el Sur,
gentes que perdieron la clave toponímica y, una vez establecidos, adoptaron
simplemente un nombre de pila al que pegaron su profesión.
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