La sala
de las yeserías mudéjares del Castillo de Olite permanece sin acceso al público
desde hace casi dos décadas. Oculto tras un candado, un mural de diez paneles adornados
con lazos, formas geométricas y motivos vegetales, constituye un extraño ejemplo
en Navarra del arte con el que los musulmanes decoraron sus mejores palacios en
Granada, Córdoba o Zaragoza. En la cámara olitense, el rey Carlos III quiso
coleccionar trocitos de esta práctica afiligranada, exótica en estas tierras,
demostración de un arte supremo que se extendió desde Damasco hasta el sur de
Europa. Si restamos la famosa arqueta de Leire y algunos capiteles de la
mezquita de Tudela, pocas muestras como las de Olite ilustran el trabajo de la
civilización islámica en el reino pirenaico. Y a pesar de su exclusividad ningún
visitante las ve. Nadie saca provecho de este atractivo encerrado a cal y
canto.
Hace aproximadamente cinco años, el
Gobierno de Navarra restauró los raros paneles, reparó los lazos, sus hexágonos
y la orla geométrica que rodea un conjunto que hasta la reconstrucción del
Palacio había permanecido a la intemperie, desprotegido por siglos y
prácticamente colgado en un muro que se sostuvo de milagro tal y como atestiguan
fotografías antiguas.
Los reparadores del siglo XXI
limpiaron los yesos, borraron algunos grafitis que habían grabado visitantes
poco atentos y dejaron lista la sala para su exhibición pública. Hubo quien
planeó colocar un metacrilato para conservar las planchas e incluso idearon un
sistema de espejos que, sobre un fondo azul oscuro, resaltaba los estucos
convenientemente alejados del observador insensible. Nada ha tenido efecto
práctico. Los yesos siguen enclaustrados pese a que desde el sector turístico
del pueblo se ha solicitado que la reapertura sería un buen reclamo de
visitantes en tiempo de crisis económica.
Precisamente hace ahora 90 años, la
Diputación Foral de Navarra, el gobierno ejecutivo de la época, convocó un
concurso internacional de arquitectos para reconstruir uno de los alcázares
emblemáticos de la monarquía navarra. Desde entonces, poco a poco y por etapas,
el castillo resurgió de las cenizas hasta que en 1956 se acometió el rescate de
las yeserías. La decoración mudéjar no era ni mucho menos la única que adornaba
el Palacio. La hubo obra de maestros franceses, navarros o judíos. Sin embargo,
milagrosamente la morisca fue la que mejor aguantó los avatares del tiempo.

En una cámara adosada a la que hoy
conocemos como la torre del Homenaje se mantienen todavía estos frisos que,
posiblemente, pertenecieron a un ornamento de mayores dimensiones. En los
dibujos se observan lazos combinados con vegetación, parecidos a los que hay en
la Aljafería de Zaragoza, la Alhambra o los palacios cordobeses de Al-Zahra. Entre
las cenefas de Olite destacan unas hojas de castaño, divisa del rey Carlos III de
Eveux, como ha interpretado Javier Martínez de Aguirre en su libro “Arte y
Monarquía en Navarra 1328-1425”.
En el trabajo que para pedir la
reconstrucción del Palacio escribió en el siglo XIX Iturralde y Suit, así como
en la memoria del concurso para la reconstrucción que ganaron los hermanos Yárnoz Larrosa, también aparecen
los peculiares yesos como complemento de una lujoso aderezo del que no son más
que una migaja que conservó el tiempo.
Las habitaciones de Olite, por
ejemplo, estaban rodeadas de zócalos de madera tallada, de azulejos de colores
o cerámicas vidriadas que formaban vistosas combinaciones. La parte superior de
los muros lucía revestida de pinturas y de ella caían paños y tapices. Los
techos mostraban vigas labradas y detalles dorados. En la cámara de la reina pendían
múltiples discos de cobre colgados de cadenitas que el viento tintineaba.

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