Por Luis Miguel
Escudero
La imprenta pamplonesa de la viuda de Román Velandia sacó
hace un siglo el primer programa festivo. En la portada una mujer a lo “belle epoque”
cortaba unas flores y unas letras de tipografía importante anunciaban: “Fiestas
en Olite del 13 al 18 de Septiembre de 1912”, sin hacer mención a celebración
religiosa alguna ni a motivos taurinos. En la contraportada se publicitaba a toda
página la “Harinera Navarra”, la gran fábrica que se movía con “cilindros
Buhler” y que había nacido al calor del potente movimiento cooperativo que emergía
en la Merindad.
Una partera
que hoy tiene dedicada una calle, Brígida Esparza; un sastre, maquinaria
agrícola, una relojería de Pamplona, el café carlista del Círculo Católico y el
casino liberal del Sindicato de Labradores insertaron los primeros anuncios del
programa pionero.
Las fiestas
no siempre habían sido en septiembre. Antes el patrón era san Pedro, titular de
la iglesia más antigua, si bien después se nombró protectora del pueblo a la
“Purísima Concepción” del convento de los Franciscanos, la que, según la
tradición, salvó a la ciudad de la “peste del cólera” de finales del siglo XIX.
Fue en 1850 cuando las fiestas cambiaron de fecha, de san Pedro, en junio, a
las actuales del 14 de septiembre, en que la iglesia católica recuerda la
“Exaltación de la Santa Cruz” y que ha perdurado hasta ahora.
En 1912 el
alcalde era el carlista Roberto Lerga. El programa anunciaba festejos civiles y
religiosos e incorporaba medio centenar de anuncios, entre ellos varios de
agencias de viajes con vapores que ofrecían embarque a los muchos olitenses que
en aquellos años de “crisis” intentaban prosperar en Argentina, Cuba y hasta
Filipinas.
En el
folleto solo aparecía un texto. Estaba firmado por el comerciante Elifio
Bariáin y en él hacía publicidad de su
negocio de confitería/cerería y añoraba la pluma del paisano Jesús Balduz,
“Valducini”, poeta local desaparecido prematuramente. Bien entrado el programa,
el Ayuntamiento, “siguiendo inmemorial costumbre”, avanzaba los actos con los
que pretendía “solemnizar las tan populares como tradicionales fiestas llamadas
de La Cruz”.
El día de
víspera, el 13, era jornada laboral y para nada existía entonces lanzamiento de
chupinazo ni nada similar. Los hombres iban al tajo y a las 14,30 horas oían
desde el campo el volteo de las campanas de Santa María. Media hora más tarde
se cantaban las vísperas en la misma iglesia en una ceremonia a la que no
asistía ni una veintena de ancianos.
No era
hasta las 20,00 horas, bien entrada la tarde, cuando comenzaban los actos
oficiales. Entonces, el Ayuntamiento desfilaba en corporación hasta la iglesia,
donde ya la presencia del vecindario era importante. En el templo, los fieles
asistían a la novena del Cristo de la Buena Muerte y cantaban una salve a la
que seguía la adoración.
Por la
noche, a las 21,00 horas, el programa llamaba al pueblo para reunirse en la
Plaza y contemplar la quema de una colección de fuegos contratados al “señor
Sánchez de Corella”. “Al apagarse cada rueda”, la banda de música que dirigía
Pedro Hualde interpretaba piezas de repertorio e “infinidad de cohetes”
cruzaban “la atmósfera”. Y así terminaba aquel día de víspera de hace cien
años.
El 14, la
jornada más señalada, los de Olite madrugaban a las 5 de la mañana para ver
llegar al pueblo las vacas que se iban a lidiar por la tarde. El ganado estaba
encerrado en un corral del término de las Alvereginas (Salve Regina), en el
camino que lleva a la ermita de santa Brígida. Un pastor a caballo seguido de
otros a pie a travesaban con las vacas los caminos hasta llegar a la zona de El
Portillo, actual club de jubilados. Ante la mirada de los madrugadores, la fila
de vacas penetraba en la Plaza al son de los cencerros de los cabestros. Los
animales, finalmente, quedaban confinados en los corrales del antiguo Mesón de
Perico Mendía (Caja Navarra).
A las 6 de
la mañana, el programa avisaba dianas y a las 9,30 horas, tras un repique de
campanas, el Ayuntamiento, acompañando del macero y la banda de música, volvía
otra vez a Santa María para asistir a una misa solemne que en 1912 celebró el
padre Joaquín Ibáñez de Ibero, “hijo predilecto de la ciudad”.
La corrida
del primer día comenzaba a las 15,00 horas con ganado de Alaiza de Tudela. Los
espadas fueron Florentino Ballesteros y el Chato de la Borda, a los que auxiliaron mozos del pueblo. Tras
la faena en el ruedo, soltaron vaquillas y el encierro transcurrió por las
calles rúa del Seco, Del Pozo, Mayor y regresó al Mesón de la Plaza.
El primer
día acabó con un concierto a cargo de la banda municipal. La gente más joven,
como la cuadrilla de los Gilitos, también tenía bailes particulares y, a demás,
se proyectó cine. “Por la noche veránse concurridos los clásicos paseos de la
ciudad en la Plaza próximos al Castillo, los que serán adornados por el selecto
bello sexo”, cuenta la barroca prosa de un programa que prácticamente se
repitió los días siguientes en aquel Olite que hace cien años guardaba unas
2.600 almas, aproximadamente mil menos que ahora.
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