miércoles, 1 de junio de 2011

LAS MEMORIAS DE TOMÁS

El olitense Tomás Ruiz Zabalza ha cumplido el compromiso que se había auto impuesto de escribir la larga historia de sus 92 años de existencia, casi un siglo de experiencias que van de su estancia en la cárcel de Pamplona como preso republicano, a su paso como hostelero por el Centro Vasco de Caracas (Venezuela) o, al final de su vida, la dirección de uno de los establecimientos de mayor reputación del Camino de Santiago, el hostal El Peregrino de Puente la Reina. Entre medio, toda una trayectoria vital muchas veces de película.

Con la ayuda de una de sus nietas y a pesar de que un ictus le dejó hace poco la vista al 30%, Tomás Ruiz ha perfilado en los últimos tiempos un borrador que traza la historia de su familia y, en una parte poco difundida, de su propio pueblo.

Ruiz es el único superviviente de los 14 republicanos de Olite retenidos en Pamplona tras el golpe de estado de 1936. El resto, entre ellos su padre y su tío, fueron fusilados en El Perdón. Otros 35 aparecieron asesinados en distintas cunetas. Él se libró porque era menor y solo tenía 17 años, así que los recuerdos que permanecen en su cabeza y ahora en papel son testimonio directo de un protagonista de lujo.

Las memorias de Tomás, el mayor de ocho hermanos, se remontan a los primeros años de la República, cuando en Olite, rememora el protagonista, “los ricos no contrataban a la gente que era de izquierdas”. Los recuerdos se adentran en cómo aquel adolescente vivió un fatídico 18 de julio del 36, que “el alguacil vestido como si estuviese de gala y con caja” anunció a toque de redoble mientras, “con mucha parsimonia”, leía por la esquinas del pueblo el bando del general Mola.

Tomás narra cómo los socios de la UGT se parapetaron en la Casa del Pueblo a la espera de que fuera asaltada. “Tenían escopetas de caza. Se organizó una especie de defensa”, que no hizo falta porque esa noche los sublevados no aparecieron. “Para ellos era mejor cogernos de uno en uno, si exponerse a mayores riesgos”, evoca el anciano entonces casi niño.

En la mañana del lunes 19 de julio, continúa el relato, “estaban colocando en la torre más alta del castillo la bandera ahora llamada española”, lo que animó a nuestro protagonista y a cuatro olitenses más, entre ellos su padre, a huir hacia Zaragoza siguiendo las vías del tren.

La escapada de los republicanos acabó en tragedia. Dos de sus compañeros, Ángel Gurrea, de 23 años, y Vicente Salmerón, de 24, fueron asesinados en Cortes, mientras el resto cayó preso en Marcilla y fue llevado a la prisión de Pamplona. Tomás estuvo allí encerrado siete meses y vivió en carne propia las sacas que en camiones del requeté y la falange se llevaron a fusilar a todos sus compañeros.

Ruiz cuenta en sus memorias el ambiente de aquel Olite levantisco, de cómo las nuevas autoridades se adueñaron del pueblo. Se acuerda de su madre viuda, que tenía que alimentar a nueve personas, y que pidió clemencia para que liberaran a su hijo preso. Explica que, al final, alguien se compadeció de una pobre mujer a la que ya le habían asesinado el marido, un hermano, un cuñado y su hijo mayor estaba entre rejas.

Liberado nuestro protagonista y recompuesta la familia, se instalaron en el barrio pamplonés de la Rotxapea. Tomás tubo que llevar dinero a casa y encontró empleo en la barra del bar Tudela. Comenzó así un modo de vida, la hostelería, que le ocupó ya la existencia.

Pero eran malos tiempos y el joven olitense no pudo sortear la garra de la guerra. Paradójicamente, fue llamado a filas por el ejército de Franco y se vio forzado a ir al frente para combatir sus propias ideas y por las que había muerto su padre. La contienda le llevó hasta Extremadura. “Lo que yo quería era no tirar tiros contra los que en esos momentos no eran enemigos míos”, recuerda en unos escritos encuadernados que ahora ha repartido entre sus hijas, nietos y amigos.

Ruiz tuvo suerte y salvó el pellejo. Estuvo casi seis años movilizado y, finalmente, regresó a Pamplona donde adquirió un bar y se casó. Todavía tuvo algún problema con la policía, que llegó a sospechar que en su establecimiento se reunía una célula clandestina de comunistas.

Parte de su familia de Olite había emigrado a Venezuela y, finalmente, la muerte de su primera esposa le animó a cruzar el charco cuando tenía 31 años y ya había traído al mundo dos hijas. En un barco que transportaba ajos y después de 22 días de travesía, nuestro protagonista se plantó en Caracas. Era el año 1952.

La fama de buen barman precedió a Tomás, que gracias a varios pamploneses que frecuentaban en Centro Vasco, como los hermanos Archanco, Victorino Labayen o el jugador de Osasuna Catachú, consiguió hacerse con el restaurante de la eusko etxea. Atendió el bar, preparó comidas, sirvió banquetes. “Además siempre había algo: unos días el coro del centro para practicar, otros los jóvenes para la ikastola... También hacíamos alguna boda o comidas de grupo ...”.

Incluso tuvo oportunidad de codearse con el lehendakari José Antonio Aguirre, que aunque estaba exiliado en París acudía a Caracas para reunirse con la gente del PNV. Ruiz llegó a compartir buenos ratos con ellos, les contaba “chistes y cosas de la Ribera y Olite y se tronchaban”. A veces, abandonaba la cocina y cantaba alguna jota. “Eran buena gente y esa era la mejor prueba de lo que nos querían”.

La familia, finalmente en 1963, dejó Caracas y volvió a Pamplona. Compró una casa en la calle Aralar y engendró una nueva hija. En 1968 Tomás logró hacerse con el hostal El Peregrino de Puente la Reina, en el que estaría durante los siguientes 20 años hasta su jubilación. De él hizo un reputado establecimiento. “Hacíamos muchas bodas y comuniones. Todos tenían que echarnos una mano”, cuenta el olitense que, al final, traspasó el negocio a un empresario de Bilbao que ya contaba con dos restaurantes y soñaban con quedarse El Peregrino.

“Para mí fue una alegría muy grande el quitarme ese peso de encima y no tener que ir a comprar. No luchar con camareros a todas horas, ni bancos, sin cuentas ni pagos y demás líos que siempre me tocaban a mí”, recuerda este venerable anciano que ahora reparte el tiempo entre memorias, biznietos y su nueva afición a la pintura. “Acabo de pintar la Plaza de Olite, con la Fuente a la derecha y el Castillo al fondo”, cuenta la voz jovial de Tomás Ruiz Zabalza.

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