lunes, 19 de abril de 2010

REGALO DE REYES

¿Cómo agasajar a quien todo lo tiene?. ¿Qué podían traer los Reyes Magos de Oriente a aquellos monarcas de la Edad Media que vivían en suntuosos palacios? La posesión de fieras era un lujo muy preciado en el medievo. Los soberanos navarros crearon en Olite uno de los zoológicos más importantes de la Península. La posesión de un enorme león como Marzot, el ejemplar que perteneció Carlos III, era, sin duda, todo un regalo de reyes.

Leones, osos y águilas eran símbolos heráldicos habituales. Reyes y nobles gustaban de exhibir sus siluetas en escudos o blasones. Disponían que se esculpieran a los pies de sus sepulcros y, cuando era posible, se enorgullecían de tenerlos vivos en leoneras, como la que había en el Palacio de Olite.

Los leones, generalmente, llegaban de África y quienes guardaban animales tan exóticos solían ser siervos bien pagados, que en el caso del Viejo Reyno muchas veces fueron lacayos judíos. Carlos III el Noble (1361- 1425) coleccionaba relojes y otras rarezas, como plantas exóticas y naranjos que hacía traer de Levante, pero fue el conjunto zoológico de Olite uno de sus caprichos que más ha trascendido.

En su época de esplendor, a lo largo del siglo XV, en el castillo de Olite se podían ver gamos, lobos, jabalíes, una avestruz, una jirafa, un dromedario, un mono, cotorras, búfalos y, por supuesto, leones. La posesión de animales vivos era algo singular, inusitado, y al alcance de pocas fortunas.

En el Patio de la Pajarera, que todavía se puede visitar en Olite, las grandes fieras compartían espacio con aves comunes, como las golondrinas y los halcones, y otras llegadas de ultramar. Unas y otras formaban parte de una sorprendente exhibición de jardines colgantes comparables con los de Babilonia, un lugar donde crecían plantas extrañas regadas por un sistema de agua corriente y fuentes similares a los de la Alhambra.

Los interiores del Palacio, destruidos por el incendio que provocó el guerrillero Espoz y Mina en la Francesada, asombraban a los visitantes que por ejemplo, admiraban el tintinear de la techumbre de una sala cubierta de láminas de cobre de distintas longitudes que pendían de finas cadenas. Al abrir las ventanas el aire las movía y producía efectos de luz dorada acompañados de un trasfondo musical que se mezclaba con trinos de los habitantes de la Pajarera, los rugidos del pobre Marzot o los aullidos, silbidos y bramidos de toda una cohorte de animales reunidos para solaz del noble monarca.

La posesión de fieras no era algo exclusivo de los Evreux navarros. Los condes de Barcelona, por ejemplo, tenían grandes felinos en los jardines de su Palacio Real Mayor. En Segovia, el monarca castellano Enrique IV hizo construir una leonera entre sus habitaciones y las de la reina y colocó osos en los fosos del Alcázar.
En el castillo de los Pimentel ubicado en Benavente su conde, muy aficionado a los animales, guardaba nueve leones y un lobo que convivían juntos bajo la custodia de un sirviente negro.

La literatura también recoge esta costumbre de pudientes dueños de los más variados reino y así, por ejemplo, en la segunda parte de “El Quijote” su enajenado protagonista se enfrentó a una pareja de fieros leones que el general de Orán enviaba enjaulados al rey de España.

Otro caso anterior es el del “Poema del Mío Cid”, en uno de cuyos cantares narra cómo un felino escapa de su celda y tras ahuyentar a los infantes de Carrión es, finalmente, amansado por Rodrigo Díaz de Vivar.

De los leones navarros tenemos noticias en los legajos que nos han dejado apuntes y cuentas atesoradas en el Archivo General del reino y documentación interesante guardada en buenas villas como Tudela, Tafalla y Olite.

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