viernes, 5 de marzo de 2010

BRÍGIDA, SANTA CONTRA LA PLAGA

Lo cerca que hemos estado de fletar un vuelo internacional desde el aeropuerto del Monte Plano. Sí, sí, desde ése mismo del que en verano salen las avionetas antiincendios para sofocar rastrojeras y bosques en llamas. En la vertiente olitense del monte vive desde hace ochocientos años una santa irlandesa de nombre Brígida, que precisamente este sábado 23 celebra su romería. Una santa calderetera, de bota vino, chulas y costillicas con sarmiento, que a nuestros antepasados libraba de las pestes y preservaba de plagas los campos. De ahí que ya estuviera preparada para salir en aeroplano hacia México si la gripe porcina se hubiese desbocado en pandemia planetaria. Txutxin Ibáñez, el mariachi de Miranda, iba a ser el piloto que transportara a la santa de la ermita que habita en el Encinar de Olite.

Pero mejor así, que quede todo quieto, porque tampoco se trata de exportar la única imagen que une a olitenses de pro y apátridas del pueblo, a los que se creen hijos putativos del Príncipe de Viana y a los que reniegan del hocete con que cortaban uvas sus padres. Porque es la romería a Santa Brígida una de las que conserva más sabor para los olitenses, tengan raíces o no en el terruño. El primer artículo que escribí hace 25 años lo titulé “Santa Brígida, de lo religioso a lo profano” y contaba en el desaparecido “Navarra Hoy” la juerga que se traen los paisanos en este bonito día de campo.

El paso del tiempo ha dejado todavía más grabado en la memoria aquel vía crucis que atravesaba la Salverregina, el crucero que abría la comitiva de curas y sacristanes o las muetas que balanceaban perolicas de arroz con leche, el postre de la romería. La Atopista de Navarra partió el camino natural que llevaba a la pequeña ermita, los remolques engalanados con ilagas se convirtieron en todoterrenos y el vino que regalaba Ochoa ahora se comercializa en finas botellas de reserva.

Apenas la misa del mediodía y el reparto de pan bendecido mantienen algún vestigio de los viejos tiempos en los que las fuerzas vivas del pueblo comían juntas en la casa del ermitaño mientras el personal, que pasaba de sus pequeñas conspiraciones, se desparramaba por el monte para encender por cuadrillas la lumbre del caldero.

Porque la santa irlandesa de Olite fue siempre un poco “alaujo”, abadesa de una primavera iniciática para mozos y mozas en la que a diferencia de, por ejemplo, la romería a Uxue no arrastraba túnicas ni cruces a mansalva, sino otro tipo querencia más mundana y con menos olor a incienso. Una romería fraterna abierta a todo el que, tras una opípara comida, se atreve a bailar por la tarde en la campa del Monte, un lugar amplio donde antes tocaba la charanga del pueblo y ahora suenan potentes los bafles del chiringuito que instala el Club de Baloncesto para recaudar fondos.

En fin, que Santa Brígida nos preserve de todas las pestes, que su perfume a limpio tomillo nos salve de la gripe americana, de la crisis y un paro que este año, casi de oscuro medievo, a punto ha estado de convertirse en plaga. Amén.

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