domingo, 9 de septiembre de 2012

EL PROGRAMA DE FIESTAS CUMPLE CIEN AÑOS


Por Luis Miguel Escudero

La imprenta pamplonesa de la viuda de Román Velandia sacó hace un siglo el primer programa festivo. En la portada una mujer a lo “belle epoque” cortaba unas flores y unas letras de tipografía importante anunciaban: “Fiestas en Olite del 13 al 18 de Septiembre de 1912”, sin hacer mención a celebración religiosa alguna ni a motivos taurinos. En la contraportada se publicitaba a toda página la “Harinera Navarra”, la gran fábrica que se movía con “cilindros Buhler” y que había nacido al calor del potente movimiento cooperativo que emergía en la Merindad.

         Una partera que hoy tiene dedicada una calle, Brígida Esparza; un sastre, maquinaria agrícola, una relojería de Pamplona, el café carlista del Círculo Católico y el casino liberal del Sindicato de Labradores insertaron los primeros anuncios del programa pionero.

         Las fiestas no siempre habían sido en septiembre. Antes el patrón era san Pedro, titular de la iglesia más antigua, si bien después se nombró protectora del pueblo a la “Purísima Concepción” del convento de los Franciscanos, la que, según la tradición, salvó a la ciudad de la “peste del cólera” de finales del siglo XIX. Fue en 1850 cuando las fiestas cambiaron de fecha, de san Pedro, en junio, a las actuales del 14 de septiembre, en que la iglesia católica recuerda la “Exaltación de la Santa Cruz” y que ha perdurado hasta ahora.

         En 1912 el alcalde era el carlista Roberto Lerga. El programa anunciaba festejos civiles y religiosos e incorporaba medio centenar de anuncios, entre ellos varios de agencias de viajes con vapores que ofrecían embarque a los muchos olitenses que en aquellos años de “crisis” intentaban prosperar en Argentina, Cuba y hasta Filipinas.

         En el folleto solo aparecía un texto. Estaba firmado por el comerciante Elifio Bariáin y en él hacía  publicidad de su negocio de confitería/cerería y añoraba la pluma del paisano Jesús Balduz, “Valducini”, poeta local desaparecido prematuramente. Bien entrado el programa, el Ayuntamiento, “siguiendo inmemorial costumbre”, avanzaba los actos con los que pretendía “solemnizar las tan populares como tradicionales fiestas llamadas de La Cruz”.

         El día de víspera, el 13, era jornada laboral y para nada existía entonces lanzamiento de chupinazo ni nada similar. Los hombres iban al tajo y a las 14,30 horas oían desde el campo el volteo de las campanas de Santa María. Media hora más tarde se cantaban las vísperas en la misma iglesia en una ceremonia a la que no asistía ni una veintena de ancianos.

         No era hasta las 20,00 horas, bien entrada la tarde, cuando comenzaban los actos oficiales. Entonces, el Ayuntamiento desfilaba en corporación hasta la iglesia, donde ya la presencia del vecindario era importante. En el templo, los fieles asistían a la novena del Cristo de la Buena Muerte y cantaban una salve a la que seguía la adoración.

         Por la noche, a las 21,00 horas, el programa llamaba al pueblo para reunirse en la Plaza y contemplar la quema de una colección de fuegos contratados al “señor Sánchez de Corella”. “Al apagarse cada rueda”, la banda de música que dirigía Pedro Hualde interpretaba piezas de repertorio e “infinidad de cohetes” cruzaban “la atmósfera”. Y así terminaba aquel día de víspera de hace cien años.

         El 14, la jornada más señalada, los de Olite madrugaban a las 5 de la mañana para ver llegar al pueblo las vacas que se iban a lidiar por la tarde. El ganado estaba encerrado en un corral del término de las Alvereginas (Salve Regina), en el camino que lleva a la ermita de santa Brígida. Un pastor a caballo seguido de otros a pie a travesaban con las vacas los caminos hasta llegar a la zona de El Portillo, actual club de jubilados. Ante la mirada de los madrugadores, la fila de vacas penetraba en la Plaza al son de los cencerros de los cabestros. Los animales, finalmente, quedaban confinados en los corrales del antiguo Mesón de Perico Mendía (Caja Navarra).

         A las 6 de la mañana, el programa avisaba dianas y a las 9,30 horas, tras un repique de campanas, el Ayuntamiento, acompañando del macero y la banda de música, volvía otra vez a Santa María para asistir a una misa solemne que en 1912 celebró el padre Joaquín Ibáñez de Ibero, “hijo predilecto de la ciudad”.

         La corrida del primer día comenzaba a las 15,00 horas con ganado de Alaiza de Tudela. Los espadas fueron Florentino Ballesteros y el Chato de la Borda,  a los que auxiliaron mozos del pueblo. Tras la faena en el ruedo, soltaron vaquillas y el encierro transcurrió por las calles rúa del Seco, Del Pozo, Mayor y regresó al Mesón de la Plaza.

         El primer día acabó con un concierto a cargo de la banda municipal. La gente más joven, como la cuadrilla de los Gilitos, también tenía bailes particulares y, a demás, se proyectó cine. “Por la noche veránse concurridos los clásicos paseos de la ciudad en la Plaza próximos al Castillo, los que serán adornados por el selecto bello sexo”, cuenta la barroca prosa de un programa que prácticamente se repitió los días siguientes en aquel Olite que hace cien años guardaba unas 2.600 almas, aproximadamente mil menos que ahora.

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