domingo, 21 de febrero de 2010

LA REINA BLANCA, LEJOS DE LA "NACIÓN"

El escritor Alfio Patanè ha publicado recientemente en Italia su libro “I Moncada in Sicilia”, sobre la administración política de la isla entre los siglos XV al XVIII, en uno de cuyos capítulos escribe sobre la reina Blanca de Navarra, que con dificultad gobernó la región durante 13 años. En 1410, se cumplen ahora 600 años, la situación era límite. Blanca había enviudado y los nobles de la ínsula conspiraban contra la regenta. Sola, lejos de Navarra y con apenas apoyos, sus padres, Carlos III y Leonor de Trastámara, ordenaron que desde Olite partiera una embajada de naturales para consolarla, “por tal que ella sea servida y acompañada a ésta su necesidad de gentes de la nación...”.

Blanca de Evreux tenía 28 años cuando en 1402 salió rumbo a Sicilia. Un matrimonio de conveniencia entre las coronas de Navarra y Aragón la unió al primogénito aragonés, Martín, que gobernaba la isla. La administración del territorio no era cómoda, ya que había sido una posesión feudal del Papa y, además, Francia no apartaba sus ojos de él. El 21 de enero de 1402, Blanca se despidió de sus progenitores en la muga navarra y, vía Valencia, llegó a la ínsula para celebrar su boda a finales del mismo año. En el viaje la acompañaron varios nobles, entre ellos Juan Domezáin, Lope de Yárnoz y García Martínez de Peralta.

Por extraño que pueda parecer, aquellas tierras lejanas no eran del todo ajenas a los navarros. La investigadora Laura Sciascia ha revelado que desde el siglo XIII Sicilia era lugar de asilo para refugiados políticos que huían de la zarpa francesa y que allí habían encontrado amparo algunos ilustres navarros veteranos de la revuelta de la Navarrería, que sembraron el terreno de apellidos como Asiain, Caparroso, Olleta o Jiménez de Aibar.

De la boda de la entonces princesa en el castillo de Catania se conserva un pergamino en el que se recogen las condiciones pactadas, documento que han estudiado los historiadores sicilianos y que se exhibe como una auténtica joya en el museo local. En la unión también estuvieron testigos navarros, como su hermanastro Leonel, hijo bastardo de Carlos III, o el merino de Olite, Diego de Baquedano.

La vida de Blanca en Sicilia fue todo menos fácil. Tras la rebelión sarda de 1409, murió su esposo Martín el Joven. Quedó sola y sin descendencia. El gobierno de la isla volvió a recaer en su suegro, el rey de Aragón, y Blanca siguió, de momento, como lugarteniente. La cosas se fueron complicando a causa de las conspiraciones que tejió la nobleza siciliana. La muerte del rey de Aragón en 1410, también sin descendencia directa, enredó todavía más la madeja.

La historiadora de la UPNA Eloísa Ramírez Vaquero, gran especialista en la saga de los Evreux navarros, ha estudiado la enrevesada situación. Desde Olite, la madre de Blanca, la reina Leonor, remitió una embajada al frente de la que volvió a colocar al merino olitense Diego de Baquedano. Le acompañó Beltrán de Berian y doce ballesteros navarros. Todo era poco “considerando que la reina de Sicilia, nuestra muy cara y muy amada hija de mi dicho señor (Carlos III) y nuestra, la infanta doña Blanca está en extraño reino y entre gentes extrañas y que no hay nadie que la consuele ni que haga, al presente, a su placer ...”.

Al mismo tiempo, el rey de Navarra, Carlos III el Noble, realizó gestiones desde París, donde se encontraba. De regreso a Olite, pasó por Barcelona para hablar de la situación de su hija ante el parlamento de Cataluña. El monarca, según el historiador Salvatore Fodale, se quejó del mal trato que su hija recibía en Sicilia, donde vivía “en muy arta e estreta vida” y era tratada “muy dura y asprament”, lo que incluso le habría provocado un aborto “por lur mala intencion”.

Las gestiones para sacarla de allí dieron, por fin, fruto en 1412 y Blanca quedó liberada de su responsabilidad. Carlos III preparó con cuidado el regreso de su sucesora. Había pasado 13 años en tierras sicilianas. Pedro Martínez de Peralta acudió con una escolta hasta la isla. Otra delegación navarra salió a recibirla en Barcelona.
A principios de septiembre de 1415 Blanca ya estaba en Olite, desde donde dispuso una peregrinación al cercano santuario de Santa María de Uxue. En agradecimiento ofreció una corona de oro a la Virgen. Diez años después, tras la muerte de su padre y con una edad de 35 años, Blanca sería investida reina de Navarra.

Paradojas de la historia, la salida de Blanca de Sicilia fue seguida de un sometimiento total del territorio a la corona aragonesa y el abandono por parte de los sicilianos de cualquier ilusión de alcanzar la soberanía política. Mucho más tarde, su recuerdo persistía. En el siglo XIX, escritores como Giuseppe Beccaria elevaron a Blanca a la categoría de heroína de “Risorgimiento” italiano, de su independencia política y unidad nacional. Hoy allí su recuerdo todavía derrama tinta.

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