sábado, 21 de septiembre de 2013

CUANDO EL VINO DE OLITE VIAJABA EN FERROCARRIL

Olitenses en los años veinte, junto al muelle del tren
Por Ángel Jiménez Biurrun

Desde la antigüedad, recuas de acémilas con sus pellejos trasportaron el vino de Olite. Unas veces venía a comprar galeras de fuera y otras eran los olitenses los que salían con sus carros cargados de barricas y pipas hasta Pamplona, San Sebastián, Bilbao y, muchas veces, Francia. A partir de 1860, aproximadamente, se inauguró el camino de hierro del ferrocarril. Durante cien años el tren transportó el vino a grandes distancias. Lo hizo en vagones cerrados, con pipas de roble de 25.000 litros. En Olite les llamaban “fudres”.

            De todos los inventos modernos de aquella época, el ferrocarril fue el que más transformó la vida. El tren parecía haber alcanzado el máximo desarrollo. Los vecinos salían a la estación a ver pasar los vagones. Escuchaban al jefe decir: “¡Señores viajeros, al tren!”, con el objeto de que ocupasen su lugar en los coches. Los había de primera, segunda y hasta tercera clase. Los furgones de mercancías disponían de un factor que cuidaba las expediciones. La más típica en nuestra merindad era el trasiego de vino.

Galera de Marcelo Andía
       En una jornada en la estación, tres hombres eran capaces de llenar una cisterna de vino. Un empleado de la bodega cargaba las pipas de 600 litros y, luego, el arriero conducía su carro de caballerías hasta el andén. Allí estaba otro operario que con una bomba manual pasaba el líquido al depósito que llevaba el tren.

            Era costumbre dar una pinta de vino al jefe de la estación, al factor y a los guardagujas, para que sellaran bien la mercancía y la custodiaran, pero solía haber abusos. Los mismos empleados del ferrocarril de otras estaciones hacían un taladro con un berbiquí y, después de sangrar lo que prudentemente les parecía, tapaban el orificio de la cisterna con un taco de madera.

  
Antigua zona de carga
          Sobre el año 1949 comenzaron a llegar los primeros depósitos metálicos. Se retiraron los de roble que iban cubiertos con un techo para que no se oxidaran los cellos y, a partir de entonces, el vino viajó más seguro.

            El trabajo en el muelle de la estación de Olite se convertía en una bonita estampa. Al obrero encargado de llenar la cisterna rara vez se le vía solo. Las gentes sencillas que pasaban por el lugar se paraban, echaban un trago y le daban un rato a la bomba manual, que bien le venía al jornalero de turno porque la labor era dura.

            Hubo épocas en las que el vino fue todo un lujo. Cuando más caro estuvo fue después de la guerra de 1936. Los vecinos menesterosos se enteraban rápido de cuándo había trasiego. Acudían para darle un rato a la bomba y saciaban así la sed que no podían quitarse en las tabernas.

            En la estación había una chapa de hierro que se utilizaba de puente entre el muelle y el carro que descargaba las pipas. La plancha era tan pesada que cuando se echaba al suelo hacía un ruido que se oía a gran distancia. Los vecinos de alrededor  en seguida se enteraban de que había faena.


           Había un hombre mayor que a menudo frecuentaba su huerto, en el término del “Cerrau”, y era asiduo a la bomba para refrescar el gaznate. Un día dos guasones le vieron ir a la huerta y, entonces, golpearon la chapa para fingir que había traslado de vino. Le esperaron escondido. El hombre acudió al muelle, miro a su alrededor, y se marchó al huerto para chanza de los bromistas.

            Siempre hubo en Olite buenos carreteros y muleros. Durante muchos años Victorino Jiménez, alias “Pelocuto”, hizo el trasvase de la Cooperativa Olitense a la Estación. Fue el mejor carretero de todos los tiempos, elegante y con estilo. Era una maravilla oírle cantar jotas y ver cómo le obedecían las caballerías. Cuando llegaba a la estación, eran todo un espectáculo sus vibrantes órdenes: “guésqueeee ...” o “pasallaaa ...”, y los animales daban la vuelta y echaban para atrás hasta atracar en el muelle mientras “Pelocuto” se limitaba a tirar del freno del carro.


           Otro carretero de su estilo fue Antonio Bruna, conocido como “Chopera”, también buen jotero, aunque estuvo menos años en este oficio y solo transportaba vino de la bodega de Carricas.


            Estas son algunas historias antiguas, melancólicas, que los mayores de Olite aún guardamos en la memoria.

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