martes, 2 de diciembre de 2014

PINCELADAS DE 800 AÑOS DE FRANCISCANOS EN OLITE

Bendición del padre Vicente Urtado
Por Ángel Jiménez Biurrun

En vida de san Francisco de Asís se instaló el primer convento franciscano en Olite, cuyos mojes se llamaban, en aquel lejano s.XIII, frailes “minores”. También sabemos que pasaron por grandes vicisitudes en el s.XIX con la invasión napoleónica y las leyes desamortizadoras del ministro Mendizábal. Sin embargo, pueden estar orgullosos los frailes por  haberse mantenido en Olite hasta nuestros días. En este escrito pretendo dar unas pinceladas sobre la estrecha relación que durante los últimos siglos han mantenido los franciscanos con los olitenses.
            Desde 1886 que se fundó la Hermandad de los Apóstoles, que acostumbraba a peregrinan por la noche a Ujué, hasta nuestros días, el capellán de la cofradía fue siempre un franciscano. Era también un fraile, al que el pueblo llamaba “cuaresmero”, el encargado de dar los sermones en las dos parroquias. Se ve claramente en las cuentas del Ayuntamiento de 1784 donde aporta “20 ducados por la limosna del cuaresmero”.
            Siempre hubo una buena relación entre los franciscanos y el vecindario. Por ejemplo, en 1914, los padres Fr. Celso González y Javier Sánchez Llorente, este ultimo de Olite, colaboran en la revista El Olitense, boletín de la obras sociales de Victoriano Flamarique, y en los programas de fiestas de 1913 y 1920. El padre Fr. Celso, poeta y escritor, publicó además en 1915 el primer libro sobre la localidad, “Las postrimerías del castillo de Olite”. En estas fechas había en el convento 21 frailes, 15 estudiantes  “coristas” y 12 legos. El mayor esplendor de la comunidad, sin embargo, se alcanzó en 1963, cuando albergó 13 padres, 77 coristas, 13 hermanos y 8 donados.
Fray Juan Lizarraga
            En el tiempo de la siega, los legos recorrían las eras con un carro tirado de caballería. Pedían  paja, trigo, cebada y toda clase de grano. Fray Juan, muy conocido durante medio siglo, era el más austero. Un lego popular fue Teodorico Fernández, que pasó toda su vida de portero. Como ordenaba la regla de san Francisco, el atrio de la portería se llenaba todas las jornadas de mendigos que acudían a pedir a los frailes comida, la “folla”.
            Olite, un pueblo religioso, se mostró fiel a las actividades de los franciscanos. Acudía en masa a la novena de la Purísima, a la Tercera Orden de San Francisco, a la Pía Unión de San Antonio, etc. Los frailes destacaron también por estar en vanguardia de religiosidad y cultura. Los coristas iban en bloque la procesión del Corpus de San Pedro y Santa María y, desde el siglo XIX, daban clases a los que estudiaban para religiosos y, también, a particulares que querían aumentar su cultura.
            El 1933, tiempos difíciles, los franciscanos mantuvieron las nuevas escuela católicas que costeó Justo Garrán y que estuvieron veinte años en activo. Los profesores fueron el padres José Barea, Demetrio, el hermano Apolinar, Francisco Lecida, Teófilo Calvo y Luis, todos bien considerados por los chavales. Después las aulas se convirtieron  en cine dominical para jóvenes y, en estos mismos salones, el padre José Mª Ibarbia fundó el Orfeón Olitense.
El padre Bernardo con los Apóstoles
            Hubo una época en la que casi todo el pueblo cumplía en Pascua los preceptos religiosos y el 80% del vecindario se acercaba  al convento a confesarse con los frailes. También hubo destacados predicadores, como Julián Alustiza, conocido con el sobre nombre de “Paz y bien”. El padre Justo fue un gran teólogo y el padre Vicente, un predicador muy popular, a veces algo obsesionado con las modas. En tiempos de crisis sacerdotales, el obispo de Pamplona se valió de los frailes para cubrir las vacantes de coadjutores de las parroquias. El padre Bernardo fue destinado a Santa María. También ejerció varios años de capellán de la Hermandad de los Apóstoles. Por su parte, el padre Carmelo acabó en San Pedro. A estos frailes les siguieron otros hasta el año 2013, cuando la crisis también llegó al convento.
            En 1837, con la desamortización de Mendizábal, los religiosos tuvieron que marcharse a sus lugares de origen. Fr. Manuel Rodeles, hijo de Olite, volvió a su pueblo y estuvo de coadjutor en San Pedro hasta 1853, en que falleció. Era de familia acomodada y descendiente de Javier Ignacio Rodeles, alcalde fusilado por los franceses. En su testamento de 1853 aparecen varias fincas, cuadros de valor y una gran biblioteca de cuyos libros guardo un ejemplar. Al prohibir la ley que se adquieran bienes, el franciscano fallecido escribió en su testamento que dejaban “de cabezalero al párroco de San Pedro D. Pedro Suescun”, y pedía que su funeral se hiciera “en el convento donde todavía residen unos frailes mayores”.
            Más recientemente, ha habido frailes muy populares como Carlos Urbieta, quien guardaba tan buen recuerdo de sus nueve años en la ciudad que todos los años venía en agosto a la fiesta de la Virgen del Cólera e, incluso, llegó a dirigir la aurora y a colaborar en 2003 en el programa de las fiestas patronales con un artículo titulado “Olite, cuna de músicos”, donde aportó noticia inéditas. Además, dejó huella Lucas Ariceta, gran historiador, al que el Ayuntamiento colocó un pañuelo de honor por su libro sobre el Cólera. También dejó recuerdo José Mª Lete, último franciscanos capellán de los Apóstoles.
Ayuntamiento de los años noventa rumbo a los Franciscanos
            Se puede decir con orgullo que Olite también dio hijos a la comunidad franciscana. En 1916 es nombrado guardián de convento el paisano Manuel Gorri. Otro ilustre fue Leonardo María Jaime, que murió en Quito (Ecuador), donde pocos años antes había fallecido el padre Piudo. El olitense Antonio Sesma también acabó enterrado en Cuba. Igualmente nacidos en la localidad fueron Daniel Elcid, historiador, y Ricardo Labarta, durante muchos años director de Editorial Aranzazu, etc...
        Por la devoción a la imagen de la Virgen Inmaculada que hay en el convento, en 1643 fue nombrada patrona de Olite y el Ayuntamiento se comprometió a desfilar a misa mayor.  Con motivo de la peste de cólera de 1885 aumentó el fervor al librarse la ciudad de la epidemia, por lo que se aprobó guardar fiesta mayor todos los 26 de agosto con la presencia del alcalde y concejales en corporación hasta la eucaristía. Hay una tradición según la cual, al final de esta misa, el Ayuntamiento confraterniza con los vecinos en un aperitivo en el que participan los ediles, la banda de música, cantores de la ceremonia y colaboradores. Es de muy de agradecer que, durante tantos siglos, los cargos locales y el pueblo hayan colaborado en estas solemnidades del convento de San Francisco. A pesar de la crisis religiosa contemporánea, Olite conserva estas fiestas con la preocupación, interés y cariño del Ayuntamiento que asiste al lado del pueblo, igual que en otras épocas en las que la nobleza, el clero y el vecindario caminaban hermanados bajo una misma religiosidad.

Joxe Mª Lete, capellán de los Apóstoles a su regreso de Ujué

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