martes, 22 de febrero de 2011

EL 23-F Y LA LISTA NEGRA

Quizá se ha idealizado aquella tarde-noche del 23 de febrero de 1981 cuando un loco con tricornio vomitó el cargador de su pistola desde la tribuna del Congreso. Quizá es que la bufonada fue realmente seria y no nos contarán nunca si Juan Carlos, el Cesid o el PSOE sabían más de lo que conoceremos. Igual es que en los pueblos también guardamos algún tabú.

Se cumple 30 años de ese secuestro que, afortunadamente, fue radiado en directo. Sonaron muchos tiros. Hubo demasiados ojos para que triunfara una involución que a los más nos dejó el culo bien prieto. Pero la verdad, la verdad, es que casi nadie se lanzó entonces a la calle. “Ésa fue la respuesta popular al golpe: ninguna” (Javier Cercas).

Nadie se movió mucho salvo la recua de picoletos que tableteó las metralletas y se hizo famosa por la tele. También algunos amigos del fascio más rancio que, como en mi pueblo, aprovecharon el tiempo para desempolvar aciagas venganzas en forma de lista negras.

La mayoría, chitón. Recuerdo como con 17 años había vuelto esa tarde de Tafalla. Estudiaba FP en la “Laboral”. Éramos hijos de obreros con un futuro oscuro. La historia se repite. En el pueblo prácticamente había cerrado la Cerámica Olitense y sus trabajadores estaban abocados al paro.

La conflictividad laboral, sin embargo, la marcaba la factoría de Victorio Luzuriaga de Tafalla, que lo mismo paraba para negociar el convenio que para pedir la amnistía o la oficialidad de la ikurriña. Los chavales de la “Laboral” solíamos secundar las huelgas y los maderos corrían a los revoltosos hasta los pinos de Santa Lucía.

En este ambiente nebuloso, entre pelotas de goma y botes de humo, llegó el teniente Tejero y dijo aquello de “quieto tooer mundo”. Aquella tarde en Olite no se movió ni un pelo. Vivía con mis padres en el barrio de Atxuri. Allí escuché por la radio la ensalada de balas que interrumpió la designación de Calvo Sotelo. Si salí cuatro veces al balcón, en cinco no vi por la calle ni un perro.

En casa nos reunimos los más cercanos. Alguien sacó a relucir lo cerca que vivíamos de Francia. Otro que Patricio Muruzábal vendía cartuchos de caza. Los mayores se encargaron de recordar la guerra. La puerta bien cerrada, las ventanas atrancadas y a esperar a ver qué pasaba. Y en eso quedamos.

La famosa presencia del rey en la tele despejó algunas dudas avanzada la noche. O eso, al menos, pareció. Al día siguiente la normalidad nos devolvió a clase. Algún profesor rojeras había pasado la noche en vela. Los compañeros del curso de “eléctricos” contaban que en Tafalla los sindicatos habían destruido documentación comprometida y algunos políticos locales habían dormido fuera. Los obreros de Luzuriaga celebraron una asamblea entre turnos. Al final decidieron seguir en el tajo y ver cómo evolucionaba el tema.

Sin embargo, fue en la tranquila Olite donde, con el tiempo, se descubrieron las mayores sorpresas. Como aquella que reveló que varios ultras se había reunido en un bar para elaborar una lista negra de personas a las que había que purgar cuando los del tricornio triunfaran.

Sindicalistas del agro, concejales de una agrupación unitaria de izquierdas, trabajadores de la fundición, dantzaris o simplemente simpatizantes de la cultura vasca, algunos incluso menores de edad, fueron a parar a la lista macabra que aquellos papistas, cuentan, se atrevieron a llevar esa tarde al mismísimo cuartel de la Guardia Civil.

Menos mal que los agentes que estaban de guardia tenían más cabeza que los vecinos amigos de la Acorazada Brunete. O quizá no mantenían aún todas consigo para apoyar a tumba abierta aquel nuevo “movimiento salvador de la patria”. El caso es que los del cuartelillo mandaron a los fachas de vuelta a casa en una localidad en la que, medio siglo antes, ya se había “paseado” a cincuenta republicanos. Hubo una revista francesa que contó una vez esta historia del 23-F en Olite. En el pueblo nadie supo nada.

1 comentario:

  1. los fachas se olvidan de que los rojos tenemos memoria y tambien tenemos listas pues sabemos escribir,

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