La palabra crisis viene de Grecia, como el yogur espeso. Ambos se atoran en la garganta, producen un nudo y hasta canguele al sujeto cuyo efecto atenaza. Cuanto más apretado está el protagonista, peor sobrelleva el tipo el apuro porque todo el mundo que le rodea extraña que si el pobre come merluza o está mala la merluza o está malo el pobre. Vamos, que se nota enseguida al que la crisis ha abducido el cuerpo y el alma.
Sin embargo, es la propia crisis la que puede salvar al reo. No hay mal que por bien no venga. Uno de los significados de krisis en griego era el del momento álgido de la enfermedad, aquel en el que todo era susceptible de mejorar o empeorar. Al caminar por el filo de la navaja, el funanbulista que se la jugaba podía palmar. Por el contrario, si caía del lado acertado, el equilibrista salía fortalecido del lance. La crisis, por tanto, se convertía en buena y conducía a la curación del aquejado, que volvía del brete fortalecido, como nuevo vamos.
En este sentido, el mejor que se me ocurre en estos tiempos chungos, una crisis también es una abanico de oportunidades. El empresario sin financiación, el obrero en paro y el jubilado de escasa pensión saben que, hoy por hoy, lo único cierto es que las cosas, de aquí en adelante, no van a seguir igual. Los próximos años viene cargados de tiempo crucial, para bien o para mal.
Si nos ponemos en lo mejor, podemos pensar que lo que necesitamos es una buena crisis. Pidamos que sea bien gorda. Que nos lleve así a una economía que gire en torno a las personas, a la creatividad y la satisfacción en detrimento del consumismo ciego y el competir por competir como último fin. Destrozamos la belleza porque no da dividendos, ignoramos a la gente si no tiene cara de euro.
La solución a la crisis económica no puede ser sólo económica. La ambición insaciable nos ha conducido a un precipicio que ninguna teoría económica convencional había previsto. Los gráficos que usaban los gurús del dólar ya no sirven. La exclusiva visión economicista del mundo fracasa después de que el crecimiento se haya desbocado en una carrera contra el sentido común y el sostenimiento medioambiental del propio Planeta.
La banca, la industria, el comercio y hasta el ocio se habían alejado demasiado de las personas concretas. La especulación financiera creo dinero artificial que de la nada se multiplico sin límites hasta que la realidad lo evaporó. Una buena crisis, una buena de verdad, nos puede hacer despertar de este sueño pesadilla para comenzar a andar una nueva realidad más sana, sabia y ecológica, como el yogur de los griegos.
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