Se cumple este abril 80 años del advenimiento de un gobierno republicano que llegó con el aplauso de casi todos, incluso de muchos de los que luego se levantaron armados contra él. La monarquía de Alfonso XIII era sinónimo de dictadura militar y corrupción. El nuevo régimen nacido el 14 de abril de 1931 acabó con elecciones amañadas, juntas de veintena que mandaban más que todo el vecindario y, en general, con un caciquismo local que en el ayuntamiento veía negocio mientras los jornaleros sin tierra estaban, por ejemplo, abocados al paro o la emigración.
Tres años antes de la proclamación de la II República era alcalde de Olite/Erriberri Cipriano Torres y en la “Veintena” de grandes contribuyentes figuraban Salvador Ferrer, Caya Díez Gómez y Vicente de Miguel. La dictadura del general Primo de Rivera daba sus últimos coletazos y en el Ayuntamiento se trataban asuntos triviales, como una circular de la asociación de txistularis de Bilbao que pedía dinero para el “mantenimiento y acrecentamiento de las danzas del país”, y otros más serios que abordaban un desempleo que golpeaba con fuerza a la localidad.
En enero de 1929 el consistorio celebró una sesión extraordinaria solicitada por los concejales Ricardo Zulaica y Miguel Andueza para analizar el paro y el injusto reparto de la tierra que había sido comunal. La moción comenzaba con la descripción de un panorama descarnado: “sabido de todos es la gran crisis por que este pueblo atraviesa debido a que su población de ordinario crecida no encuentra medios para expansionar sus actividades, como lo demuestra el hecho de que el 50% de los hijos de este pueblo han tenido que emigrar y se encuentran en el extranjero...”.
A este trance se llegaba porque las tierras productivas estaban concentradas en pocas manos. “Se da el caso – sigue la moción – de que más de la mitad del suelo pertenece nada más que a media docena de individuos, la mayoría de los cuales vive fuera de la localidad”. Los impulsores no pretendían abrir un debate sobre si las fincas estaban bien o mal adquiridas por los corraliceros, polémica que había costado ya bastante sangre en la ciudad, sino que querían negociar con el Estado su compra para redistribuirlas en parcelas a disposición del vecindario desempleado.
Parte del ayuntamiento, como el propio alcalde y su segundo, Julio Torres, se desentendieron de la iniciativa y alegaron, por ejemplo, que eran parte implicada porque ahora cultivaban estas tierras antaño comunales. El resto de la corporación aprobó, sin embargo, la contratación del abogado tudelano José Montoso Sagasti, que a la postre fue el autor del estudio más serio que se ha hecho sobre las corralizas de Olite y su enajenación desde el año 1810.
El letrado redactó una carta “pro-reintegración de los terrenos comunales” que, casa por casa, firmaron más de 450 vecinos mayores de 20 años. Los concejales comprometidos contactaron con el general Emiliano Losarcos, cuya mujer era olitense, para que orientara a la comisión que había organizado un viaje a Madrid para hacer llegar el sentir del vecindario al mismísimo Primo de Rivera y a un encargado del servicio de acción agraria.
En los mismos meses, al escaso empleo se sumó una pertinaz sequía que forzó al ayuntamiento a ofrecer trabajo municipal en la limpieza de balsas y arreglo de caminos, labor por la que pagó “4 pesetas a los hombres y 2,50 a los chicos”.
Las negociaciones sobre las corralizas avanzaban lentas, a los plenos ya no asistían los ediles propietarios, como el mismísimo regidor, situación que causó malestar en el resto de los ediles. Hubo sesiones a las que acudieron solo tres de los doce representantes municipales. El deterioro político de la dictadura de Primo de Rivera también contribuyó a que, finalmente y tras seis años de alcalde, Cipriano Torres dimitiera.
En febrero de 1930 se renovó el ayuntamiento. Procedió designar trece nuevos representantes porque Olite tenía en ese momento 2.844 habitantes. Según la ley electoral de la monarquía alfonsina, siete de los ediles fueron escogidos por los mayores contribuyentes y el resto, seis, entre exconcejales. El propietario Fausto Ochoa Martínez de Azagra será proclamado nuevo alcalde.
Fueron meses que repitieron antiguos vicios pero que también avanzaron nuevos tiempos. El 22 de abril de 1930, por ejemplo, el Ayuntamiento aprobó la contratación del primer teléfono municipal por el que pagó 22 pesetas para la instalación y 13,50 por la cuota mensual. La Comisión de Monumentos de Navarra detuvo la demolición del “pozo de hielo” del Castillo, el popular “Huevo”, con cuyos materiales el consistorio iba a empedrar la calle Villavieja. La municipalidad argumentó que tenían poco valor, que no pertenecía al conjunto monumental del Palacio y que era un posible foco de infección. La balsa que había junto a él para coger hielo se había cubierto de tierra hacía tiempo.
En los mismo meses el equipo de fútbol del “Acero” se trasformó en el actual “Erri-Berri F C” y Alfredo Eraso fue su presidente. Pedro Chavarri, el “Chico de Olite”, toreó en fiestas y una treintena de mozos a los que avaló el primer teniente de alcalde, Elifio Bariáin, reclamó por escrito que se construyera un nuevo frontón porque la pelota vasca era “el deporte propio del país” y tenía en la ciudad “tantos aficionados”.
El 15 de marzo de 1931, justo un mes antes de la proclamación republicana, el Pleno se reunió para acordar el número de concejales que tendría que integrar la futura corporación, “a fin de que sea elegida en su totalidad en la próximas elecciones”, unos comicios en los que a los 2.792 habitantes registrados correspondía nombrar 10 ediles.
El 12 de abril trajo un régimen sin rey que se proclamó a los cuatro vientos el día 14. Entraron en la casa consistorial nuevos representantes que, por vez primera sin las cartas marcadas, lograron el siguiente respaldo del pueblo: Salvador Eraso, 159 votos (republicano de izquierda); Tomás Chivite, 156 (socialista); Carlos Escudero, 155 (republicano de izquierda); Juan García Lacalle, 124 (socialista); Constantino Eraso, 122 (socialista); Julio Pérez, 114 (socialista); Leonardo Jaurrieta, 94 (monárquico); Santos Catalán, 90 (carlista), Esteban Gorri, 81 (carlista) y Jaime Alda 62 (republicano de izquierda). Las mujeres todavía no podían votar. En 1933 la República les dio por primera vez voz en la historia.
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