miércoles, 17 de marzo de 2010

FELIZ MERINDAD

En un abrir y cerrar de ojos la vida se ha zampado diez años y, en el peor de los casos, a alguno de nosotros. Parece que fue ayer cuando en febrero de 1999 salió el primer número de la refundada Voz de la Merindad. La portada era para el carnaval y en nuestros primeros artículos la ingenuidad corría a raudales. Éramos más jóvenes y mejores soñadores.

Hasta entonces, en Olite llevábamos dos años sacando a la calle una revista mensual, La Gaceta, que a golpe de fotocopiadora y grapado a mano malvivía de la escasa publicidad que insertaba algún caritativo vecino, porque del consistorio no recibíamos ni la convocatoria del pleno más ordinario. Nada nuevo.

En Tafalla estaban empeñados en insuflar vida a la antigua Merindad, aquella que había quedado reducida a una aparición anual en fiestas de agosto y que bebía las fuentes de la transición de los años setenta y, aún antes, de su nacimiento en vísperas de la República.

Así que, los txarrines pensamos que estaba bien sacrificar la modesta revista de Olite para aunar energías con los de Tafalla en aras de parir una publicación nueva que iba a contar en sus páginas, por lo menos, el fin de siglo y algo del siguiente. Pero he ahí que la revistica que iba a dirigir la tafallesa Maite López Flamarique, hoy profesora de periodismo en la Universidad de México DF, dio más de lo que, en principio, se le pidió.

Nació diversa. Arropada por gente joven como Uxúa Mena, ahora directora de la glamurosa Hola, y de sabios investigadores como el artajonés José María Jimeno Jurío. Había gente comprometida e impulsora, como José Mª Esparza; dulces poetas, como Marina Aoiz; recias plumas como Pablo Antoñana y hasta, quien lo iba decir, curas del talante de Pedro Mari Flamarique. Todos quisieron empujar para que La Voz de la Merindad sonara tenaz en esta comarca muga, ni Montaña ni Ribera, sufridora y alegre, conflictiva y doblegada, que adora a la virgen de Uxue y vota a Lab en Luzuriaga.

Y por sus páginas, primero mensuales y ahora quincenales, pasó el tránsito del siglo XX al XXI. Quien dentro de cincuenta años quiera conocer nuestros pueblos tendrá que acudir a La Voz de la Merindad para ilustrarse, para saber cómo subimos a la par que se inflaba la burbuja del ladrillo y cómo caímos cuando el crack del 2009 se asemejó al de 1929.

Pero de todo, en lo personal, me quedo con Jone, una hija que hace diez años no tenía y ahora, cuando le deja la profe, tiene la oportunidad de escribir cuentos en la misma revista en la que hilvana pensamientos su padre. Es, a fin de cuentas, reflejo de un pulso que no se apaga. Del latido que se trasmite, como hace diez, como hace ochenta años, con igual ilusión provocadora, aunque sea en otros cuerpos merindanos.

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